«El Flaco es un testigo de nuestro paso, un compañero delicado y estremecedor», escribe el músico rionegrino que recuerda aquella tarde, hace un año, en que el rock y la poesía perdían a su mejor representante.
Hoy se cumple un año de la muerte de Luis Alberto Spinetta y lo primero que me viene a la mente es la extraña forma en que me enteré de la noticia: fue por el programa «Infama», en letra tipo «Crónica» y con llamas rojas detrás. Serían las cinco de la tarde del 8 de febrero de 2012.
A pesar de lo bizarro e inclasificable del programa de chimentos –lo que podría haberme hecho dudar, pues lo venían acosando varios medios y no había información clara sobre su salud–, algo denso y pesado se transformó en ahogo. Logré sentarme como despabilándome, aturdido, mientras la continuidad del zapping me confirmaba que Luis Alberto Spinetta había partido.
Entender y digerir me llevaría algo más de tiempo que leer esas palabras en la pantalla.
Como músico, docente y admirador del Flaco, no sólo fueron sus canciones, las pocas veces que pude verlo en vivo o los discos los que se me aparecieron como instantáneas sino también mi propia historia emocional. La conmoción también fue claridad y, pronto, candidez y placer. Viajar sin escalas al despertar mismo de una estética, una forma de mirar y sentir lo que nos pasaba.
Fogones, guitarreadas, el amor, el mundo de la juventud, el colegio, los amigos, el deporte, la noche, todo ese río… Pero sobre todo me metió de lleno en esa habitación, en esa pieza –con la puerta que empezaba a estar cerrada– donde una voz dulce y original desde un casete, en cualquier grabador, nos llevaba a lo más hondo, a la intimidad, y con inusual ternura («Laura va») o redonda crudeza («Me gusta ese tajo») nos hacía sentir identificados.
Su música conformó para muchos la banda sonora del paso al mundo adulto y, afortunadamente también, a libros, películas, pinturas, el teatro y la danza («Cuando el arte ataque», decía él). Y es que no era difícil que El Flaco te llevara a Cortázar o García Márquez, al cine de Favio o Buñuel, a Lorca, Proust o Dalí.
«¿Sacaste ese tema del Flaco?» . Las canciones de Spinetta fueron de acordes raros para quien quería abordarlos en una guitarra. De melodías alejadas, de giros fáciles y lugares armónicos comunes. De poesía audaz, frágil y subreal. De pinceladas de barrio y de estrellas.
Un tema del Flaco era también una contraseña, un guiño, un terreno donde abandonar moldes y prejuicios.
Recordar los recitales –siempre multitudinarios a pesar de cargar con el mote de universo poético musical difícil y hermético– es confirmar la completa comunicación del artista con su público, que lo acosaba con frases y comentarios entre temas para lograr esas salidas del Flaco, llenas de humor y delirantes definiciones.
–¡Flaco presidente! –gritaba el público.
–¡De acá! ¡Y vos vice! –les devolvía él.
Admirado y respetado por sus colegas y por sus agrupaciones, cuyos integrantes son en sí un catálogo poético spinetteano, el Flaco se rodeaba de excelentes músicos a los que elogiaba cada vez que podía (como cuando decía: «Y en teclados, una usina: la central Mono Fontana»).
Su público lo adoraba literalmente. A veces hasta el error circunstancial, como cuando silbaron a Charly García. El Flaco interrumpió y les preguntó: «¿Qué hacen, locos? Es mi invitado. Me están silbando a mí».
Siempre innovador, reacio a cantar sus clásicos (con voz de viejito decía: «No me van a pedir ‘Muchacha…’, eh») y con puestas impecables y potentes en cada uno de sus shows, quien quiera ingresar a su universo dispondrá de varias puntas: desde lo poético, a través de los discos «Artaud» o «Kamikaze»; desde lo rítmico y grupal, por «Invisible» o «Spinetta Jade»; desde lo roquero y eléctrico, por Pescado Rabioso y Los Socios del Desierto, o como solista por «Mondo di Cromo», «Pelusón of Milk», el doble «La, La, La» (junto a Fito Páez) y «Fuego gris», entre tanto de su extensa discografía.
Comenzando con el épico y fundacional disco «Almendra», Spinetta dejó una obra mayúscula, coherente, honesta, completa y fiel de sus distintas épocas como compositor, guitarrista e intérprete que seguramente con el tiempo lo elevará a la constelación de los mejores creadores del continente.
La huella que dejó la partida de un artista popular de su calidad y trayectoria habla también de nuestras sensaciones, de las personas que llevamos adentro, de nuestras construcciones, de nuestros sueños, de lo que pudimos hacer junto a su inestimable compañía.
Ese día, hace un año, la tele ya estaba apagada. Regaba el patio con la mirada perdida en la lluvia y sus gotas en el verde. «El Flaco –repetía una voz incrédula que era la mía–, El Flaco y su siembra, El Flaco y su arte atravesándonos, desatormentándonos con su daga samurai…».
El Flaco es un poco nosotros. Es nuestro. De los que lo quisimos. Es un testigo de nuestro paso, un compañero delicado y estremecedor.
Ese día, hace ya un año, ya no era un día para explicar otra vez por qué nos gusta Spinetta. Fue un día sólo para llorarlo, celebrando su música, su poesía, su arte, que seguirán iluminando (con su dulce luz) la adolescencia de tantos, invitando a pertenecer al costado más sensible, bello e inesperado de la existencia.
Luis Andrade (diario Río Negro)