Por Avelina Lésper (Crítica de arte mexicana)
La educación artística, como la conocemos hasta ahora, no tiene sentido. Los planes de estudio están de espaldas a la realidad de los aspirantes a vivir de su talento artístico. No cumplen las expectativas de los jóvenes interesados en crear dentro de las disciplinas que exigen niveles de calidad y de desempeño como son la pintura, el dibujo, la escultura y el grabado y tampoco satisfacen las de los “artistas”. La misión de una escuela de arte es darle al alumno las herramientas teóricas y prácticas para que pueda desarrollar sus capacidades. Este aprendizaje no termina nunca y de hecho comienza al salir de la escuela, en el trabajo diario, con la experiencia y la implantación de metas. Pero estamos en el siglo de la devastación del arte y sucede que todos son artistas y cualquier cosa es arte. Esta noción demagógica, fantasiosa e irresponsable, democratizó a la mediocridad. Ya no hay que desarrollar talento, ni aprender técnicas de ningún tipo y tampoco hay que trabajar. El artista y su obra están dados. Seamos realistas, la teoría del arte ha exterminado al proceso educativo.
En esta utopía del arte todos los alumnos ya son artistas y deben ser aprobados, promocionados y premiados. Masticar comida y escupirla, grabaciones del ruido de la calle, una manguera enrollada: summa cum laude. El error y el acierto, fundamentales dentro del proceso cognitivo del aprendizaje, están nulificados ¿Cómo un maestro va a reprobar o corregir a un alumno por la calidad de un trabajo si todo es arte y la obra es infalible? No existen parámetros o criterios de evaluación y el maestro no tiene autoridad para hacerlo. La misión de adquirir conocimientos también es obsoleta. Si ya la obra está dada, qué le enseña el maestro al alumno.
Ya tienen Asiento, Francisco de Goya.
Para los jóvenes que desean ser pintores, escultores, dibujantes, grabadores, la escuela actual se queda corta. Las materias ya no profundizan y por incorporar a las nuevas tendencias quitan clases y horas de trabajo. La pedagogía de la no frustración, paternalista y condescendiente, niega la autocrítica indispensable en el desarrollo artístico. Materias fundamentales como dibujo al desnudo, técnicas pictóricas y escultóricas se dan con un barniz superficial. Estas disciplinas exigen el perfeccionamiento para alcanzar, con libertad, un lenguaje y estilo. Por esto, la solución es dividir a la educación artística. Siguiendo el criterio de selección y marginación de los museos de arte contemporáneo, que sólo admiten obras realizadas con discos usados de vinilo, montones de hamburguesas y pegatinas con mensajes xenófobos. Por un lado, en la escuela de Artes Plásticas los alumnos aprenderían con profundidad historia del arte, las distintas técnicas plásticas, utilización de materiales, el formato monumental, entre muchas materias que hoy se abordan con superficialidad. Y, por otro, crear una escuela de Educación Interdisciplinar para “artistas” con un un año de duración. Esta escuela sería un trámite burocrático que le permita al estudiante acceder a instituciones y becas. Las clases se avocarían a sus búsquedas creativas: llevarlos a basureros a recolectar objetos; clase de reflexión, retórica y jerga curatorial para que la obra tenga una explicación; sesiones con psicólogos que motiven los interiorismos existenciales de sus performances; de apropiación de obras y que entre ellos mismos usurpen su trabajo; de readymade y las diferentes categorías en las que se puede dividir y un etcétera que se actualizaría según los caprichos de la moda. A diferencia de las escuelas de artes plásticas, que requieren de espacio para talleres, hornos, tórculos y piezas escultóricas, ésta escuela de Educación Interdisciplinar para “artistas” se basta con un aula con sillas, archiveros y máquina para café.
Tal vez así mejore nuestro nivel artístico y dejen de traumar la sensibilidad de los jóvenes “artistas” obligándolos a estudiar el demandante y muchas veces frustrante proceso de la creación de las artes plásticas, cuando lo que quieren es exponer muebles rotos y bolsas de plástico y buscarles una reflexión. Mención honorífica, todos son artistas, la utopía ha llegado, el abismo de la estulticia se abre infinito. Hay sitio para todos.
Publicado en el Suplemento Cultural Laberinto de Milenio Diario, el sábado 12 de mayo del 2012.