Roberto Perdía, uno de los fundadores y dirigentes de la organización Montoneros durante los 60 y 70, contó detalles de su nuevo libro, “Montoneros. El peronismo combatiente en primera persona”. En 880 páginas, analiza errores y aciertos del pasado, con proyección al futuro.
Roberto Perdía atiende. A los 72 años tiene la voz ronca y un hablar pausado que no se altera. Escucha atento y se toma su tiempo para responder. Da explicaciones, o tal vez sólo revisa. De eso se trata para él este momento de la historia y de su vida.
“Montoneros. El peronismo combatiente en primera persona”, con prólogo a cargo de Vicente Zito Lema, es el nuevo libro que presentó Perdía, el número dos en la conducción de la organización guerrillera.
“Primero la patria, después el movimiento. Por último los hombres. Realmente creíamos en eso”, dice, y suena real. Y así, la patria, el movimiento, los hombres y aquellos años en los que las tres cosas significaban sangre joven vuelven al relato, junto a las convicciones y traiciones y, sobre todo, los significados de la derrota.
¿De qué trata “Montoneros. El peronismo combatiente en primera persona”?
Es una conjunción de una visión personal, con los datos concretos acerca de cómo se fue construyendo la propia organización de Montoneros, de la década del ’60 hasta que fue liquidada, de alguna manera hasta que se dejó sin efecto. Después de eso, el análisis de los gobiernos elegidos por el voto popular, un análisis sobre la realidad actual y algunas ideas sobre el futuro. Son 10 capítulos en 880 páginas.
¿Por qué este libro y en este momento?
La intención era iniciar un análisis a través de la experiencia personal, más que para volver al pasado, con destino en las futuras generaciones, para que conocieran aquello que fue muy importante en la vida política argentina y dejar una visión que sirviera para quienes quieran pensar el futuro y actuar dentro de él, tomando esto como un elemento de trabajo; acerca de cómo, parte importante de una generación hizo su experiencia en una Argentina muy concreta y específica de hace 40, 50 años atrás.
¿Esta revisión personal incluye lo que se hizo mal?
Sí, por supuesto. Desde el punto de vista general, lo digo siempre, volvería a repetir la experiencia de intentar este camino. Después, en ese camino, se avanza con aciertos, con errores, con medidas que cuando uno las ve en el paso del tiempo, las piensa distinto. Pero no pienso distinto acerca del camino recorrido, de luchar contra la dictadura, por mayor justicia, aquel compromiso de una generación que no bajó los brazos y que hizo que tanto tiempo después sigamos hablando de ello.
Era un momento histórico en el que se creía que la juventud tenía la capacidad de cambiar el mundo. Desde Montoneros, para concretar el cambio, eligieron la lucha armada y murieron miles de pibes. ¿Hoy cómo lee aquellos hechos?
A la distancia, lo que uno reflexiona es que, después de todo lo que pasó en la Argentina, sigue muriendo una generación de jóvenes en el país, desgraciadamente de manera violenta. Por cierto, que lo hace no con un objetivo político de cambiar la realidad, de generar un futuro mejor, sino que lo hace llevado por el mundo de la droga. La disputa eterna de ese juego de intereses está cada día más presente en la sociedad. Hace un tiempo atrás, hice un trabajo que comparaba las muertes actuales por gatillo fácil y prostitución, violencias grandes que aparecen en otras direcciones, relacionado con la de los jóvenes que murieron en los ’70. Lo que le pasa a nuestros jóvenes, de alguna manera, no trasciende en la vida política ni social y aparece en las páginas de inseguridad. Pero creo que la razón profunda deberían buscarla en otra parte. Justamente porque ese sueño no pudo realizarse es que tenemos estos hechos y estos problemas actuales.
Eso comparado con el ahora, pero si revisamos el pasado y desde la conducción ¿el afán de cumplir ese sueño no deformó la lectura de la realidad?
Esa es la autocrítica de fondo. La primera y gran autocrítica está centrada en el hecho de ver acercarse la victoria, en la cual en los cortos plazos, esos miles y miles de jóvenes no alcanzaron para lograr ese triunfo; pero, por otro lado, uno tiene que pensar el ejemplo que Montoneros tomamos de los caudillos del siglo XIX, que pelearon por hacer un país distinto. Aquella generación también fue derrotada y violentada. Recién 60, 70 años después los hechos fueron revisados por la historia; y, de alguna manera, así como los Montoneros del siglo XIX le dieron fuerza a los del siglo XX, habrá en el siglo XXI generaciones que con el nombre que sea, y la metodología que se corresponda a la forma histórica concreta, tomará todos aquellos sueños para tratar de llevarlos a la realidad. Ese es en definitiva el destino de la humanidad, que no está hecho de una victoria y de un día y para siempre, sino de una cadena de derrotas que sirven para reconstruir un futuro distinto. Así es como se producen los avances en este crucero de la vida humana.
Recién analizaba la muerte de los jóvenes actuales. Ellos mueren en este sistema que ustedes defendían, que sin lugar a dudas es mejor que una dictadura, pero parece que no fue el ideal.
Definitivamente. El hecho de que el pueblo pueda votar es mucho mejor, mucho más sano y más humano que una dictadura genocida. De todas maneras, las democracias que sobrevivieron a las dictaduras en la década de los ’80 fueron democracias condicionadas, militarizadas, que en muchos aspectos fueron continuidad -y sobre todo desde el punto de vista económico- de aquellos años de los ’70 y ’80. Yo creo que todavía tenemos una deuda en torno a las democracias reales, del pueblo, donde éste pueda opinar y actuar protagónicamente. De manera activa, y no simplemente votando cada cuatro años. Es en definitiva ir transformando todo esto en un proceso constituyente de derechos, donde cotidianamente podamos ejercer nuestra ciudadanía, esa es la democracia que soñamos.
Si hablamos de contradicciones, ¿cómo se entiende que alguien que defendió tales ideales después termine trabajando en el gobierno de Menem?
Tiene que ver con lo que dije: creíamos en ese momento que estas democracias podían servir para el pueblo. Hoy lo veo desde un punto de vista autocrítico. Personalmente, lo tomé en el sentido de que siempre se puede hacer algo. Trabajaba en Derechos Humanos, pero a veces ese algo que se puede hacer es inferior al daño que se puede causar, dándole sostén a un gobierno. Yo creo que en aquella época fueron muy graves las entregas de las empresas del Estado que tenían años y años de trabajo argentino acumulado, y que se las regalaron, se abrieron las fronteras y que destruyeron la industria en el país.
¿Cuál es entonces el mensaje más fuerte que quiere transmitir el libro?
Que tenemos que tratar de re-enseñar, de enseñarnos a nosotros mismos que hay que confiar en las fuerzas propias de la organización, que evidentemente es en esa fuerza donde radica la potencialidad de construir una realidad distinta.
FUENTE: diario La Mañana Neuquén