Caravaggio y sus seguidores en el Museo Nacional de Bellas Artes

Procedentes de colecciones de Italia, Malta e Inglaterra, más de veinte pinturas del artista italiano que provocó un quiebre en el arte del siglo XVII y sus epígonos más encumbrados se exhibirán desde la semana próxima en Buenos Aires.

Por Angel Navarro | Para LA NACION

Siete obras de Michelangelo Merisi, llamado Caravaggio, componen el núcleo más importante de la exposición Caravaggio y sus seguidores, que se inaugurará la semana próxima en el Museo Nacional de Bellas Artes. Realizadas entre 1597 y 1610, cubren los últimos trece años de la producción de este artista que, en tiempo brevísimo, estableció un modo expresivo que teñiría la pintura venidera tanto en Italia como en todo el mundo occidental.

 

Consideradas cronológicamente, la primera obra es la Cabeza de Medusa, que data de 1597 e ilustra la tapa de este número de adncultura. Se trata de una representación de la cabeza de este terrible ser mitológico cuya mirada paralizaba los hombres, colocada sobre un escudo convexo y circular, tal como podría verse en el escudo de Alejandro Magno. A esta obra también se la conoce como Medusa Murtola en alusión al poeta Gaspare Murtola, que la menciona en dos composiciones que escribió en 1610; sirve para distinguirla de una versión posterior encargada por el cardenal

Francesco Maria del Monte, quien la obsequió al gran duque Ferdinando I deToscana, hoy en la Galería de los Uffizi en Florencia. La Cabeza de Medusa puede ser considerada como la culminación de obras tempranas donde Caravaggio se interesa por la representación de gestos así como por el desarrollo de elementos naturalistas.

Retrato de cardenal, realizada posiblemente en 1599-1600, es la segunda. Conservada en la Galería de los Uffizi, de Florencia, perteneció a la colección de los Medicis a partir de 1704 y era considerada un retrato del cardenal Cesar Baronio. En 2010, luego de haber sido objeto de estudios y análisis por parte de diversos especialistas, fue aceptada como obra del artista, a la vez que se planteó la posibilidad de que el retratado fuera el cardenal Benedetto Giustiniani (1554-1621).

Las cinco pinturas restantes están dedicadas a santos representados en meditación, en el curso de una experiencia mística o sufriendo un martirio. Realizada entre 1605 y 1606, San Jerónimo escribiendo muestra claramente las características de la pintura de Caravaggio en su mejor estilo: la figura del santo traductor de la Biblia en su mesa de trabajo se recorta contra el fondo oscuro, bañado por una luz que ilumina los libros y la calavera, sus instrumentos de trabajo y meditación. En ese espacio, pequeño y poco profundo, crea un ambiente recoleto y severo en el que reconocemos a un hombre sencillo y basto ensimismado en sus pensamientos. El borde de la mesa, el paño blanco que cae de ella y los libros que la rebasan son referentes que ayudan a conformar el escaso espacio que culmina en el inmediato plano del fondo; esta inmediatez de la representación convierte al observador en un elemento más de la composición, integrándolo como un testigo de un momento culminante de la vida del santo.

El gran contraste de luz y sombra que el artista produce crea una atmósfera dramática, con dos puntos focales: por un lado, la figura del santo, viejo, flaco, desnudo, envuelto apenas en un manto rojo, sumido en su traducción y, por otro, la calavera, tétrica naturaleza muerta que nos recuerda nuestro destino final. La organización de los diferentes elementos de la composición -santo, mesa, libros, calavera, paño- no es inocente, como tampoco lo es la luz usada sabiamente para destacarlos, que acentúa formas fundamentales en el discurso que el artista despliega. La luz especialmente distribuida es la que califica este discurso que Caravaggio quiere que percibamos de modo especial.

En San Juan Bautista alimentando un cordero y San Genaro degollado (o San Agapito), ambas pintadas alrededor de 1610, así como en las dos versiones de San Francisco meditando, encontramos también el empleo de las características que se han constituido en la base expresiva del artista.

Nacido en Caravaggio, una villa cercana a Milán que le dará su nombre, Michelangelo Merisi fue formado en el taller de Simone Peterzano a partir de 1584. No se conoce cuándo ni en qué circunstancias llegó a Roma. Habría llegado allí en 1592; aparece mencionado en un documento de 1594 y sabemos que trabajó en el taller de Giuseppe Cesari, il Cavaliere d’Arpino, donde tenía como tarea la pintura de frutas y flores. Posteriormente entró al servicio del cardenal Del Monte, quien lo introdujo en círculos romanos. Éste es el tiempo en que el artista pinta jóvenes efebos, solos o en grupos haciendo música, y escenas con decidores de buenaventura o jugadores de cartas, personajes que pueblan las calles de la ciudad que por entonces se halla en un proceso de cambio.

Desde fines del siglo XVI y a lo largo del XVII hubo en Roma una gran actividad arquitectónica y artística, lo que explica el interés de los artistas que buscaban trabajo. Asimismo, la ciudad era un centro de concurrencia obligada debido a las obras de arte que albergaba, producidas en los últimos tiempos así como también en épocas clásicas. Nuevos palacios, iglesias y edificios gubernamentales, trabajos de renovación de viejas obras arquitectónicas y de decoración de las nuevas, generaron un enorme movimiento de artistas y competencias, envidias y rivalidades que en muchos casos era saldadas mediante duelos.

 

Caravaggio no quedó fuera de esta ola de actividad. En 1599 recibió un encargo para la capilla Contarelli, en la iglesia de San Luis de los Franceses, donde realizó tres obras dedicadas a san Mateo, que fueron las que lo lanzaron a la fama. En ellas se despliegan ampliamente las características señaladas en San Jerónimo escribiendo y que, luego, se verán en toda la producción realizada hasta su muerte en 1610.

Las formas esenciales de sus pinturas, motivadas por el abandono de toda idealización y la búsqueda de un acabado realismo, que lo llevó a pintar cuidadosos detalles o a la elección de personajes populares vestidos con ropas contemporáneas para representaciones de escenas que se desarrollan en su propio tiempo, provocaron muchas veces el rechazo de sus obras, para las que debió plantear nuevas soluciones. Vale la pena anotar que las obras rechazadas encontraron siempre compradores y fueron destinadas a importantes colecciones, como sucedió con su Muerte de la Virgen -hoy en el Museo del Louvre-, que fuera adquirida por Vincenzo Gonzaga, duque de Mantua, aconsejado por Peter Paul Rubens, entonces al servicio de su corte.

Reconocido como artista a partir de los últimos años del siglo XVI y promovido con obras públicas como las dedicadas a la historia de san Mateo en la iglesia de San Luis de los Franceses, Caravaggio también fue conocido por su carácter irascible y su naturaleza pendenciera, que lo enviaron a los tribunales en diversas oportunidades a partir del año 1600.

El pintor Giovanni Baglione lo demandó en 1603 por considerarlo autor de versos difamantes; estas demandas se acrecentaron con el correr del tiempo a causa de su conducta. En 1604 motivó dos incidentes y al año siguiente tuvo cinco, entre ellos, uno motivado por portar puñal y espada sin autorización, y otro por una disputa por una mujer llamada Lena, modelo en algunas de sus obras. En 1606 una reyerta culminó con la muerte de Ranuccio Tomassoni algunos días después, convirtiendo a Caravaggio en asesino. Juzgado in absentia, es desterrado de Roma, tras lo cual se inicia un periplo para huir de la ley: primero estuvo en las colinas romanas para seguir luego a Nápoles y Malta, donde es nombrado caballero de la orden, y Sicilia. Siempre intentó conseguir el perdón para poder retornar a Roma. Pero la muerte lo sorprendió en Porto Ercole el 18 de julio de 1610, en circunstancias que no están claras todavía.

Esos diez años fueron de intensa actividad. En Roma trabajó para responder a encargos para iglesias, como Santa Maria del Popolo, Santa Maria in Valicella, San Agustín y Santa Ana de los Palafreneros, además de responder a comisiones privadas. Luego de su huida en 1606, Caravaggio recibió encargos y pintó para iglesias en los diferentes lugares donde estuvo, difundiendo así su personal estilo, que ya había sido aclamado por sus colegas artistas y también por el público, que se reconocía en los personajes populares que pueblan sus escenas. Esta empatía y su original vocabulario naturalista es lo que se admira y se acepta de este artista bohemio y pendenciero, que supo calar hondo en el sentimiento de su época.

Copiado e imitado en su propio tiempo, Caravaggio tuvo gran cantidad de seguidores en toda Europa, que originaron un movimiento caracterizado por el uso de luces y sombras en contraste, fondos oscuros y figuras populares; algunos tomaron su fórmula de figuras de medio cuerpo, como sucedió con su amigo Orazio Gentileschi (1563-1639), que adoptó su estilo tempranamente y lo difundió trabajando en París y en Londres, donde murió.

 

Otros usaron las composiciones de grupos, como sucedió con su rival Giovanni Baglione, con quien compartió el ambiente romano y quien escribiría sobre él en Vite de’ pittori (Roma, 1644), o con Lionello Spada, que en su Coronación de espinas genera un grupo de gran dinamismo enfatizado por el contraste de luces y sombras. Simon Vouet y Valentin de Boulogne, dos franceses que estuvieron en Roma luego de la muerte de Caravaggio, apelaron a su estilo y lo difundieron en su país.

La obra de este artista apasionado fue revolucionaria y marcó un quiebre con las formas expresivas del último manierismo, y fundó al mismo tiempo uno de los pilares de la pintura barroca. Algunas obras de Caravaggio de esta exposición han sido sólo recientemente descubiertas y aceptadas como autógrafas. El artista fue injustamente olvidado durante mucho tiempo y sus revolucionarias innovaciones se integraron a la pintura del siglo XVII, que siguió un camino donde su nombre no tuvo lugar. En el siglo XX, los estudios de Roberto Longhi renovaron el interés en Caravaggio, especialmente luego de la exposición de Milán en 1951, que incluyó unas cuarenta obras.

A partir de entonces aparecieron nuevas pinturas, entre las que podríamos señalar La conversión de la Magdalena, adquirida en 1974 por el Instituto de Arte de Detroit, que Indalecio Gómez había comprado en París en 1904 y que luego de su muerte permaneció olvidada en una estancia salteña. Hoy, el número de obras se ha duplicado, lo que aumentó el conocimiento sobre este artista «maldito» de vida novelesca.

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