Se trata de Silvana Corso, candidata al Global Teacher Prize, considerado el Premio Nobel de educación, que entrega un millón de dólares al docente ganador.
La directora de una escuela secundaria pública de la Ciudad de Buenos Aires a donde van más de 500 alumnos, en su mayoría adolescentes llegados desde Fuerte Apache y chicos con problemas severos como parálisis cerebral, hidrocefalia, espina bífida y esquizofrenia, acaba de ser elegida entre los 50 finalistas al Global Teacher Prize, el galardón que es considerado el Premio Nobel para el mejor maestro del mundo y que premia con un millón de dólares al docente ganador.
Se trata de Silvana Corso, de 46 años, profesora de historia y directora la Escuela de Educación Media Nº2 «Rumania», en el barrio porteño de Villa Real, cercano a Fuerte Apache. Hace más de diez años que Corso llevó a su escuela la preocupación por la inclusión de alumnos con capacidades especiales y desde entonces se convirtió en el foco de su trabajo docente.
Corso llega a esta pre selección junto a docentes de 37 países diferentes, elegidos entre 20 mil maestros nominados en 179 países. Esta es la tercera edición del Global Teacher Prize, una iniciativa de la Fundación Varkey, una organización sin fines de lucro que incentiva la docencia de excelencia con el objetivo de garantizar educación de calidad para los chicos de sectores vulnerables. La Fundación Varkey fue fundada por el multimillonario nacido en India, Sunny Varkey, un emprendedor renombrado en el sector educativo por su cadena GEMS de escuelas privadas.
«En 2030 se necesitarán 30 millones de maestros en todo el mundo. ¿De dónde van a salir si la profesión está devaluada y nadie quiere convertirse en maestro? El premio busca desandar ese camino», le decía el CEO de la Fundación Varkey, Vikas Pota, a LA NACION el año pasado.
El legado de Catalina
«La escuela inclusiva se construye todos los días -le dice Corso a LA NACION, a pocas horas de haber recibido la noticia de su nominación-. Cada día es un desafío lograr que los chicos aprendan y promocionen. En nuestra escuela no hay barreras no importa los problemas con los que los chicos lleguen o vengan de donde vengan. No hay selección alguna. Se los incluye a todos».
«Trabajo en contexto de riesgo, de vulnerabilidad y pobreza -relata Corso-, con chicos judicializados o de familias judicializadas, alumnas adolescentes que ya son madres». Desde que fue fundada en 1990, la escuela Rumania que dirige Corso tuvo como objetivo incluir a poblaciones vulnerables en lo social.
La inclusión de alumnos con discapacidades físicas y mentales, en cambio, fue una preocupación encarada por Corso. «Me propuse ampliar el concepto de vulnerabilidad y de inclusión. Ahora podemos adaptarlo a todos», explica la docente y agrega: «Faltaban las Catalinas y Catalinos»
Corso se refiere a chicos con desafíos similares a los que tuvo que enfrentar su hija Catalina, que murió a los 9 años en 2009. «Cata se asfixió al nacer con el cordón umbilical. Quedó con parálisis cerebral severa.», relata Corso. Finalmente, en plena epidemia de Gripe A, Catalina murió de una infección pulmonar
A pesar de que Catalina respiraba por traqueotomía, comía con botón gástrico, se movilizaba en silla de rueda postural porque no podía sostener la cabeza ni el tronco, no veía ni escuchaba, pudo empezar su escolaridad en un jardín de infantes común, donde pudo integrarse.
No sólo la historia de su hija inspiró a Corso. Su propia biografía, también. Su escuela primaria estuvo signada por el dictamen de sus maestras establecieron que decretaron casi la pequeña Corso no estaba en condiciones de aprender y convenía que se dedicara a aprender corte y confección o cocina en lugar de seguir estudios secundarios.
«Durante toda la primaria fui pasando de grado más por voluntad de las maestras que por aprendizaje real. Yo no lograba entender y aprender», recuerda. «Iba a la escuela a la mañana. Entraba llorando y salía llorando. La tarde era mi único momento de felicidad. A la noche, volvía a sufrir imaginando la mañana siguiente. El problema era que no sabía estudiar», rememora.
A pesar de todo, inspirada por el hogar esforzado donde creció, acompañada por su padre Julio, un pintor de carteles cuya educación terminó con su escuela primaria, y su mamá, Vicenta Ortega, un ama de casa que no sabía leer y escribir, Corso empezó la secundaria y logró terminar, al mismo tiempo que estudiaba corte y confección. Fue la única de los tres hijos del matrimonio Corso que obtuvo el título secundario.
«En primer año me enseñaron a estudiar», remata y reflexiona: «Cuando estaba en primaria, en mi caso que no tenía en realidad ninguna discapacidad real, nadie se preguntaba por mí, porqué no aprendía y cómo podían ayudarme para que aprendiera. Con Cata aprendí todo lo que hago ahora. Yo empecé a preguntarme cómo aprendía Catalina. Entendí que había otras formas de aprender que no eran las convencionales»
La hipertonía del cuerpo de Cata o los cambios en su respiración se convirtieron en la formas poco convencionales de expresar los aprendizajes que la niña lograba. «Todo el mundo puede aprender», sintetiza Corso.
En el camino de la inclusión
Con la muerte de su hija, una pregunta se instaló en la vida de la docente: «¿Qué hago con todo esto?». Así fue que orientó su carrera docente al tema de la inclusión de las capacidades diferentes, con énfasis en los problemas severos.
Ese principio fue el que Corso llevó a la escuela que dirige. Corso misma se especializó en el área. Corso tiene una diplomatura por FLACSO, otra por la Universidad Central de Chile y el Centro de Altos Estudios Universitarios de OEI y una especialización por la Universidad de Salamanca, siempre en el área de inclusión y discapacidades.
La escuela Rumania integra adolescentes con todo tipo de dificultades. Hay alumnos con Trastornos del Espectro Autista, con Trastornos Generalizados del Desarrollo, con síndrome Asperger, síndrome de Tourette, síndrome de Down, alumnos con problemas pisquiátricos como esquizofrenia o psicosis. También con parálisis cerebral, con mielomelingocele, con espina bífida o microcefalia. «En el turno mañana, donde cursan unos 300 chicos, entre 60 y 70 alumnos tienen estos diagnósticos», dice Corso.
Los mismos profesores de las áreas tradicionales se ocupan de adecuar los contenidos. «Ellos ponen el cuerpo literalmente cuando algún chico tiene un brote y se pone violento», comenta Corso. La capacitación en servicio de los docentes se orienta haca el área de la inclusión de las capacidades diferentes.
«En la escuela, además de lo académico, a los chicos les enseñamos que todos somos iguales. El chico que viene del Fuerte es tan valorado que se siente único», explica Corso.
En su proyecto pedagógico, primer año es el año clave. Lo explica Corso: «Ahí todavía se dan las burlas y la discriminación entre ellos. Una vez que maman los valores de la escuela, con tutorías muy personalizadas, los chicos aprenden a cuidarse mutuamente. Los chicos que llegan de Fuerte Apache, cuando ven a sus compañeros en sillas de rueda que la siguen peleando, aprenden a relativizanr sus propias situaciones. Todos aprendemos que todos tienen algo que aportar y eso enriquece la vida de todos. Trabajamos sobre el valor agregado de cada uno y no sobre el disvalor».
Evaluando logros
Por eso, según Corso, las evaluaciones estandarizadas no resultan útiles para sopesar el aporte de su escuela. «No nos va muy bien en relación con la media que maneja el ministerio. Nos va muy bien en relación con nosotros mismos».
Corso se refiere a las historias de sus alumnos, cuyos logros no suelen estar reflejados en las evaluaciones estandarizadas. Cuenta el caso de un ex alumno con parálisis cerebral que estudia derecho en Universidad de La Matanza y es uno de los mejores promedios. O por el contrario, el caso de un adolescente que llegó a quinto año, sólo se llevó sólo dos materias previas a febrero pero algo pasó: «A veces los atraviesa el barrio y los perdemos en un verano. Así pasó con ese alumno: terminó el verano y no volvió. Le cortaron la cara en un boliche. Lo desfiguraron. Se quedó sin proyecto. Le arruinaron la vida».
En la escuela Rumania no festejan antes de tiempo los logros de sus alumnos. «Festejamos con cada alumno que se recibe y se puede insertar -explica-. Recién ahí estamos en condiciones de medir los logros».
Si en marzo Corso gana el premio millonario, planea primero mejorar las condiciones de su escuela. «Nuestra escuela es re pobre -dice-. A los chicos con sillas de rueda tenemos que llevarlos a upa. La rampa que funciona un día y 20 no; el hueco para el ascensor que hace 5 años que espera un ascensor». Entre sus planes también está abrir una guardería en la escuela y financiar viajes para capacitar a otros maestros. Además sueña con una fundación. «Para trabajar con chicos como Catalina que no cuenten con una obra social», detalla.
El nuevo ganador se conocerá en Dubai, en marzo de 2017, cuando se lleve a cabo una nueva edición del Global Education and Skills Forum (GESF), organizado también por la Fundación Varkey.
En la última edición del Global Teacher Prize a principio de 2016, dos maestras argentinas, Inés Bulacio y Gracia Goicoechandia, llegaron a la final. El premio recayó en la maestra israelí Hanan Hroub.
FUENTE: Diario La Nación
Una grande Silvana!!!! Soy docente, leí la nota y me emocionó!!!! Cuánta falta le hace a nuestro país docentes comprometidos con las comunidades donde está inserta la escuela. Y estoy totalmente de acuerdo en que las evaluaciones estandarizadas no sirven; los logros se miden a partir de los avances de cada uno.
La mejor de las suertes!
Un gran abrazo colega!