Buenos Aires bestial: cuando caminaban gliptodontes en Avenida de Mayo. Hallazgos paleontológicos revelan qué animales habitaban la Capital hace un millón de años.
Buenos Aires estuvo bueno alguna vez, hace tiempo, hace mucho mucho tiempo: un millón de años. Paraíso y utopía inocente de ambientalistas actuales, tenía más verde que gris, ecoparques naturales por todos lados y ausencia total de cemento. Pero no había hombres, mujeres o niños que pudieran disfrutarlo. Los primos lejanos de nuestra especie recién estaban saliendo del Africa y comenzaban a desparramarse por el mundo. En esa época, los dueños del territorio que hoy forma parte de la Ciudad eran unos animales que la ciencia describe –por su tamaño– como megamamíferos. Gliptodontes con caparazones del tamaño de un Fiat 600, mastodontes que le hacían honor a su nombre, con un peso de más de 7.000 kilos, y megaterios (un perezoso gigante) de casi cinco metros de altura. Verdaderas bestias porteñas.
Reconstruir el pasado. Los detalles que hoy se conocen sobre el paisaje y la fauna de esa época son el fruto del esfuerzos de varias generaciones de paleontólogos. Ilustres y menos conocidos, todos con el mismo entusiasmo y curiosidad. Algunos pudieron publicar sus datos en libros que son biblias del tema. “La Argentina fue el primer país de América latina que tuvo un sistema de transporte subterráneo de pasajeros. En 1929 avanzaban las excavaciones del túnel por debajo de la avenida Corrientes y, al llegar a la altura de la avenida Callao, los obreros se toparon con trozos de corazas de enormes gliptodontes. El túnel crecía día a día y a la altura de avenida Madero (en el Luna Park) se encontraron huesos de mastodonte, el cráneo de Scelidotherium (un perezoso terrestre) y la mandíbula de un oso de las pampas”, relata Fernando Novas en Buenos Aires, un millón de años atrás (Siglo Veintiuno Editores), una obra monumental que rescata las anécdotas de los hallazgos de fósiles y rinde homenaje, además, a las figuras máximas de la paleontología local, con el lujanense Florentino Ameghino a la cabeza.
Con semejantes habitantes, por supuesto que el ambiente también era distinto. “Buenos Aires en ese tiempo tenía mucho de la Patagonia, grandes extensiones barridas por el viento frío, con algunas zonas de pastizales pero también parches de suelo a la vista, matorrales aislados, ningún árbol, y el territorio mucho más vasto: continuaba unos 300 kilómetros mar adentro”, describe el paleontólogo Sebastián Apesteguía, de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara. ¿Y se parecía a algo actual? “No por las plantas, pero sí por los animales, tendría mucha semejanza con la sabana africana, ya que había manadas de animales pastadores livianos, como los hippidiones (caballos primitivos), y también pastadores pesados, como las macrauquenias –que son más pesadas de lo que se dice por ahí– y los infaltables gliptodontes y perezosos gigantes. Algunas especies de alzada más baja, como los neosclerocaliptos y los scelidoterios, hacían grandes cuevas que excavaban en el suelo y donde se refugiaban. Los otros eran demasiado grandes y debían dormir a la intemperie, al acecho de los grandes predadores de esa época, como los tigres dientes de sable, los lobunos Theriodictis y los últimos fororracos, conocidos como aves del terror”, enumera Apesteguía.
Con los fósiles recolectados de esa fauna porteña, otro desafío fue ponerles imagen. Allí intervinieron los paleoartistas, verdaderos artistas que reconstruyen el pasado. En el mundo son famosos los que se dedican a ponerle cuerpo y rostro a los dinosaurios. Pero también hay otros que se dedican a reconstruir el Mundo Perdido de los megamamíferos, que se extinguieron hace unos 8 mil años por causas que aún se debaten. Daniel Boh, director del Museo Punta Hermengo, en Miramar, e ilustrador que hizo las imágenes de esta nota, es uno de ellos. “Me atrae esta megafauna porque vivo en una zona en la que sus fósiles son encontrados con frecuencia y a veces me parece que los paleoartistas no la tienen en cuenta, pese a que fueron unos animales muy interesantes, de los cuales todavía hay mucho por investigar”, comenta.
En el año 2000, los obreros que trabajaban en la extensión de la línea B del subte porteño a la altura de Triunvirato al 2900, en el barrio porteño de Chacarita, encontraron los restos fósiles de un gliptodonte de 2 metros de largo, 800 kilos de peso y 1 millón de años de antigüedad. Estaban incrustados 12 metros bajo tierra. Al año siguiente, encontraron más fósiles a sólo 50 metros. No fue el primero ni el último. El año pasado hallaron otro en Ezeiza. Como un cielo bajo los pies, los paleontólogos saben que, en las entrañas de Buenos Aires, hay más tesoros por descubrir.
FUENTE: Diario Clarín