A pesar de que se realizó un esfuerzo inédito de inversión en educación, llegando a superar la meta fijada en la Ley de Financiamiento Educativo del 6% del PBI, la formación que recibe la mayoría de los jóvenes, especialmente los más pobres, es cada vez más deficiente.
Esto demuestra que la calidad de la educación no depende sólo de contar con más docentes mejor remunerados sino que también hacen falta reglas que estimulen la superación y la excelencia. Los justificativos de la máxima autoridad de educación a la toma de las escuelas ilustran de manera palmaria esta desorientación y pérdida de valores en la comunidad educativa.
El Ministro de Educación evaluó como un hecho positivo la toma de colegios por parte de los alumnos. Resulta sorprendente que la máxima autoridad del sistema educativo avale actos que implican el entorpecimiento de las clases regulares y, consecuentemente, un retroceso en los aprendizajes académicos. Se trata de otra evidencia de la falta de toma de conciencia del severo déficit educativo que sufre la Argentina y el daño que este déficit genera, sobre todo en los segmentos socioeconómicos más humildes. Por ejemplo, se minimiza que la prueba PISA (evaluación internacional que se toma a jóvenes de 15 años) registró un retroceso de Argentina entre los años 2000 y 2009. Como consecuencia de esta involución, la Argentina pasó de un lugar de liderazgo en la región a ubicarse detrás de Chile, México, Uruguay, Brasil y Colombia en tan sólo una década.
Un dato de relevancia que arroja esta prueba es que los déficits de conocimientos están asociados a los atrasos que produce la repitencia y que en ellos operan factores internos al sistema educativo y factores asociados al contexto familiar. En este sentido, según la evaluación PISA para el año 2009 entre los jóvenes con 15 años de edad se observa que:
· El 31% de los jóvenes ha repetido de curso en algún año de su vida escolar.
· De éstos, 9 puntos porcentuales provienen de hogares donde sus padres terminaron la secundaria.
· Los restantes 22 puntos porcentuales corresponden a jóvenes que provienen de hogares donde al menos uno de los padres, o ambos, no terminó la secundaria.
Planteado de manera sintética, estos datos muestran que casi 1 de cada 3 jóvenes de 15 años está atrasado en la escuela y esto está fuertemente correlacionado con padres que no han logrado concluir la educación básica. Se trataría de una potenciación de factores adversos. Por un lado, las carencias de estímulos y apoyo que sufren muchos niños y jóvenes en sus hogares. Por el otro, el fracaso del sistema educativo para compensar la desigualdad de oportunidades que los jóvenes heredan de sus entornos familiares.
Esto se da en el marco del importante esfuerzo que implicó cumplir con la meta de la Ley de Financiamiento Educativo de aumentar la inversión en educación, ciencia y técnica hasta el 6% del PBI. Como pocas veces ocurrió en la historia argentina, una meta no pasó al olvido sino que se cumplió. También hay que considerar que casi la totalidad de estos mayores recursos fueron volcados a mejorar la remuneración de los docentes. Pero, como se puso un énfasis absoluto y excluyente en aumentar la inversión sin establecer reglas que premien los esfuerzos, la dedicación y la superación, el resultado es un fracaso, como lo muestran las evaluaciones internacionales. Un hecho muy ilustrativo de esta falta de reglas es el beneplácito ante la toma de colegios. En lugar de desplegar estrategias que apunten al restablecimiento del orden y al sentido de responsabilidad en la comunidad educativa, se buscan argumentos ingeniosos para justificar el desorden.
La desidia de las autoridades y de la comunidad docente para generar un marco académico de excelencia en la educación pública perjudica a todos los jóvenes, pero mucho más a los que provienen de los hogares más humildes. Ante las falencias de las escuelas de gestión pública, las familias con padres más educados suplen las deficiencias en escuelas de gestión privada y profesores particulares. Pero en los hogares más humildes los padres no tienen estas posibilidades. Allí se hacen explícitas las consecuencias de un sistema público de educación incapaz de compensar los déficits del entorno familiar.
El 46% de las personas entre 18 y 65 años de edad no llegó a concluir la educación secundaria. Estas personas enfrentan grandes dificultades para apoyar a sus hijos y evitar la reproducción intergeneracional del atraso y la deserción educativa. Por eso, para el sistema educativo se plantea un desafío mayúsculo que no podrá ser resuelto con mediocridad, oportunismo y demagogia. Por el contrario, es imprescindible acompañar el crecimiento en la inversión educativa con un cambio en la gestión que tome como base restablecer los valores de la superación, el esfuerzo y la búsqueda de la excelencia.
Fuente: IDESA (diario Río Negro)