Dejar el poder: tristeza, alivio y terapia, lo que sienten los políticos que vuelven al llano. Abandonar un cargo de alto perfil repentinamente obliga a los dirigentes a enfrentarse a un vacío muchas veces difícil de digerir
Fuente diario La Nación
Llegó el día de limpiar el escritorio y de guardar las montañas de papeles, los retratos familiares y los adornos en una caja que será difícil de levantar. El momento de despedirse de los asesores más cercanos y de todas esas personas a las que cada día saludaba en su camino al despacho aunque no supiera ni cómo se llamaban. A la hora indicada, tuvo que acercarse a la puerta, mirar para atrás una última vez y esperar ese suspiro hondo que pondría punto final a una etapa.
Al día siguiente, aguardaba lo desconocido. Las pocas certezas eran que el auto con el chofer no iba a estar estacionado en la puerta de su casa como todas las mañanas, que el teléfono iba a sonar mucho menos y que nadie le iba a pedir con urgencia que tomara decisiones que pudieran cambiar la vida de miles o millones de personas.
Lo que pasa por la cabeza de los políticos es muchas veces un misterio, pero cuando se quedan sin trabajo y dejan el poder en manos de otro dirigente todos deben enfrentarse a la misma situación: el vacío. «Es como si vinieras en un Fórmula 1 y de repente chocás contra una pared», grafica Graciela Fernández Meijide , ministra de Desarrollo Social durante el gobierno de Fernando de la Rúa.
Depresión, derrumbe de la autoestima, alivio o satisfacción son algunas de las sensaciones con las que deben lidiar muchos dirigentes que ocuparon cargos importantes y que de un momento a otro volvieron al llano. Algunos van a terapia, muchos vuelven a sus actividades anteriores y otros tantos celebran haberse quitado de encima la presión. «Fue un gran alivio. La carga es muy pesada para los que sufrimos el poder», admite el ex presidente Eduardo Duhalde en diálogo con LA NACION, mientras recuerda que no aguantó para irse rápido de la ceremonia en la que le traspasó el mando a Néstor Kirchner en 2003 y subirse con su esposa al avión del entonces mandatario brasileño Lula da Silva. «Al día siguiente estaba de pantalón corto y de compras en Brasil con Chiche (Hilda, la mujer)», dice entre risas.
Duhalde cuenta que padeció el poder tanto como lo hicieron, según él, sus sucesores Néstor y Cristina Kirchner y «un poco» el actual presidente Mauricio Macri. «El único que gozaba del poder era Carlos Menem», relata. Duhalde acudió al psicoanálisis en esa época. «Cuando dejé el municipio [Lomas de Zamora, en 1987], nunca más quise volver a pisar la municipalidad; cuando dejé la gobernación [de Buenos Aires, en 1999], no quería volver más, y cuando dejé la presidencia, tampoco», dice, y confiesa lo que en su momento le dijo su psicólogo cuando hablaban del fin de los mandatos: «Lo que pasa es que usted siente mucho rechazo».
Al doctor en Psicología y profesor de Psicoterapia de la UBA Eduardo Keegan le tocó atender a «varios políticos» que llegaban al consultorio deprimidos tras haber dejado su cargo. Según el especialista, la sensación se asemeja a lo que le pasa a alguien cuando se jubila. El paciente debe diferenciar su valor personal de lo que era su cargo.
«Los políticos pueden sentir depresión o que son inútiles. Hay que ayudarlos a descubrir que su valía personal está en otras cosas», afirma Keegan. Y agrega: «Mucha gente exagera y mezcla un cargo con el estatus personal. El teléfono sonando, la secretaria y un auto con chofer son manifestaciones visibles del estatus. Cuando perdés el poder, se da el fenómeno opuesto: que nadie te haga ni un café. Si no hay un equilibrio personal, es difícil».
El ascenso político de Juan Manuel Abal Medina en el kirchnerismo se frenó de un momento a otro. Como si hubiera pisado cada escalón de una escalera, pasó por numerosos cargos que le implicaban más responsabilidad hasta que llegó a la Jefatura de Gabinete, en 2011. Casi dos años después, esa etapa terminó y un día volvió a su casa sin ningún cargo por un tiempo, hasta que volvió al ruedo. Hoy es senador nacional por el Frente para la Victoria.
«Venía de posiciones cada vez de mayor intensidad y demanda y de golpe estaba en mi casa, no en la oficina. Sentí cierta depresión por no saber qué hacer con el tiempo», sostiene a LA NACION tras estar un largo rato en silencio, pensando.
Abal Medina cuenta que aprovechó el tiempo libre para ordenar la biblioteca, volver a leer y, lo más importante según él, para dedicarse a sus tres hijas, a las que no veía tanto como quería. «En el primer fin de semana juntos una me dijo: «Papá, ¡qué buenas vacaciones!». En ese momento me pregunté ¿qué había hecho todo esos años?», dice.
Ricardo Gil Lavedra ocupó numerosos puestos en la administración pública durante su larga trayectoria, pero dejar los cargos no fue traumático para él. «Tengo una relación muy amigable con mi autoestima. Uno tiene que tener claro que los cargos son pasajeros. Uno no nace ni muere siendo funcionario», reflexiona.
Sin embargo, el ex diputado nacional y ex juez del juicio a las Juntas sí se sintió «un poco mal» cuando dejó el Ministerio de Justicia en 2000. «Me fui con la frustración de no haber llevado a cabo lo que quería», afirma, aunque también admite que sintió «alivio».
Ese alivio puede ser el mismo que vivenció Ricardo López Murphy, ex ministro de Economía de la Alianza. Aunque dice que «no esperaba que las cosas fueran como fueron» en su partida, haber vuelto a su vida académica «fue como un pez que volvió al agua».
El economista recuerda la administración pública como «un servicio de un costo inmenso» que hizo con «patriotismo» y afirma que no tardó mucho en acomodarse. Hoy, lo suyo es el bajo perfil.
El ex gobernador de Santa Fe Hermes Binner dice que todavía no padeció el vacío de dejar el poder. Cuando dejó el Ejecutivo provincial, asumió enseguida como diputado. Sin embargo, admite que «hay que estar preparado» para el momento en el que deje la política, pues «ese día va a llegar». Mientras tanto, todo es «satisfacción», señala.
Fernández Meijide califica la etapa que vivió tras dejar Desarrollo Social de «durísima». Según cuenta, el vacío que sentía a su alrededor amenazó con arrojarla hacia un pozo depresivo, que finalmente pudo evitar con terapia y con el ejercicio de descargar sus pensamientos en la escritura de su libro La ilusión, que cuenta la trama del colapso de la Alianza. «Llevó tiempo, pero me tranquilizó», afirma.
La dirigente también recuerda que haber dejado un cargo tan relevante no la volvía invisible y que temía que en la calle la agredieran, como es costumbre en la Argentina con muchos funcionarios.
El especialista Keegan tiene en cuenta esa variable al medir el impacto en la psiquis de los políticos al dejar un cargo. «La sociedad argentina es un poco injusta. Primero ve a los líderes con adulación y después son la encarnación del mal. Con el tiempo, recién los empiezan a ver un poco mejor», explica.
En esa misma línea, Meijide admite que las miradas de aprobación cambiaron por gestos adustos, pero que igual ella se obligaba a salir sola al supermercado o al cine para no «entrar en un encierro» personal. Hoy, celebra que ese tiempo haya dejado esas miradas y el vacío atrás: «Todo se fue calmando. Hoy vivo en el mismo lugar, me acomodé y tomé contacto con la política a través de otros sectores. Estoy viva de nuevo».
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