Federico Luppi con uniforme militar

1423661541_515843_1423661691_noticia_normalEl veterano actor argentino interpreta a un general encarcelado por su papel en el gobierno militar, en una obra de Santiago Varela sobre el incendio del teatro El Picadero

Tiene algo de sobrecogedor ver a Federico Luppi (Buenos Aires, 1936) vestido con un uniforme militar, cargado de medallas añejas y empolvados galones. Su senectud de cabello blanco, oído duro y dedos nudosos por la artritis inspiran una ternura incompatible con la rigidez del atuendo; con el terror que inspira saber que esos cortes de paño le convierten en un asesino; un represor y un traidor a la patria que juró defender.

Para el actor, sin embargo, no es más que el uniforme del trabajo que le trae de nuevo a España, donde hacía siete años que no actuaba. Luppi interpreta a un ex general en el momento en el que un canal de televisión acude a la cárcel en la que se encuentra recluido para entrevistarle. El tema de la entrevista es el incendio del Teatro del Picadero pero, con ese telón de fondo, el militar deja ver sus opiniones sobre la democracia, la libertad de expresión y la cultura.»Es como meterse en la cabeza de un ser autoritario», asegura Hugo Urquijo, el director. Y lo que allí se ve es muy parecido a lo que dicen que decía Goebbels (ministro de la Propaganda de Hitler): «Cuando escucho la palabra Cultura me llevo la mano al revólver».

«Lo que más odian los regímenes totalitarios de la Cultura es el poder del teatro de volver a poner sobre la mesa cosas del pasado», dice Albert Boadella, director de los Teatros del Canal que acogen ‘El reportaje’ desde el 11 al 22 de febrero. «Hay que estar atento a cualquier movimiento social, para no volver a caer en la trampa de los totalitarismos, porque yo no estoy nunca seguro de que esto no vuelva a suceder», añade pensativo.

Boadella tiene la virtud de encontrar en el teatro que programa el hilo político que le ata con la situación que vivimos en España. En este caso, más que un hilo, lo que hay es una madeja entera de verborrea confusamente autoritaria que no nos resulta en absoluta ajena. Y es que no estamos hablando de tiempos remotos ni áridas estepas, sino del año 1976, cuando el Ejército argentino sacó los tanques a la calle.

 

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