Las historias de la Casa de Gobierno

imagen (1)Cien años de historia escritos en un edificio. La Casa de Gobierno vio crecer Neuquén. Es espacio de resguardo y desafío del poder.
Desde el Bicentenario de Mayo, la Casa de Gobierno se ilumina con una guarda de luces celestes y blancas.

Por Marcela Micolich Gerardo Burton Especial para «Río Negro»

NEUQUÉN.- Gris desde siempre, a partir del Bicentenario de Mayo una guarda de luces celestes y blancas adorna como una diadema las almenas de la Casa de Gobierno al final del día. Se revela simultáneamente como el espacio de resguardo y de desafío al poder dentro del circuito de manifestaciones públicas en la ciudad.

Puede asimilarse a la caracterización que hizo la socióloga Silvia Sigal de la Plaza de Mayo porteña: se trata de un lugar «sobrecargado de sentidos» cuya significación histórica no puede ser reducida a una idea protocolar o institucional.

Comenzó a construirse a principios del siglo XX para funcionar como Jefatura y Comisaría de Policía del Territorio, en un terreno que en ese entonces era secundario respecto del verdadero centro de poder. En 1929 devino en sede del Ejecutivo y residencia de su titular y, desde 2009 es patrimonio histórico por ley provincial 2642.

En un principio, el diseño del edificio policial fue la recreación en ladrillo del arquetipo de fortaleza medieval que expresaba los atributos de dominio y jerarquía en la ciudad moderna que había imaginado el gobernador Carlos Bouquet Roldán.

Los castillos y sus detalles constructivos inspiraron numerosas obras a partir del historicismo arquitectónico de moda en Europa desde el siglo XIX.

En nuestro país, se observó el empleo de estilos clásicos para edificios gubernamentales y palacios urbanos, de lineamientos románicos o góticos para iglesias y de estas formas de arquitectura militar en desuso para penitenciarías y dependencias castrenses, como el cuartel militar de Liniers, actual Museo del Ejército y la cárcel de Caseros en Buenos Aires, entre otros.

El comisario Adalberto Staub proyectó e inició las bases con mano de obra de la propia fuerza en 1916, en el ángulo sudeste –Roca y La Rioja– de la manzana 39 de la ciudad. A pocos metros, sobre La Rioja, funcionaba desde 1905 la comisaría: una «modestísima construcción de barro y palo, que ostentaba como señal de distinción un escudo y la bandera nacional», según Gregorio Álvarez –»Neuquén, historia, geografía y política»–. El caserío contaba con pocas y dispersas casas mimetizadas con el paisaje, lo que obligó a las dependencias oficiales a compartir espacios y realizar mudanzas provisorias que se volvían definitivas en algunos casos.

La precariedad y las necesidades de la supervivencia marcaban un ritmo colonial a la llegada del progreso impulsado por la Generación del 80. Si bien el proyecto arquitectónico tenía el anhelo de expresar virtudes «nobles y caballerescas», la intención quedó trunca desde el principio: en efecto, ya sin malones ni bandoleros de quien defenderse a la vista, los problemas se plantearon desde dentro.

El 23 de mayo de 1916 hubo una fuga de más de 80 presos de la cárcel que terminó con el fusilamiento de ocho en el paraje Zainuco, entre Zapala y el paso Pino Hachado, a más de 250 kilómetros de la capital. Staub –comisario en Zapala– y el gobernador Eduardo Elordi aparecieron en las primeras planas de los diarios porteños –en especial en «La Nación», del cual era corresponsal Abel Chaneton–como responsables directos del hecho.

Staub fue absuelto y designado jefe de la Policía tras la renuncia de Eduardo Talero por su desacuerdo con el manejo político de la fuerza. En 1917 Chaneton fue asesinado en el centro de la capital neuquina pocos días antes de ser recibido por el presidente Hipólito Yrigoyen.

La obra avanzó por etapas y finalizó en 1955, con la gestión del gobernador Pedro Quarta. Se convirtió en uno de los puntos de referencia para los festejos patrios, muchos de los cuales se celebraban en la plaza Roca con vecinos y escolares, en especial durante el frecuente ejercicio del poder por parte de los militares en la segunda mitad del siglo pasado.

Los desfiles «convocaban a la comunidad en torno a la plaza u otros puntos que en lo cotidiano sólo eran vistos por la población como espacios comunes de esparcimiento, pero que cambiaban su significado el día de una fiesta patria», según expresa la historiadora Graciela Iuorno en «Neuquén, ciudad imaginada, ciudad real». Y a continuación cita el testimonio del vecino Mauricio A.: «El desfile se hacía frente a la municipalidad, donde estaba el monolito… frente a la estatua del general Belgrano, sobre el monumento a Sarmiento, pero fundamentalmente frente a la Gobernación».

Luego de la provincialización en 1958 y de la progresiva conformación de una sociedad de neuquinos –esa identidad que abarca también pobladores de orígenes trasandinos, mapuches, europeos y de otras provincias–, la Casa de Gobierno devino en anfitriona de actos, movilizaciones y exhibiciones de fuerza sectorial, de cara a los vaivenes políticos locales y nacionales. Alborotaban la siesta pueblerina gremialistas, ciudadanos sin derechos civiles, desclasados: el componente plebeyo quedó así definitivamente incorporado a la genética de la protesta en Neuquén en la medida en que las formas de participación popular suponen, en la Argentina, el cuestionamiento iconoclasta del poder por la irrupción de los excluidos en el escenario social y político.

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