Qué quedó del sueño revolucionario

castro_claima20161202_0289_4Tras la muerte de Fidel Castro. Cuba fue, a la vez, la fuerza y la idea que aunó a numerosos intelectuales detrás de una voluntad transformadora. Análisis y testimonios ahondan en el sentido de esa experiencia.

Por ANA PRIETO (Revista Ñ)

A fines de 1966, Leopoldo Marechal viajó a La Habana para formar parte del jurado del premio anual de literatura Casa de las Américas. El acuerdo con Julio Cortázar, José Lezama Lima, Juan Marsé y Mario Monteforte de elegir como novela ganadora a Hombres de a caballo de David Viñas fue instantáneo. También lo fue su deslumbramiento con la isla. Acompañado por su segunda mujer, Juana Elvia Rosbaco (o “Elbiamor”, como le gustaba llamarla), el autor de Adán Buenosayres se bañó en el mar, bailó con guayabera, dio clases y entrevistas, visitó Guantánamo y asistió a discursos de Fidel Castro. Tras cuarenta días, se convenció de que “el mejor alegato en favor de la revolución cubana es Cuba misma”, y celebró la figura de “ese hombre joven, apenas cuarentón, fuerte y sólido en su uniforme verdeoliva”. Medio siglo después, la muerte de Castro, ocurrida el 25 de noviembre, invita a poner en perspectiva la relación de los intelectuales con la Revolución Cubana de 1959.

Marechal no fue el único deslumbrado; el horizonte posible que dibujaba la revolución se convirtió en la esperanza real de una región atravesada por la miseria, la desigualdad, la explotación y los autoritarismos. Y no sólo en América Latina; el rincón antillano también se proyectó en territorios aún coloniales de África y Asia, anunciando que el entonces llamado “Tercer Mundo” podía llegar, al fin, a nombrarse a sí mismo.

A partir del triunfo de la Revolución y hasta el fin de las dictaduras regionales que se sucedieron tras el inaugural golpe de Augusto Pinochet en Chile en 1973, “la pertenencia a la izquierda se convirtió en elemento crucial de legitimidad de la práctica intelectual”, como describió la investigadora argentina Claudia Gilman en su libro Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina (Siglo XXI). Para el historiador cubano Rafael Rojas, autor del premiado ensayo Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (Anagrama), la presencia de Fidel Castro en los debates de la izquierda intelectual latinoamericana “ha sido constante desde el triunfo de la Revolución Cubana hasta la fecha. La caída de la dictadura de Batista, la radicalización socialista de aquel proyecto político y el conflicto con Estados Unidos generaron la admiración de toda la izquierda continental. Al punto de que aquella izquierda, mayoritariamente inscrita en las tradiciones nacionalistas revolucionarias y populistas de los años 30 y 40, comenzó a desplazarse a diversas modalidades de marxismo, bajo el aliento del modelo cubano”.

En efecto, Cuba fue a la vez la fuerza y la idea que aunó a numerosos escritores del continente tras una voluntad transformadora que se canalizaría en la literatura. La realidad latinoamericana comenzó a leerse a través de autores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y José Donoso, y la cultura comenzó a ocupar un lugar protagónico en el debate político. Desde su autoexilio en París, Cortázar apoyó a Fidel, García Márquez participó en la agencia cubana Prensa Latina junto a Jorge Ricardo Masetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, y Vargas Llosa trabajó para la revista Casa de las Américas , editada en La Habana.

El movimiento, sin embargo, pronto mostraría las primeras grietas. Para Rojas, uno de los puntos de quiebre ocurrió entre 1968 y 1971, “cuando una parte considerable de la intelectualidad latinoamericana se opone al respaldo que Fidel Castro dio a la invasión de Checoslovaquia, al arresto y ‘autocrítica’ de Heberto Padilla, a la represión de intelectuales disidentes, a la homofobia de los campos de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAPs) y a la entronización de una ideología de Estado ‘marxista-leninista’, característica de la URSS y los ‘socialismos reales’ de Europa del Este”.

El “caso Padilla” fue una verdadera sacudida para los escritores comprometidos con la Revolución. El autor había sido encarcelado por “actividades contrarrevolucionarias” a raíz de su libro de 1968 Fuera de juego , y también por criticar en un artículo al viceministro de Cultura de la isla. Poco después el gobierno publicó la supuesta “confesión” del prisionero, en la que éste lamentaba su “petulancia” y “falta de ética combatiente”.

En una carta dirigida a Castro en mayo de 1971, figuras internacionales como Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Susan Sontag, Pier Paolo Pasolini, Juan Goytisolo, Juan Rulfo, Fuentes y Vargas Llosa, exhortaron al mandatario a evitar “el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas”. El caso Padilla marcó la escisión de muchos intelectuales europeos y latinoamericanos con el régimen cubano. No hubo reconciliación posible después de la autocrítica a la que el escritor fue sometido”, dice Abel Sierra Madero, doctor en Historia por la Universidad de La Habana y autor de investigaciones reveladoras sobre las UMAPs. “El caso tuvo una resonancia que no tuvieron otros escritores perseguidos y censurados, porque se universalizó y se internacionalizó la solidaridad de los intelectuales de izquierda más conocidos, como nunca antes. Eso no volvió a ocurrir”.

El Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez, figura fundadora de la influyente Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano que trabaja para fortalecer la libertad de expresión en la región, fue un cercano amigo de Fidel Castro, muy criticado en su momento por no elevar su voz ante las acometidas contra los derechos humanos en Cuba. En el año 2003 tres jóvenes fueron fusilados por intentar secuestrar un ferry para escapar a Estados Unidos, y decenas de disidentes cubanos terminaron en la cárcel. “Admiro a García Márquez como un gran escritor, pero no me parece correcto que guarde silencio ante lo que está ocurriendo en Cuba”, dijo Susan Sontag en la XVI Feria Internacional del Libro de Bogotá. A través del diario colombiano El Tiempo , García Márquez respondió que estaba en contra de la pena de muerte “en cualquier lugar, motivo o circunstancia”, y que él mismo no podía llevar la cuenta de “la cantidad de presos, disidentes y conspiradores” que había ayudado, con perfil bajo, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba.

A raíz de las críticas globales por las persecuciones, poco después circuló la carta “A la conciencia del mundo” en la que 165 intelectuales internacionales, entre ellos varios argentinos, como Tununa Mercado, Noé Jitrik, Eduardo Belgrano Rawson y Guillermo Saccomano, denunciaban el acoso del que la isla estaba siendo objeto (Bush la había incluido en “el eje del mal”), y el peligro de una invasión estadounidense en tiempos en que iniciaba la campaña contra Irak.

Incluso antes de la muerte de Fidel Castro, ya era un lugar común decir que su eventual deceso marcaría el fin del siglo XX. Iván de la Nuez, autor de Fantasía roja: los intelectuales de izquierdas y la revolución cubana (Debate), señala al boom , la teoría de la dependencia, la teología de la liberación, la nueva canción y el nuevo cine latinoamericano, como ejemplos de un legado decididamente positivo de la Revolución, que, en el caso específicamente cubano, “tiene que ver con la educación y una red institucional para la cultura que vienen del espíritu de los años sesenta”. Señala, sin embargo, que “eso se ha pagado con un excesivo adoctrinamiento, que puede ejemplificarse en esta evidencia: Cuba no ha alentado, siquiera, un marxismo creativo”.

La sólida trayectoria de la Casa de las Américas en la promoción de las letras latinoamericanas seguirá en pie, mientras que las luces y sombras de la herencia cultural de Fidel Castro continuarán siendo un álgido terreno de disputa, sobre todo en países donde la avanzada intelectual acompañó la matriz anti-imperialista de la Revolución, como Argentina, cuna de la universalizada figura del Che Guevara. “Habrá que ver qué sucede con el mito de Fidel en los próximo años”, dice Rafael Rojas, “a diferencia de José Martí y del Che Guevara, no murió joven. Y creo que difícilmente alcanzará los niveles de gravitación simbólica y, sobre todo, icónica del Che”.

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