El enfrentamiento de apenas 15 minutos abrió la mítica campaña libertadora de José de San Martín. Quiénes fueron los otros muertos que tuvo el regimiento de Granaderos a Caballo
Al día siguiente al combate, el jefe español el vizcaíno Antonio de Zabala volvió a San Lorenzo a parlamentar con San Martín y se pusieron de acuerdo en el intercambio del único prisionero que habían hecho los españoles, el teniente Manuel Díaz Vélez, seriamente herido. Visitiendo pantalones de lienzo manchados de sangre, Zabala alabó el desempeño de los granaderos y confesó que su misión era la de burlar la vigilancia de las baterías de Punta Gorda e interceptar el comercio entre Paraguay y Santa Fe, y que habían elegido a San Lorenzo solo para reaprovisionarse.
La sitiada ciudad de Montevideo era el último baluarte español en el Río de la Plata, y los realistas disponían una amplia supremacía naval. Entonces, era necesario dar fin a esas incursiones que tropas realistas realizaban a lo largo de la costa del Paraná.
Para proteger las costas occidentales desde Zárate hacia el norte, se comisionó al coronel San Martín y a su flamante unidad, el Regimiento de Granaderos a Caballo, que el general Miller describe en sus memorias como algo novedoso que estas tierras contase con una caballería disciplinada e instruida. Se transformaría en una unidad de élite y la piedra basal del profesionalismo en el ejército. Era un calco de la temible caballería napoleónica, que San Martín había enfrentado en la península. Los granaderos eran sometidos a un duro entrenamiento, donde se forjaban su carácter y disciplina. Estaba regido por un férreo código de honor, escrito por el propio jefe.
José de San Martín había regresado al país en marzo de 1812 y su primera tarea fue organizar un regimiento de caballería. Cuadro de Gil de Castro
El 28 de enero partió al frente de sus granaderos. Al día siguiente, en su primera parada, en la posta de Santos Lugares, tuvo el primer contratiempo: el maestro de postas no había recibido la orden de dejar lista la caballada, lo que supuso el primer retraso en la marcha.
A partir de San Nicolás, donde las tropas patriotas alcanzaron el río Paraná, San Martín decidió marchar solo de noche, para evitar ser visto por los españoles. El oficial había dejado de lado su uniforme y lucía un chambergo de paja americana para pasar lo más desapercibido posible.
De puño y letra, el croquis de cómo San Martín tenía pensado el combate
El portaestandarte Angel Pacheco fue el que seguía más de cerca los movimientos de los barcos españoles y reportó que en la madrugada del sábado 30 de enero habían echado ancla en San Lorenzo. Un destacamento español había desembarcado y se dirigió al convento de San Carlos Borromeo en busca de carne fresca. Previsores, los frailes habían alejado al ganado y los españoles debieron contentarse con algunas gallinas y melones. Hasta los propios curas habían partido. Quedó el padre guardián, fray Pedro García.
De pronto, irrumpió Emeterio Celedonio Escalada, a cargo de la comandancia militar del Rosario, que al ver al contingente español lo atacó con 20 hombres de infantería y 30 de caballería, e hizo tronar el pequeño cañón que llevaban. Si bien logró la dispersión de los españoles, el fuego de la artillería de los barcos frenó a Escalada.
El correntino Juan Bautista Cabral, uno de los héroes de la jornada, al salvar la vida de su jefe
En la noche del 31 un prisionero paraguayo, que había logrado fugarse de la flota española, reveló que la tropa realista era de 350 hombres y que lo que pretendían era registrar el convento, ya que pensaban que allí se guardaban los caudales de la localidad.
San Martín llegó a San Lorenzo el 2 de febrero por la noche. Escalada le proveyó de caballos frescos, existentes en la posta del lugar. Allí se encontró con un personaje que estaba de viaje rumbo al Paraguay: el inglés Guillermo Parish Robertson, a quien había conocido en las tertulias en la casa de su suegro, Antonio Escalada. Junto a su hermano John, se dedicó al comercio en el Río de la Plata hasta que en la época de Juan Manuel de Rosas emprendieron el regreso a Gran Bretaña.
Los granaderos ingresaron por la puerta trasera al convento y tuvieron prohibido hacer fuego y hablar en voz alta. San Martín subió a la torre de la iglesia y ahí mismo diseñó el plan de batalla.
Esto es lo que veía San Martín desde el campanario del convento. Campo abierto y al fondo el río Paraná. Fotografía Caras y Caretas
En el amanecer del miércoles 3, los granaderos ocupaban los patios ubicados del lado opuesto al río Paraná. A las 5 de la mañana 250 españoles desembarcaron al mando del capitán de artillería urbana Antonio de Zabala. No sospechaban nada, pero eran precavidos: marchaban en doble columna, a paso redoblado, con bandera desplegada en dirección al convento.
“En dos minutos estaremos sobre ellos, sable en mano”, anunció San Martín. Ordenó a sus granaderos montar, que usasen sables y lanzas y que no disparasen un solo tiro. “Espero que tanto los Señores Oficiales como los Granaderos, se portarán con una conducta tal cual merece la opinión del Regimiento”.
Una de las escenas más dramáticas: San Martín aprisionado por el cuerpo de su caballo muerto, y un enjambre de españoles alrededor
Dividió su fuerza en dos compañías, de 60 hombres cada uno. La primera, a su cargo, atacaría de frente mientras que la segunda, a cargo del capitán Justo Germán Bermúdez, daría un pequeño rodeo y atacaría el flanco izquierdo realista para cortarles la retirada.
Cuando los españoles se sorprendieron con la carga, se formaron en martillo y efectuaron una cerrada descarga de fusilería y metralla.
El caballo bayo de cola cortada al garrón de San Martín recibió una bala en su pecho. Se desplomó y la pierna derecha del coronel quedó aprisionada por el cuerpo del animal. Junto a él estaba su cuñado, el portaestandarte Manuel Escalada. Le gritó: “Reúna usted al Regimiento y vayan a morir”.
Ese momento de indecisión de los granaderos, al ver a su líder caído, fue desbaratado por el capitán Bermúdez, que había hecho un rodeo demasiado largo y que recién llegaba a la acción. Al grito de “viva la patria”, junto al teniente Manuel Díaz Vélez, persiguieron a los realistas hasta la barranca misma del río.
No siempre el lugar donde se libró el combate se lo trató como tal. Por 1939 había una cancha de fútbol. Fotografía revista Caras y Caretas
Pero alrededor del jefe caído se desarrollaba otro combate. Un soldado español, al verlo inmóvil, le lanzó un golpe de sable a la cabeza que alcanzó a esquivar, a pesar de que le provocó un corte en su mejilla izquierda. Otro español arremetió con su bayoneta, pero el puntano Juan Bautista Baigorria lo mató. Fue el correntino Juan Bautista Cabral quien logró liberar a San Martín, pero a costa de su vida.
Mientras el teniente Hipólito Bouchard mataba al abanderado español y capturaba el estandarte, Julián Navarro, capellán accidental del regimiento, se movía en el fragor del combate dando la extremaunción y alentando a los granaderos.
Bermúdez y Díaz Vélez encabezaron la persecución de los españoles que buscaban la costa. Una esquirla de metralla le destrozó la rótula a Bermúdez, con lo que quedó fuera de combate.
En su ímpetu, Díaz Vélez galopó hacia la barranca del río, pero en la orilla el animal se frenó en seco y el jinete cayó por la inercia. Su frente fue rozada por una bala y recibió dos bayonetazos en el pecho. Fue el único prisionero que tomaron los españoles.
A las 6 de la mañana, la acción había finalizado. Había durado 15 minutos. Los españoles tuvieron 40 muertos, 13 heridos y 14 prisioneros, mientras que los patriotas 15 muertos, 27 heridos y un prisionero. San Martín tenía una herida en la mejilla y una dislocación del brazo. Los heridos fueron llevados al refectorio del convento, donde recibieron las primeras curaciones. En ese lugar, moriría Cabral. De Buenos Aires habían enviado al cirujano Francisco Cosme Argerich.
El famoso pino bajo cuya sombra San Martín redactó el parte de batalla. Fotografía revista Caras y Caretas
En el parte de la victoria, el jefe destacó: “Los ataqué de derecha a izquierda, hicieron no obstante una esforzada resistencia sostenida por los fuegos de los buques pero no capaz de contener el intrépido arrojo con que los Granaderos cargaron sobre ellos sable en mano”. Y finaliza: “Seguramente el valor y la intrepidez de mis granaderos hubiera terminado en este día de un solo golpe las invasiones de los enemigos en las costas del Paraná, si la proximidad de las bajadas que ellos no desamparan, no hubiera protegido su fuga, pero me arrojo a pronosticar, sin temor, que este escarmiento será un principio para que los enemigos no vuelvan a inquietar a estos pacíficos moradores”.
El capitán Bermúdez fue uno de los heridos que, por su gravedad, no había sido llevado a Buenos Aires. Le habían amputado la pierna. Este uruguayo de 29 años se sentía culpable por no haber podido cumplir con la orden de atacar al mismo tiempo. Había participado del sitio de Montevideo, entre 1810 y 1811, había sido hecho prisionero y, una vez en libertad, por recomendación de Rondeau, fue incorporado como teniente primero de la primera compañía de Granaderos. Falleció el 14 de febrero. La historia oficial dice que fue a consecuencias de sus heridas; la versión que dejaron correr los frailes del convento fue que se arrancó el vendaje para morir desangrado, por la vergüenza sufrida. En carta al general Miller, San Martín dijo de Bermúdez: “Bravo oficial, pero novicio en la carrera”.
El 27 de febrero San Martín solicitó una pensión para su viuda, Dominga Rosas, “que ha quedado desamparada con una criatura de pecho, como también para la familia del granadero Juan Bautista Cabral”. El resto de las familias de los muertos también recibieron una pensión.
Los granaderos fallecidos fueron enterrados en una fosa común, en el huerto del convento. Más tarde, los frailes construirían un cementerio, donde serían llevadas las cenizas.
Dos días después del combate, en Buenos Aires la gente festejó la victoria después del mediodía. El gobierno ordenó salvas de artillería y repique de campanas, y dispuso mil pesos a distribuirse entre los vencedores.
Los granaderos que cayeron en la acción de San Lorenzo son Juanario Luna, Juan Baustista Cabral, Basilio Bustos, Feliciano Sylvas, Ramón Saavedra, Blas Bargas, José Márquez, Domingo Perteau, José Manuel Díaz, Julián Alzogaray, Domingo Soriano Gurel, Juan Mateo Gelves y José Gregorio Franco. Es justo mencionar a Bermúdez y a Díaz Vélez, ambos fallecidos -el primero el 14 de febrero y el segundo en la ciudad de Buenos Aires el 20 de mayo.
El zambo Juan Bautista Cabral había nacido en un paraje en las afueras de Saladas, un poblado del oeste correntino, entre 1780 y 1790. Era hijo natural de José Jacinto Cabral y Soto y de la esclava Carmen Robledo, quien luego se uniría a un indígena guaraní de nombre Francisco. Ambos trabajaban en el establecimiento rural de Luis Cabral y de su esposa Tomasa Casajus y Casajus.
Peleó en la segunda invasión inglesa, cuando trabajaba de peón en la ciudad. Estuvo cerca de la muerte cuando debió esconderse en un rancho ante el avance inglés, cuyos soldados pasaban degollando.
A fines de 1812 fue reclutado, junto a otros compatriotas, por el teniente coronel Toribio de Luzuriaga. Ese contingente llegó a Buenos Aires apretujado en un barco y él sería destinado a la primera sección del primer escuadrón del regimiento.
Por su parte, Luna, Bustos y Franco eran puntanos y del mismo pueblo, Renca, en el noreste provincial. Ese lugar fue el elegido para mantener prisioneros a los españoles, capturados durante las guerras de la independencia. Sus restos descansan en tres urnas en el monumento al pueblo puntano de la independencia, ubicado en Juana Koslay, a 13 kilómetros de la capital provincial.
Feliciano Silva, o Sylvas, junto a Cabral eran correntinos. Ramón Saavedra era santiagueño. Asignado al primer escuadrón, integraría el grupo que atacaría de frente a los realistas. El cura Julián Navarro le brindó la extremaunción en el mismo campo de batalla.
Blas Bargas era riojano, como Domingo Soriano Gurel. Elcabo Ramón Amador había nacido en Montevideo y el cordobés José Márquez tiene, desde 1942 en Villa Tulumba, donde nació, una plazoleta que lo recuerda. Había un francés, Dominique Perteau o Pourtau, oriundo de Saint Guadens, muy cerca de los Pirineos. Una placa lo recuerda en Plaza Francia, obsequiada por ese país cuando se cumplió el centenario de la Revolución de Mayo.
José Manuel Díaz era el otro cordobés, de los 80 reclutados en esa provincia. Por su parte, Julián Alzogaray era un chileno de 20 años que había nacido en Villa San Martín de la Concha, en Quillota.
Juan Mateo Gelves era de Pilar. Su hermano Luis Antonio, nacido en la Cañada de Escobar, también peleó en San Lorenzo, y fue dado de baja por la fractura de su muñeca derecha.
El cuartel de Granaderos estaba ubicado donde hoy está la Plaza San Martín. Su jefe hizo colocar, sobre la puerta de entrada, un tablero con la siguiente inscripción: “Al Soldado Juan Bautista Cabral. Murió en la acción de San Lorenzo el 3 de febrero de 1813. Sus compañeros le tributan esta memoria”.
Atribuyen al propio San Martín, en una carta enviada a la Asamblea que, en sus últimos minutos, Cabral habría dicho, en guaraní, “muero contento, mi general, hemos batido al enemigo”.
Todas las tardes, en la lista mayor, el sargento primero encargado del primer Escuadrón, al pasar lista llamaba “Juan Bautista Cabral” y el sargento más antiguo contestaba: “Murió en el campo del honor, pero existe en nuestros corazones. ¡Viva la Patria, Granaderos!”.
Cayetano Silva es el autor de la «Marcha San Lorenzo», estrenada en 1902. Cinco años después Benielli le pondría letra
El 28 de octubre de 1902, en las cercanías del convento, fue estrenada la “Marcha San Lorenzo”, compuesta por Cayetano Silva, un músico hijo de esclava, y en 1907 el mendocino Carlos Benielli le puso letra, y se transformó en una de las marchas militares preferidas en todo el mundo. No era para menos: contaba una historia de gloria, entrega y coraje.
Fuente: Infobae