Por Agustina Ordoqui aordoqui@infobae.com
Mussolini era mujeriego. Hitler recibió más cartas que los Beatles. La esposa de Mao murió por su amor a él. Esas son algunas historias que narra Diane Ducret en su nuevo libro.
Decir que el poder genera atracción probablemente sea un cliché. Pero los distintos casos de la historia demuestran que aquellos que lo detentaron se convirtieron en irresistibles seductores, en objetos de impresionante fanatismo.
Benito Mussolini tuvo amantes por toda Italia y hasta provocó rupturas matrimoniales. Adolf Hitler recibió más correspondencia de admiradoras que Mick Jagger y los Beatles juntos. La segunda esposa de Mao Tse Tung -un dictador, para algunos- prefirió ser decapitada antes que traicionarlo. Y los ejemplos siguen.
Explicaba Sigmund Freud, en su libro Psicología de las masas y análisis del yo, que las personas hacen un revestimiento libidinal sobre la figura de un líder carismático y que esta ligazón –sexual- es la base de su obediencia y de su lealtad.
En Las Mujeres de los Dictadores, editado por Aguilar, la escritora belga Diane Ducret pareciera retomar ese concepto para describir, a lo largo de casi 400 páginas, los amores, romances y aventuras de aquellas personas que hicieron uso y abuso del poder en el siglo XX.
“El día en que me dé cuenta de que me idolatran, me destruiré”, dicen que solía repetir Mussolini antes de erigirse como el primer ministro de Italia y como uno de los máximos representantes del fascismo.
Cuando era un adolescente, el Duce había comenzado a salir con Giulia, una mujer casada, cuyo marido se había ido a hacer el servicio militar. Se veían en la casa de ella, hasta que los descubrieron. El esposo de Giulia la dejó y, poco tiempo después, Mussolini, en su afán de mujeriego, hizo lo mismo.
Ducret también recoge la historia de quien lograría desposarlo, Rachele Guidi, menor de edad cuando Mussolini comenzó a sentirse atraída por ella. “Si me rechazas, te tiro conmigo debajo de un tranvía”, le susurró amenazante cuando le pidió matrimonio.
Ellos, irresistibles dictadores
Para Antonio Salazar, que gobernó en Portugal de 1932 a 1968, el sexo opuesto fue una perdición. Había tomado como premisa no comprometerse jamás, ni perder nunca el control. El Hotel Borges de Lisboa fue el lugar de sus encuentros con las decenas de mujeres que lo amaron.
El relato de Mao Tse Tung y su segunda esposa, Kaihui, demuestra lo enceguecedor que puede ser el amor por una figura de poder: morir decapitada antes que traicionar a su hombre. El líder de la revolución cultural en China ni siquiera presenció su ejecución y, aunque lamentó siempre su muerte, contrajo matrimonio dos veces más.
Ducret toma, además, las historias de los rumanos Nicolas y Elena Ceaucescu, del ruso Josep Stalin y del emperador centroafricano Jean-Bédel-Bokassa. Sin embargo, la más llamativa es la del dictador nazi Adolf Hitler.
“¡Heil, Hitler!”, exclamaban ellas
Cuanto más se proyectaba el Führer en Alemania, más seguidores ganaba y más mujeres intentaban caer en sus brazos. Sus condenadas ideas sobre la superioridad de la raza y su odio hacia los judíos y los homosexuales atrajeron extrañamente al público femenino de esa época.
“Me gustaría tanto estar cerca de ti, mirarte a los adorables ojos y olvidarme de todo lo demás”, le escribía Hitler haciendo gala de su seducción a Maria Reiter. “Tu Lobo”, decía la firma de la carta.
Hitler y Eva Braun
Eva Braun, la fiel y joven amante del dictador alemán, tenía una anécdota: “El viejo señor me dedicaba piropos. No cesaba de devorarme con los ojos. Como era tarde me fui corriendo. Rechacé su ofrecimiento de acompañarme a casa en su Mercedes. ¡Imagina lo que hubiera dicho papá!”.
Hitler recibía aparte una copiosa correspondencia de personas de toda Europa: “Quiero tener un hijo suyo; es mi mayor deseo”, “Mi amor le pertenece a usted”, “Sólo quiero ser tuya”. Las noticias de los millones de muertos en el continente y las invasiones a países como Francia y Polonia no enfriaban los corazones de los fanáticos.
El libro de Ducret revela el costado más íntimo de Hitler, Mussolini y otros dictadores de la historia reciente. “Detrás de todo gran hombre, hay una mujer”, reza otro cliché. En algunos casos, habría que agregar “varias”. Los hombres que describe la autora belga fueron amados por algunos, temidos y odiados por otros. Su figura no puede ser en absoluto enaltecida, pero aún así fueron símbolos del poder y del sexo en su época.
FUENTE: Diario INFOBAE