‘Estudio para La última cena’, de Leonardo da Vinci.
Por MILENA FERNÁNDEZ (diario El País, de España).
Hay exposiciones excepcionales. Bajo el título, Leonardo, el hombre universal, la Academia de Venecia reúne 52 dibujos de Leonardo da Vinci, que desde hace 30 años no ven la luz por motivos de conservación y ahora es posible adminarlos, hasta el 1 de diciembre. Comprende una buena parte de la producción artística y de las investigaciones científicas del genio italiano: estudios de proporciones, naturaleza, armas, arquitectura, física y mecánica. “He querido presentar un diario personal, una lección de historia artística y científica del maestro”, explica a EL PAIS, la comisaria Annalisa Perissa Torrianini, especialista en la obra de Da Vinci y responsable de la conservación de los 25 dibujos “leonardianos”, adquiridos por la Academia veneciana, en 1822. “La luz es fatal para los dibujos: amenaza con borrarlos. Podemos exhibirlos solo durante tres meses. En diciembre volverán de nuevo a la oscuridad de los caveux europeos”, continúa. Se suman a la colección veneciana otros préstamos valiosos de la Biblioteca Real de Turín, la Galería de los Uffizzi de Florencia, la Galería Nacional de Parma, la Colección Real del Castillo de Windsor y el British Museum de Londres.
Todo comenzó en 1469, cuando el padre de Leonardo, Piero da Vinci, visitó el taller del famoso artista florentino, Andrea Del Verrochio. Piero da Vinci llevaba bajo el brazo un puñado de diseños, firmados por el chico, que apenas tenía 16 años. Sin pensarlo un segundo, el padre de Leonardo le suplicó al maestro para que convirtiera al muchacho en su aprendiz, no sin antes preguntarle: “¿Cree mi hijo puede sacar algún provecho de sus dibujos?”. Provecho es poco. En toda la obra del gran genio del Renacimiento, el dibujo interviene siempre. Sobre el papel, Leonardo anota ideas, hace bocetos, corrige una y otra vez. Sobre el papel, Leonardo, razona, pasa de una idea a otra con la fuerza de su mente creativa. Sobre el papel, convierte el dibujo en un arte.
A las tres de la madrugada del sábado 14 de abril de 1452, nacía Leonardo da Vinci, fruto de la relación ilegítima que mantuvo el notario Piero da Vinci con una mujer pobre, llamada Caterina. Ya desde niño, el padre advierte la capacidad inconsciente de su hijo para asociar formas con gran velocidad y llevarlas al papel. Y es por eso, que en 1469, el progenitor alquila una casa, en la cuna del Renacimiento, la ciudad de Florencia. Ese es el año en que, por primera vez Leornado, siendo un adolescente, pisa el taller de Andrea Del Verrochio, el más importante y serio de la época. En la escuela de arte, Leonardo absorbe como esponja conocimientos y técnicas de su maestro que, desarrollará durante su larga trayectoria: el uso de la luz, los matices del fondo, las formas tridimensionales, y en particular, la sensibilidad por la escultura. Uno de los dibujos más antiguos de Leonardo, Studio di panneggio per figura inginochiata, realizado a los 27 años se expone en Venecia. Es considerado un estudio de preparación para el ángel que aprece de espaldas en Bautismo de Cristo, pintado por Del Verrochio, propiedad de los Uffizzi. “La técnica es excelente, va más allá de la superficies, parece una escultura”, destaca Perissa. Se exhiben además otros dibujos peparatorios de La última cena, La batalla de Anghiari y San Juan bautista.
Artista viajero, visitó Milán, Roma y Francia. Desembarcó en la ciudad de los canales a los 48 años. El viaje dura solo dos meses, pero fue suficiente para despertar inquietudes entre los colegas de la época. Giorgione quedó impresionado al ver el dibujo diminuto (116 por 91 milímetros) de Cabeza de Cristo coronada de espinas, aquí expuesto, y preparado con una punta de oro. Han pasado más de 500 años y los reflejos dorados todavía se perciben en la melena de Cristo. El dibujo es dueño de una mirada penetrante, un rostro dramático y un gesto de sufrimiento. Perissa ha querido resaltar la fuerza de una imagen tan pequeña, colgada junto a la pintura de Giorgione, Cristo con la cruz. (68 por 88 centímetros.). “El cuadro de Giorgione no logra transmitir la potencia de la mirada penetrante que posee el Cristo de Leonardo; de ningún modo logra superar la composición novedosa del maestro”.
Leonardo consideraba que todos los elementos de la naturaleza deben ser representados en la pintura. “La pintura es la más perfecta de todas las ciencias. Si un pintor quiere ser bueno, debe confrontar su arte con todas las cosas que produce la naturaleza. Me parece muy triste el pintor que solo es capaz de hacer bien una figura y no es capaz de ver árboles, animales, flores, hierbas”, escribió el artista, en su libro La pintura. La botánica es otro tema de la muestra, que, destaca el lado más romántico de un Leonardo joven, cuya inocencia se refleja en los dibujos de ramos de moras y violetas, algunas de las cuales aparecen en pinturas firmadas por Del Verrocchio. El viaje a la mente de Da Vinci prosigue con dibujos de temas militares, efectuados entre 1483 y 1490, para pasar luego al periodio francés, bajo las órdenes del rey de Francia, Francisco I. La comisaria Perissa no oculta la emoción que provacan en ella, ver juntos, por primera vez dos dibujos que son obras maestras: Fanciulla che indica y Ninfe danzanti. El primero ha seducido durante siglos a estudiosos del mundo entero, encantados por el misterio y la magia que envuelven a esta mujer, que, con la mano izquierda señala hacia el infinito. Hay que reconocerlo, el rostro posee la sonrisa inconfundible de la Gioconda. “Ambos dibujos pertenecen a una representación teatral. Leonardo diseñaba y construía escenografías para el teatro y matriomonios. Era también lo que hoy definimos un escenógrafo”, matiza Perissa.
La muestra concluye con el dibujo más célebre de Leonardo, el Hombre de Vitruvio, realizado a partir de los estudios del arquitecto de la antigua Roma, Vitruvio. El hombre de melena larga, (que algunos críticos sostienen es un autorretrato) posa con los brazos y las piernas extendidas, y es sin duda el símbolo de las proporciones humanas ideales, que, se sobreponen a las figuras geométricas perfectas: el círculo (el cielo) y el cuadrado (la tierra). Junto al melenudo hombre vitruviano, por primera vez, cuelgan otros 11 estudios de proporciones de caballos y de perfiles humanos, indispesables para comprender la obsesión de Leonardo por las proporciones. “El pintor debe pintar respetando las reglas de un cuerpo natural, que debe presentar proporciones exactas”, escribió Leonardo, una de las mentes más brillantes de Europa durante el primer Renacimiento. Y de su genialidad quieren ser testigo los centenares de turistas que, pese a las mareas altas del otoño, hacen cola a diario para observar una exposición tan particular.