FUENTE: BBC Mundo
«Esto es una locura, ya no sabemos cómo llamarle», decía el Indio Solari, cuando despedía a las 350.000 personas que saltaron y empujaron, gritaron y lloraron al son de sus canciones este sábado.
El músico argentino, un icono que suscita comparaciones con Perón y Maradona, se refería al caos que generó este esperado concierto, quizá el último que dé debido al parkinson que le descubrieron a sus 68 años, y a los resultados que dejó: dos muertos, decenas de heridos y una consternación nacional por una tragedia para muchos esperable.
Los recitales del Indio no tienen semejante en América Latina: son un ritual al que cientos de miles de argentinos de todo el país asisten con la fidelidad y energía que un devoto religioso va a su templo fundacional.
Los conciertos, no en vano, se suelen llamar «misa ricotera», en referencia a la banda más famosa de Solari: Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, baluarte del rock argentino en los 80 y 90.
Los recitales no son promocionados, ni son frecuentes, y se hacen en lugares recónditos del país: el de este sábado fue en Olavarría, un pueblo de 100.000 habitantes a 400 kilómetros de Buenos Aires capital.
Un pueblo para el que albergar 350.000 personas en busca de beber y comer y cantar ha sido el desafío más grande se su historia.
Pueblo tomado por el Indio
Desde hace una semana, los ricoteros empezaron a llegar a Olavarría en buses, camionetas y a pie para llevar a cabo el ritual, que va mucho más allá del recital en sí.
Las carpas donde se alojaron estaban por todo el pueblo: andenes, orillas del río, potreros, rotondas y patios de casas. Y las parrillas y puestos de comida que les servían de cocina también, convirtiendo a Olavarría en una humareda día y noche. Con olor a carne.
Los ricoteros pasaron los días previos al concierto comiendo choripan, tomando cerveza «más fría que un abrazo de Mauricio Macri», bebiendo el tradicional fernet con Coca servido en botellas de dos litros cortadas por la mitad y cantando en clave, de barra brava de equipo de fútbol, los himnos del Indio.
Aunque el ambiente es festivo y familiar, el público ricotero es reconocido por hostil y los tragos y drogas son como leña en el fuego.
«Unos borrachitos»
Las autoridades informaron que las dos personas fallecidas tras el concierto sufrieron paros cardiorrespiratorios traumáticos.
Y no es difícil imaginarse que en medio de una avalancha saltarina de cientos de miles de personas con tragos, sin agua y con la escasa presencia de personal de control, alguien sufriera un paro.
El espectáculo tenía boleto único (de unos US$50), por lo que moverse de un lado a otro era más sofocante que quedarse entre las masas.
Cada cinco minutos se oía de alguien desmayado. Las familias con niños, las personas de edad y los discapacitados estaban inmersos en el caos como cualquier otro.
El momento de mayor tensión llegó al fin de la tercera canción.
«Los que están borrachitos por favor váyanse para atrás», pidió el Indio, calvo, flaco, de gafas oscuras y vestido con un overol.
«Hay gente que está tirada en el piso y la están pisando (…) ¿Se entiende lo que estoy diciendo?», preguntaba, obstinado.
«Gracias a Dios y desgraciadamente se junta mucha gente y no se puede controlar esto», volvía a quejarse.
El concierto estuvo detenido por media hora. Luego se reanudó y logró terminar, pero con frases agrias del Indio como «ya no me quedan más ganas de esto».
Al día siguiente, entre los asistentes había consenso en que había demasiado descontrol: a muchos que pagaron entrada no se la pidieron y otros cuantos entraron sin ésta.
La ecuación parecía destinada al colapso: ¿qué puede pasar en un pueblo de 100.000 habitantes cuando recibe 350.000 personas en lugar de las 200.000 esperadas?
El intendente de Olavarría, Ezequiel Galli, dijo que la alcaldía estaba preparada para recibir 200.000 personas. «No imaginábamos que llegaran tantos», aseguró.
«La justicia tiene que determinar cuántas entradas se vendieron y cuántas personas había en el lugar y cuál es la responsabilidad de la producción (…) si incumplió o no con las personas que ingresaron», indicó en rueda de prensa.
La resaca estaba en cada rincón de Olavarría el domingo: gente dormida y magullada en los andenes, hospital en emergencia, familias buscando desaparecidos, salidas del pueblo atascadas y una terminal de bus colapsada porque miles perdieron su viaje de vuelta.
Los vecinos hablaban de una «desprotección» notable después del concierto, cuando cientos de asistentes se subieron a los techos de las casas vecinas al predio porque no podían avanzar hacia otra zona de la ciudad.
Muchas cercas que delimitaban los accesos y salidas fueron tumbadas y no había nadie que las pusiera de vuelta en su puesto u organizara la movilidad: el personal de seguridad era limitado y no había policía; o, si había, no estaban por ningún lado.
La esencia del ricotero
Tras un recital de Los redondos en Buenos Aires el 19 de abril de 1991, Walter Bulacio fue brutalmente golpeado por la policía, que lo había detenido para investigarlo. El joven de 17 años murió 5 días después y se convirtió en un mártir del ricoterismo.
«A partir de ahí se desarrolló una pica (pelea) muy fuerte entre la policía y los seguidores del Indio», le dice a BBC Mundo Humphrey Inzillo, periodista musical y editor de la revista Brando.
Llevar policía a un evento como este, supone la lógica ricotera, es peor que no traerla.
«Ser ricotero es como un modo de plantarse frente al mundo, en contra del establecimiento, rebelde (…) el Indio logró que los llamados desangelados, pibes de barrios muy pobres, encontraran en su música algo que los conmovía y les daban explicaciones», explica Inzillo.
Desde los 80, la antes rica Argentina se ha ido convirtiendo en un país tan pobre como sus semejantes de América Latina: hoy tiene 32% de pobreza, según cifras oficiales.
Qué buena nota. Conmovedora, para quienes llevamos muchos años escuchando a una de las voces argentinas más gloriosas de Siglo XX. Muchas gracias.