Grandes autores como Borges o Juan Rulfo admiraban la obra de la autora trasandina. Una vida repleta de humor y dolor, que incluyó un intento de asesinato por celos, la cárcel y el autoexilio.
En el Borges, de Adolfo Bioy Casares, hay varias menciones a las Bombal; sin embargo, la distinción entre una y otra escritora –tanto Susana como María Luisa lo eran– se hace, a ratos, difusa, y si a eso agregamos una tercera todo se vuelve derechamente confuso. Susana, que había nacido en Buenos Aires pero su familia era mendocina, fue la más cercana a Borges; de hecho uno de los laberintos construidos en su homenaje está en su hacienda de la provincia de Mendoza. Diseñados por el inglés Randoll Coate y ella, se trata de arbustos en forma de laberinto, que sólo pueden ser percibidos desde cierta altura. María Kodama trabajó para que ambos laberintos se llevaran a cabo; en una reciente entrevista contó que después del de Mendoza, durante cinco años «trabajé para que se hiciera en la isla San Giorgio Maggiore en Venecia, y ahí se ve el laberinto desde la Biblioteca Marciana».
Según Edgardo Cozarinsky, estas Bombal habrían sido primas, pero como la historia de Susana (1902-1990) es más conocida, resulta más interesante contar la vida de María Luisa (1910-1980), la trasandina. Su llegada a Buenos Aires ocurrió después de un incidente que no la dejaría en paz: tal como escribió la escritora chilena Carolina Melys, una noche «durante una cena en casa de Sánchez, en presencia de su hermana y otros invitados, la escritora se levanta de la mesa, va al dormitorio del amante, toma la pistola y se dispara en el hombro».
Por esa época Pablo Neruda había sido nombrado cónsul en Buenos Aires, y María Luisa aprovechó el incidente para emigrar con el amparo del nuevo cónsul. Es el año 1933. Instalado en un departamento de avenida Corrientes, Pablo Neruda se fija en esta mujer que, como escribe José Bianco en Diarios de escritores y otros ensayos, era «en verdad muy diferente de las muchachas de la época». Socialmente muy divertida, aguda y ocurrente, incluso capaz de contradecir y dejar en ridículo a Oliverio Girondo. A Neruda le interesaba porque había estudiado en La Sorbonne, donde tal como Bianco se había empapado de la tradición francesa. Pasó parte de su infancia y toda su adolescencia en París, regresando a Chile en 1931.
Quizá el interés en común con la tradición francesa unió a Bianco y a María Luisa Bombal en la década infame. En una emotiva y divertida crónica que recuerda los cinco años de su muerte, Bianco cuenta que se conocieron en una recepción que se le hizo a la poeta Gabriela Mistral: «Me parece verla a Gabriela Mistral, imponente, majestuosa, apoyando con aire protector sus dos manos en los hombros de María Luisa, que a su lado parecía más pequeña y frágil de lo que era». En aquella época Bombal vivía en un piso sobre calle Ayacucho frente al comedor del Alvear Palace. Arriba o abajo, no sabe precisar bien el que fuera secretario de redacción de revista Sur por más de veinte años, vivía otra trasandina: Chita Balmaceda, «una muchacha de gran belleza».
Cuando llevaba un año en Buenos Aires, publicó la primera de sus dos novelas, La última niebla (Editorial Colombo) gracias al auspicio de Oliverio Girondo y Norah Lange; de hecho, el libro está dedicado a ellos «con admiración y gratitud». Y es que, como relata Carolina Melys, «fue Lange su gran cómplice en el mundillo literario argentino de la época. Muchas veces, para burlarse de la arrogancia de algunos escritores, conversaban sobre poetas que ellas mismas habían inventado».
María Luisa contó que esta primera novela estaba inspirada en una experiencia amorosa bastante espantosa (Eulogio Sánchez), por lo que tiene, en sus propias palabras, «una base autobiográfica bastante trágica y desagradable». Lo curioso era que todo lo divertida y vivaz que era en persona se eclipsaba en su obra o, en palabras de Bianco, «nunca permitió que su obra conservara el menor rastro de la prodigiosa comicidad de sus palabras». En el Borges, de Bioy, se consigna que Borges dijo una vez sobre la segunda novela de Bombal, La amortajada: «Haber escrito un librito muy breve, hace muchos años, asegura una posición muy firme». De los escritores trasandinos que habla la única que sale bien parada es María Luisa Bombal. Ni la Mistral ni Neruda se salvan.
La llegada de María Luisa a Buenos Aires coincidió con la de otro escritor extranjero, Federico García Lorca, quien se instaló en la habitación 704 del Hotel Castelar. Ambos se conocieron en cada de Oliverio Girondo. Es decir, esta escritora se encontró aquí con buena parte de los grandes poetas y escritores de la lengua en castellana del siglo XX. Pero también conoció críticos, como al español Amado Alonso, que escribió un extenso prólogo para la segunda edición de La última niebla (1941), en él señala que «el ensueño es el mediador, el medium o medio en que sueño y realidad se identifican; es la niebla que borra, crea y funde las formas envolviéndolas con sus blandos vellones de bruma. Lo ensoñado no se identifica ni con lo soñado ni con lo real vivido; pero, con su saboreo imaginativo y sentimental del recuerdo y de la esperanza, tiene la virtud de mantener abierto un ventanillo a lo posible en aquella alma hermética». Una de las primeras cosas a las que Alonso pone ojo es a la condición de «chilena argentinizada» de la autora y de lo muy poco que tiene que ver con la producción naturalista que se hacía por esos años en el país trasandino.
Hay una anécdota que cuenta José Bianco que la retrata en toda su vivacidad y que muestra incluso cómo era su trato diario, tan poco chilena en su idiosincrasia, ya que no era ni hosca ni tímida, características que le hubieran sido más propias; por el contrario, le gustaba improvisar, una característica más argentina. Sus trece años en París o la muerte temprana de su padre tuvieron algo que ver en su carácter singular, propio. Por ejemplo, una noche Oliverio Girondo «dijo que le daba vergüenza releer cualquier libro que hubiera escrito. ‘Pues a mí me pasa lo contrario –dijo María Luisa Bombal–. Algunas noches, cuando tomo La amortajada quedo llena de alegría. Pienso: ¡Qué inteligente soy! ¡Cómo he podido escribir un libro tan bueno!'».
Otra de sus características era que siempre cuando «la veíamos en un sitio, nosotros, sus amigos, la rodeábamos, y María Luisa nos hacía morir de risa», agrega Bianco, a quien por supuesto le encantaba encontrarse con ella, a veces a diario, para comer en su casa o en Copple Kettle de calle Florida, un lugar recurrente de «la gente de Sur, y donde María Luisa pedía invariablemente Borstch [una sopa de verduras a base de remolacha de origen ucraniano]».
Una importancia no menor tiene el piso donde vivió María Luisa Bombal, porque allí Borges se pegó con el filo de una ventana abierta y, como empezó a sangrar profusamente, lo llevaron a la guardia de un hospital, donde lo curaron, dejándole, sin embargo, un pedazo de masilla en la herida. «Consecuencia», escribe Bianco: «septicemia fulminante por la cual estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos)». Durante y después de su convalecencia Borges escribe su famoso cuento Pierre Menard, autor del Quijote, «el primer cuento fantástico de inspiración metafísica». Bueno, y el accidente aparece retratado de manera más directo en el cuento Sur.
Cuando Bianco empezó a trabajar en Sur a menudo María Luisa aparecía en la redacción, a veces charlaba con Victoria Ocampo (de hecho ella se encargó de publicar La amortajadaen la revista), pero en general era Bianco el encargado de atenderla. Como a Bombal le gustaba el cine, Bianco le encargó escribir sobre la película Puerta cerrada (1939), de Luis Saslavsky, en la que actuaba Libertad Lamarque. El elemento melodramático, presente en sus propias novelas y cuentos, fue lo que le gustó, y «su crónica fue tan inteligente que Luis Saslavsky, muy halagado, le ofreció colaborar en el argumento de otra película con Libertad Lamarque». Lo cierto es que a ella le gustaba el elemento melodramático tanto que durante un tiempo se juntaba con José Bianco a intercambiar lecturas de Gone with the Wind (Lo que el viento se llevó), de Margaret Mitchell, unos años antes que se llevara al cine. «Esa sí es una novela formidable –decía María Luisa– y no las leseras que yo escribo. Sin embargo no tengo menos talento que Margaret Mitchell. Pero, qué le vamos a hacer, tengo un talento de otra clase. Soy una poeta en prosa».
El mexicano Juan Rulfo –otro autor que tuvo una obra tan breve pero profunda– manifestó su admiración hacia Bombal. «Es raro, incluso en nuestros tiempos, que un escritor incluya la prosa de una escritora entre sus influencias principales, pero Rulfo lo hizo: María Luisa Bombal», sentencia Cristina Rivera Garza en Había mucha neblina o humo o no sé qué, el ensayo literario o novela ensayo donde se aproxima a la figura y a la obra del autor canónico de su país. «Debió reconocer una hermandad secreta en los muertos de La amortajada, esa novela que no se fiaba de la anécdota como centro ineludible de la narración, sino que procedía con suma libertad en otros registros del lenguaje y de lo real». A la luz de los años, sin duda María Luisa Bombal fue mucho más influyente en autores de otras nacionalidades y tradiciones. Que Bianco la recordara con tanto afecto y admiración es una prueba de ello.
Pero la vida en Buenos Aires de esta escritora nacida en la ciudad balneario de Viña del Mar terminó en 1940, después del estreno de la película La casa del recuerdo, interpretada por Libertad Lamarque y dirigida por Luis Saslavsky; de ahí regresó a Chile, pero el recuerdo de ese antiguo amante no la dejaba en paz, así que en 1941, antes de la edición chilena de La última niebla, fue encarcelada luego de intentar asesinarlo.
Tras nueve meses recupera la libertad, y en 1944 emprende un nuevo viaje, esta vez a Estados Unidos, donde vivió veinticinco años: allí se casó con un aristócrata francés dedicado a los negocios, tuvo una hija, trabajó para la UNESCO, escribió guiones para la Paramount Pictures y publicó su tercer libro, La historia de María Griselda en una revista norteamericana. En 1969, tras enviudar volvió a Sudamérica, aunque no a Chile, sino a Buenos Aires, donde se quedó hasta 1973. Dos semanas antes del Golpe de Estado viajó a Chile, donde la dictadura le otorgó los premios que le habían sido esquivos, además de una pensión de gracia. En 1976, cuando Borges viajó a Chile, ambos se reunieron. Sin embargo, el alcoholismo hizo mella en su salud y en 1980 murió en la sala común de un hospital público por una falla hepática.
Desde hace veinte años su figura y su obra han sido retomadas, publicándose sus Obras Completas (1996), con una exhaustiva investigación de Lucía Guerra, que entre otras cosas contó con una serie de entrevistas hechas por ella y el ensayista Martín Cerda, además de cartas y otros escritos. Los estudios de género y la crítica literaria han iluminado esta obra breve pero profunda.
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