Los juegos para ellas se asocian con las tareas domésticas y los de ellos, con la fuerza; pero cada vez hay más chicos que rompen con los estereotipos.
FUENTE: Diario La Nación
Llegó el cumpleaños número cinco y a Nicolás le preguntaron si había pensado en algún juguete que le gustaría recibir. «Una máquina para hacer helados», dijo sin titubear. Pero cuando su madre salió a la búsqueda del regalo pedido la tarea se hizo difícil. «Recorrí unas diez jugueterías en una tarde, y encontré máquinas para hacer helado con motivos de princesas y de colores rosados y, encima, la caja tenía la foto de una chica. Finalmente, conseguí una de tonos más neutros en una página web. La verdad es que la mayoría de los juguetes asociados a la cocina o a las tareas de la casa siguen dirigidos casi exclusivamente a las nenas», dice Florencia Marcos, la madre de Nicolás.
Para ella, el sexo no determina los gustos ni los juegos de preferencia en la infancia. Y, aunque en estos últimos años el debate sobre la igualdad de género se profundizó, en el terreno de los juguetes no cambió demasiado.
Según un estudio hecho por la socióloga norteamericana de la Universidad de California, Elizabeth Sweet, «los juguetes están mucho más divididos por género ahora que hace 50 años». Para determinarlo, la especialista evaluó los catálogos de la cadena de tiendas departamentales Sears desde 1925 hasta hoy. Así concluyó que si bien desde la década del 20 los juguetes ya eran sexistas, luego de la del 90, algunos factores como la globalización de los mercados, las estrategias agresivas de venta y el consumo como una práctica cultural dominante profundizaron la segmentación. El único paréntesis se dio en los 70. En ese período, que describió como revolucionario, identificó que sólo el 2% de los juguetes catalogados se diferenciaba por género. De hecho, las publicidades de la época desafiaban los estereotipos al mostrar a chicas que jugaban a ser doctoras, carpinteras o científicas y a chicos que posaban con juguetes vinculados a tareas domésticas. Sin embargo, advierte la especialista, la tendencia no prosperó.
Fabricantes que buscan evitar las divisiones
En la Argentina, en un recorrido virtual por los sitios web de las principales cadenas de jugueterías, LA NACION pudo confirmar que el mercado sigue segmentado por edades y por género. Los expertos lo ratifican, y al hacer la prueba in situ en cualquier juguetería de barrio, lo primero que le pregunta el vendedor al cliente es: «¿Es para una nena o un nene?». De acuerdo con la respuesta, la oferta para el primer caso agrupará sets de cocina y de belleza y maquillaje, muñecas y bebotes o disfraces de princesas. Mientras que para los varones las propuestas se reducen a juegos de construcción; pistas de autos, motos y trenes; muñecos articulados de acción y disfraces, pero, esta vez, de superhéroes.
Según datos de la Cámara Argentina de la Industria del Juguete, en el país hay unas 3000 jugueterías y existen unas 200 empresas nacionales que se dedican a la fabricación. «Desde hace cuatro o cinco años, los fabricantes comenzaron a proponer algunos cambios. Por ejemplo, a la hora de rediseñar el packaging de las clásicas cocinitas, algunas empresas decidieron que en la caja ya no apareciera la foto de una nena. Tampoco se muestra la de un varón, es cierto, pero creo que es un paso adelante -opina Matías Furio, presidente de la cámara-. Hay cadenas extranjeras, sobre todo en países como Suecia e Inglaterra que rompieron barreras. Se esfuerzan por ofrecer juguetes más inclusivos y sin resaltar los estereotipos de una sociedad patriarcal. Pero acá cuesta todo un poco más. Es que el juguetero argentino quiere ir a lo seguro y sabe que si pide 100 planchas rosas las va a vender a todas». Furio, que además es dueño de una firma que fabrica juguetes, agrega: «Mi hijo me veía planchar siempre la camisa y un día me pidió que le regalara una plancha. Entonces decidí hacer planchitas celestes. Las ofrezco en las jugueterías, pero me piden muy pocas».
Roles
A Emma, de 7 años, no le gusta el color rosa, y antes que las muñecas elige los juegos para hacer experimentos químicos o los Playmobil. A Teo, su hermano, le encanta cocinar, y su madre, Luciana, opina que los chicos suelen reproducir en los juegos un modelo que copian en sus casas.
«Tal vez, a Teo le encanta ponerse el delantal porque en casa la cocina es territorio compartido. Con mi marido, somos respetuosos de sus gustos. En casa no hay roles definidos y ellos juegan a lo que quieren. No hay que ser temerosos cuando los chicos expresan su curiosidad por determinado juego, aunque hay patrones culturales que cuesta romper. Una vez Teo se disfrazó de Blancanieves y estaba jugando en casa hasta que llegaron unos amigos que tenían hijos más grandes. Temí que cuando les abriera la puerta se rieran de él. Entonces, se lo saqué. Lo hice para protegerlo, porque era chiquito, pero sé que el día de mañana él tendrá sus argumentos para poder responder».
¿Es más fácil para las chicas entrar al mundo de los juegos de los varones que a la inversa? «Diría que sí, pero no lo hacen sin pagar un precio -apunta Daniela Pelegrinelli, especialista en historia de los juguetes-. No es gratis para ninguna niña o mujer salirse del molde que define a qué debe y, más que nada, cómo debe jugar. La barrera es para ambos y es más lábil hasta los cuatro o cinco años. Hasta ese momento hay más permiso, que se va perdiendo conforme se le va pidiendo a los varones que asuman el rol social esperado. El porqué lo han explicado los movimientos feministas muy claramente: vivimos en una sociedad patriarcal. Y quizás porque romper con las normas establecidas requiere coraje para sostener las consecuencias. En la medida en que cada vez sean más los que reclaman mayor igualdad en el juego, más fácil será vencer esas barreras».