Betina González: “No me alcanzó el realismo para contar la angustia de ser adolescente. La escritora argentina, ganadora del Premio Tusquets de Novela 2012 habla de su última novela «Las poseidas».
POR JULIETA ROFFO (Revista Ñ)
La escritora apeló al gótico, el terror y la fantasía para escribir sobre la adolescencia.
Betina González: “Me cansa el realismo en la literatura”
Un colegio católico de señoritas, la primavera democrática, la iniciación sexual, la incertidumbre de la adultez y algunas personalidades en un mismo cuerpo son ingredientes de Las poseídas, obra con la que Betina González obtuvo el VIII Premio Tusquets de Novela en 2012. La autora de Arte menor (Premio Clarín de Novela 2006) se abocó en 2010 a la historia narrada por María de la Cruz López, alumna del Santa Clara, años después de esa adolescencia. Alejandra Pizarnik, lectura adolescente de la autora, es uno de los textos con los que Las poseídas se entrecruza. También con escritos religiosos, Otra vuelta de tuerca, de Henry James, y Los hermosos años del castigo, novela de la sueca Fleur Jaeggy que narra la vida en una institución católica para chicas. También dialoga, claro, con Lolita, de Vladimir Nabokov. Al respecto, sostiene la autora, “en general, la mirada literaria sobre ese momento de las chicas implica una visión muy masculina; me parecía que no había novelas que mostraran ese mundo desde adentro; creo que a la figura de esas chicas podía darle otra complejidad”.
–¿Qué puertas abrió tomar la adolescencia como escenario?
–La novela de iniciación ya es un relato potente porque es cuando te das cuenta de que el mundo de los adultos es falso. Si le sumás la atmósfera católica, se vuelve una atmósfera densa. Quería escribir sobre el despertar sexual y el paso a la adultez. Y aunque no es autobiográfico, porque poder inventar es una de las razones por las que escribo, conozco ese mundo de colegio católico.
–Esa adolescencia se inscribe en la post-dictadura, ¿qué posibilidades brinda ese trasfondo?
–Es la época en la que yo fui adolescente, así que conocí el contraste entre el furor de la vuelta a la democracia y cierto clima opresivo que latía. Un colegio católico era ideal para mostrar esa vida reglamentaria. Esas chicas no sólo descubren que el mundo de los adultos no está hecho de certezas sino de incertidumbres: también ven que eso se daba a nivel país. Los diarios desenterraban cadáveres todos los días, y convivir con ese terror del que es responsable otra generación, es otro golpe más. No les dejaron ninguna rebelión posible. Nos pasaba a todos: era imposible creer, militar, ese mundo estaba hecho trizas. Entonces, en la novela, hay un contraste entre querer ser libre y llevarte el mundo por delante, y darse cuenta de que no podés porque los que lo intentaron están muertos. Pero no es un texto de post-dictadura sino que sirve de telón de fondo.
–Felisa, una de las protagonistas, es un manojo de personalidades, y el fantasma de una alumna merodea la escuela, ¿de qué sirvieron estos elementos fantásticos?
–Hay una historia con elementos góticos y de terror, atravesada a la vez por el terror de la dictadura. El realismo, me parece, no alcanza para esas historias porque apunta a ser espejo del mundo. Como escritora, no me alcanzaba para narrar la angustia de ser adolescente, y de serlo en ese momento. Yo venía del realismo pero me parecía agotado; fue un desafío ir a una escritura con muchos registros, me gusta que el lector pueda imaginar mucho. La apuesta a lo realista puede limitar: tenés que crear muchísimos detalles para que todo sea verosímil. En cambio, elegir uno o dos detalles de una época libera a la novela de un proceso local muy grande, no anulás lectores.