Juan Grela. “Escuchando al lector”, 1945, óleo sobre tela, 110 x 160 cm.
Pintura. 80 años después, un grupo de obras de Berni, Grela y otros da cuenta de un acontecimiento clave para la historia del arte argentino.
Por Ana Maria Battistozzi (Revista Ñ)
Quien se acerque en estos días al Espacio de Arte de la Fundación OSDE se encontrará con un gran conjunto de obras de las cuales apenas un puñado le resultará conocido. Reconocerá quizá “Primeros pasos”, la gran pintura de Berni que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes, y varios de los retratos afines. El resto se le revelará como una grata sorpresa llamada a reflexionar sobre el carácter y los rasgos de una realidad que exceden en lo temporal y geográfico los límites que fijó Beatriz Sarlo en su conocido ensayo Una modernidad periférica , de 1988. Se trata de un centenar de obras unidas por el hilo de una asociación de artistas que surgió en Rosario en plena crisis del 30.
Impulsada por Antonio Berni al regreso de su primera y transformadora estadía en Europa, la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos nucleó entre 1934 y 1936 a los artistas más inquietos y curiosos de Rosario. La mayor parte de ellos, sensibilizados por una realidad social que reclamaba nuevos modos de lectura e interpretación. Juan Grela, Leónidas Gambartes, Anselmo Píccoli y Ricardo Sívori se contaron entre ellos pero la proyección de ese agrupamiento, que comenzó en un taller de dibujo que dictó Berni en el Museo Municipal de Bellas Artes y sumó luego otros actores, se hizo sentir más allá del tiempo y del grupo original al aflorar en su seno distintas posiciones estéticas respecto de los vínculos del arte y la política. Esto se acentuó particularmente a partir del impacto que suscitó la presencia de Siqueiros en 1933. Y aunque la vida de la agrupación fue breve –duró apenas dos años–, su significado y proyección resultan fundamentales para una comprensión del arte argentino.
Así lo entendió el curador Guillermo Fantoni, investigador que desde hace tiempo se ocupa de distintos aspectos de la modernidad en Rosario y reunió para esta ocasión un conjunto de bellas pinturas, dibujos, grabados y una escultura que, sumados a documentos y fotografías contribuyen a un panorama de gran interés alrededor de ese momento en parte desconocido y, como tal, poco apreciado. Muchas de las obras permanecieron olvidadas y sobrevivieron con dificultad gracias al sostén de las familias de los propios artistas. Otras tuvieron una limitada visibilidad en museos de provincia, como el dePergamino, el Franklin Rawson, el Castagnino Macro de Rosario o la Agrupación Bomberos Zapadores II, que atesoró las dos pinturas al temple que Medardo Pantoja pintó en 1937 para rendir homenaje a esa sacrificada actividad. Mucho de esto se nota en el precario estado de conservación que exhiben algunas pinturas y afecta también a sus marcos. Con todo, lejos de desvalorizar el conjunto, estos problemas no resueltos por la producción de la muestra sugieren la idea de un tesoro que permaneció largamente oculto y acaba de ser descubierto. Algo que no se aleja demasiado de la realidad.
La muestra, que lleva por título El realismo como vanguardia y se apoya en el rol decisivo que tuvo Berni como conductor y propagador de los postulados teóricos de su Nuevo Realismo, distingue tres núcleos que responden a distintos abordajes de lo real. Todos ellos presentes en la obra de Berni y en los debates y experimentaciones que sobrevolaron los años 30 y se proyectaron más allá, llegando incluso a los años 40, 50 y 70 como se advierte en las inquietantes pinturas de Anselmo Piccoli, del 42 y 43, y las de Alberto Mántica, del 52 y 76, incluidas en el núcleo Devoción por el ensueño . En este apartado lo cotidiano se vuelve extraño y parece traducir una voluntad de fuga. En cierto modo comparte el viaje hacia los Dominios encantados del surrealismo, último capítulo que agrupa unas acuarelas imperdibles de Gambartes.
El primero, llamado Adhesiones a la realidad , presenta distintas formas de figuración orientadas hacia un realismo que pone el acento en las cuestiones sociales y da ingreso a un universo plebeyo a través de escenas y retratos como “Campesina”, de Anselmo Piccoli y “Linyera”, de Ricardo Sívori. Allí cobra protagonismo “La trilla”, un cuadro de Luis Ouvrard cuya figuración recuerda en mucho a “Los estibadores” de Guttero. Ouvrard no formó parte de la Mutualidad pero estuvo muy cerca de Berni y es uno de los que acusó la influencia de Siqueiros. Otro artista de interés del que se tenía escasa referencia y cuya destreza en el manejo del espacio y color es posible conocer en esta muestra es Medardo Pantoja, autor de las dos pinturas del cuartel de Bomberos.
En medio de sólidas formaciones académicas aparecen intenciones experimentales que apuntan a la reformulación de lenguajes y buscan una convergencia entre la vanguardia política y estética. Es el momento en que Berni realiza “Manifestación” y “Desocupados”, sus grandes pinturas de escala mural al temple sobre arpillera, ambas de 1934, que reflejan zonas reconocibles de Rosario pero superponen influencias de la pintura metafísica, el surrealismo y el muralismo. Una pena que no se haya podido integrar ninguna de ellas a esta exhibición. La hubieran convertido en un acontecimiento histórico y hubieran reforzado la visión del lugar central que ocupó Rosario en la renovación estética de aquellos años. Con gran acierto, el conjunto empezó por mostrarse entre mediados de marzo y mayo en la ciudad que lo alumbró y resulta esencial a una comprensión y apreciación de la mayoría de las pinturas incluidas.
Si bien la muestra se concentra en la Mutual y su expersiencia de sólo dos años, hay artistas que proyectaron su espíritu en los años 40 y más allá. Tanto en el empeño de mantener en alto el ideario de una estética comprometida como en la renovada formulación de influencias de la pintura metafísica, la nueva objetividad, el realismo mágico alemán y el surrealismo. Todo eso fue adquiriendo carta de ciudadanía local tanto en el tratamiento del paisaje como en el retrato que refleja la melancolía inasible de un mundo y una época que se encaminó a un autoritarismo generalizado. Lo reflejan las escenas de Gambartes y los enigmáticos retratos de Berni, de Anselmo Píccoli, de Grela y Juan Berlengieri de los 30 y 40.
Hay hallazgos como los dos paisajes desolados de Alfredo Mántica de los años 50 y las escenas de Cayetano Aquilino, ambos de un refinadísimo tratamiento del espacio y el color que recrea una atmósfera tan poética como melancólica.
La experiencia de la Mutualidad fue referencia frecuente en la profusa historiografía que se ocupó de Berni en los últimos años pero nunca había sido focalizada como en esta ocasión. Ni mucho menos presentada con el despliegue de sus aportes a esta escala. Una posibilidad que brinda el sistema de muestras, hoy expandido como nunca antes, es revisar y reinscribir a través de él nuevos capítulos de la historia del arte, como en este caso. Esto adquiere especial relevancia en el país por varias razones. Una de ellas tiene que ver con la escasez de escritura crítica disponible hasta hace sólo unos años y con la consecuente necesidad de revisarla con nuevas contribuciones. Más aún si se trata de correr el eje de ciertas visiones alumbrando nuevas escenas y nuevos actores como en este caso.
Entrada: gratis