Las ocho razones que hacen posible al Arte Contemporáneo

El arte contemporáneo funciona como un eficiente engranaje que incluye o excluye según decisión del stabliments. Cada pieza cumple un rol determinado pero con un solo objetivo: dinero.  Su interior está motorizado por un relato que tiene como fin la transacción comercial en valores escandalosos e injustificados. Si no hay suficientes “jóvenes emergentes” incluyen a artistas ya desaparecidos o que su obra aún no haya ingresado a los museos, espacio que algunas veces protege al arte de la rapacidad especulativa.

Por Rubén Reveco
Licenciado en Artes Plásticas – Editor revista Machete

Las artes plásticas (perdón: artes visuales) ya no son lo de antes, cuando el artista (pintor, dibujante, grabador y escultor) trabajaba en la soledad de su taller sin más perspectiva y esperanza que la calidad de su trabajo se imponga a la indiferencia siempre inculta.

Ahora las cosas han cambiado, el artista (o el que quiera ser artista) ya no está solo en el maravilloso pero también ingrato mundo de la creación. Existe todo un dispositivo presto ha determinar cuál es el camino que debe seguir para que no dude; y este camino siempre lleva a un solo lugar: la comercialización.
Existe a nivel mundial artistas, curadores, museos, bienales, críticos, mercado, subastas, auspicio, promoción… todo determinado por una compleja estructura y una competitividad sólo comparable a la de Wall Street.

1) Galería y museo

Cualquier obra que se precie de arte necesita de un espacio físico que la exhiba, proteja y contenga. Con la excepción del muralismo y la escultura de monumento, el artista prefiere que su obra esté en los museos, lugar que fue creado en el siglo XVII y que a comienzo del XX, muchos artistas modernos quisieron quemar porque representaba lo antiguo.
En pleno siglo XXI, las cosas han cambiado de un modo paradójico. Resulta que ahora los rebeldes contemporáneos mueren para que sus ingenios estén en el templo del arte. Y lo han logrado y es más: han creado sus propios espacios. No es raro escuchar o leer que se inaugura un museo de arte contemporáneo destinado exclusivamente a exhibir sus maravillas.
«Anunciaron y clamaron hace cien años la muerte del museo y hoy se dan cuenta de que sin este contexto la obra no puede demostrarse como arte. Por eso a los artistas del anti-arte les urge entrar al museo, porque sólo parasitando el contexto del museo legitiman sus obras como arte y les dan trascendencia y valor en el mercado. Fuera del museo estas obras —cadenas de bicicleta, urinarios, bloques de concreto, agua sucia— no existen, regresan a su situación original de objetos sin valor y no son arte» (Avelina Lesper).
Por otra parte, no queda bien mostrar -por ejemplo- excrementos de vacaen su propia casa. Se podrá ser rebelde pero la higiene es un aspecto que no se puede negociar.

2) Medios de comunicación

En los medios de comunicación y el arte siempre han tenido una relación ambigua. Así como hay periodistas deportivos pagos por representantes de jugadores para que se hable bien (en los medios) también existen periodistas culturales con el mismo propósito: hablar bien de algunos amigos.

Aun así, la prensa considera que la importancia del arte reside –más que nada– en su capacidad de general escándalos, por los precios exorbitantes de sus productos o por el ridículo de sus manifestaciones. Lo que importa es la anécdota, lo espectacular… importa el titular, la exposición al ridículo y para eso, el arte contemporáneo es garantía de espectáculo.
Además, la prensa no quiere ser marginada. En parte por temor a ser acusados de falta de visión, de ser miopes ante la supuesta obra de vanguardia que romperá barreras. Nadie quiere ser visto como el público de París que chifló «La consagración de la primavera», o el crítico que desdeñó las telas de Van Gogh. El resultado de ese temor es que hoy todo se aplaude, no hay criterios de valoración y hasta lo más banal es llamado genial. (Fuente)

En febrero de 2015 el óleo Abstraktes Bild, de Richter se subastó en el precio récord de US$ 46 millones. Muchos podrían pensar que la etiqueta de artista vivo mejor cotizado en el mercado pondría feliz al octogenario pintor alemán Gerhard Richter. Nada más lejos de eso. El artista que fue líder de la Nueva Pintura Europea, movimiento surgido a mediados del siglo XX, está desconcertado. “Nosotros los artistas recibimos casi nada de dicha subasta. A excepción de un pequeño bocado, todo el beneficio va al vendedor”, confesó Richter al periódico alemán.

3) Vendedor e inversor

Hace unos días releía un texto que para mí ha resultado revelador. El escritor francés Guy de Maupassant escribió en 1885 El Buen Mozo (Bel Ami). En una parte del libro dialogan el dueño del diario La Vie Francaise y George Duroy (el protagonista). El primero le muestra su colección de pinturas y le dice:
“Este es mi salón. Ahora estoy comprando pinturas de los jóvenes, de los más jóvenes y las guardo en mis habitaciones íntimas, en espera de que sus autores sean célebres. 

Y añadió muy bajito: 

-Este es el momento de adquirir cuadros. Los pintores se mueren de hambre. No tienen un céntimo…” 

Este fragmento pone fin al mecenazgo filantrópico en las artes y marca el punto de partida a la especulación financiera. De ahí en más, la pintura, en especial, dejará de apreciarse como un objeto artístico para pasar a ser un bien de mercado. Esto impulsará a una puja que llevará a la producción de los impresionistas en adelante a ser revalorizada cada año en subastas y remates.

4) Escuela de arte

En las escuelas de Bellas Artes se vive el desconcierto total. Sus profesores sólo tienen la certeza de cobrar un sueldo a fin de mes. Como lo dijo casi con orgullo una profesora argentina al reconocerse que es de la generación «ni»: Ni aprende ni enseña, ni trabaja ni estudia… Generación de estudiantes que ha puesto en jaque la labor del docente porque este último le resulta mucho más cómodo ponerse al costado y no al frente del alumno.

Esto de «dejar expresar», «buscar el yo interior», no «condicionar la creatividad» ha llevado a una generación chapucera que nada sabe de historia, color, equilibrio, oficio, factura, composición. Nada sabe de dibujar, pintar porque les están diciendo que se deben expresar en una búsqueda para ser «artistas de su tiempo». Reina el manoseado concepto de la libertad que insiste en igualar hacia abajo.

No me imagino en una escuela de música promoviendo estos preceptos, donde no se enseñe armonía; donde no se les enseñe a los alumnos a afinar su instrumento… ¿qué podríamos llegar a escuchar?

Por otra parte, los profesores están adiestrando a los jóvenes para que sean funcionales al mercado. No desarrollan talento. Los alumnos creen que salen de la escuela convertidos en artistas y no saben dibujar ni pintar. Aprenden a producir la verborrea suficiente para justificar que sus ocurrencias se presenten como arte.

5) Artista

¿Qué significa hoy ser un artista contemporáneo? Poco. Ha pasado a ser el eslabón más bajo de este círculo vicioso y los jóvenes son los más afectados.  Terminada la facultad la desorientación es total. Durante cinco años han escuchado que ya pintar o esculpir es anacrónico y que ahora se debe reflexionar ante una caja de cartón, por ejemplo.

Además, viven con total indiferencia por la reacción que pueda o no causar la obra. Ahora que transitamos en la era del «me gusta», llama profundamente la atención que presenten objetos como si fuera arte y que en la mayoría -expertos o simples espectadores- no aparezca ni un atisbo de emoción.
La emoción -que es una reacción involuntaria ante la contemplación de una obra de arte- genera a la vez admiración. Una especie de retribución del espectador hacia el artista; con la admiración se agradece ese momento vivido ante el objeto que tanta emoción (y lágrimas) ha provocado.
John Cage describió al arte contemporáneo con ironía: “Ningún tema, ninguna imagen, ningún gusto, ninguna belleza, ningún mensaje, ningún talento, ninguna técnica, ninguna idea, ninguna intención, ningún arte, ningún sentimiento”.

6) Crítico

Aquí hace su entrada el teórico. El crítico se demuestra aliado del politburó contemporáneo y repite sus slogans para demostrar que entiende y sabe de arte.

Aún así, el crítico en el siglo XXI ha perdido terreno ante el curador, amo y señor. El crítico no lo sabe pero es un nostálgico. En otros tiempos criticar a un pintor o a una pintura era un asunto casi romántico. Comparar estilos, tendencias, técnicas, influencias, talentos no tenía comparación y se podían llenar muchas páginas y justificar el pago de una columna en un importe diario. Pero ahora qué puede decir de uncordel atado a la pata de una mesa, por ejemplo. Muchos han optado por la historia del arte y le han dejado el trabajo de desentrañar los enigmas del arte contemporáneo al curador, un pequeño dictador, mucho más importe que el supuesto artista y el ilustrado crítico.

7) Curador

Este es un pequeño burócrata que ha parasitado en el arte. Podría ser un perfecto funcionario público con el poder de elegir entre cientos de artistas que sueñan con estar en una colectiva, un catálogo o ir con todos los gastos pagados a la Bienal de Venecia a exponer una piedra envuelta en plástico rosa.

«El curador es un vendedor, un publicista, un dictador y es, al final, el verdadero creador de la obra. Las exposiciones no son anunciadas con el nombre del artista, lo principal es el nombre del curador. El curador vende la idea de su colectiva, decide qué artistas van en la exposición y con su texto inventa los valores subjetivos e invisibles de su producto, es decir, los artistas y sus obras. El curador le dicta al artista lo que tiene que hacer, lo que significa y decide el valor que tiene en la exposición. Como todos son artistas, todos debieran ser curadores, pero no es así. Éstos y los teóricos son los entes pensantes de la obra. El artista es sustituible, el curador, como los dictadores, no lo es. Al dar sentido a la reunión de objetos y llevarlos al recinto expositivo el curador es el artífice real de la obra. Desháganse de los artistas. Para poner una piedra con una patineta rota o una tina de aceite quemado en el museo basta un curador, no se requiere a nadie más». (Fuente)

 

8) Política cultural

Por último, aparece el Estado y todo su engranaje burocrático siempre dispuesto a apoyar a estos artistas que por lo bajo hablan mal del gobierno de turno pero gustosos reciben becas, premios y residencias. El estado financia, asume los costos, traslada obras a bienales que según ellos representan dignamente al país.

Para la supervivencia y visibilidad del arte contemporáneo es fundamental esta sociedad. Es decir, sin el dinero de los contribuyentes habría muchos que no existirían y en esto se trata de existir, a cualquier precio.

Conclusión

El arte surgió para oponerse a lo establecido y no convertirse en lo establecido. En el siglo XX perdió su verdadera naturaleza cuando fue institucionalizado. Le pasó lo mismo que al cristianismo cuando se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. Perdió primitivismo y se aburguesó.

Yo recuerdo de joven cuando leí sobre una acción de arte realizada por un grupo de artistas relacionados con el teatro alternativo. Cansados de que el público les tirara tomates porque desaprobaba sus puestas en escena, los actores optaron por invertir el proceso y, entonces, alinearon varias cajas de tomates bien maduros en el escenario y empezaron a arrojarlos al público que no salía de su asombro y estupor. Casi los matan. Año 1924.

Ahora los “rebeldes y transgresores” exponen en los mejores lugares. En ningún salón son rechazados, ganan todos los concursos y becas, tienen el apoyo del Estado para participar en bienales internacionales y tienen garantizado la incondicionalidad de los medios que masivamente repiten palabras como “genio”, “original”, “maravilloso”, “extraordinario”, “transgresor”…

Yo hago un esfuerzo por despojarse de treinta mil años de experiencia estéticas y pararme ante estas expresiones sin prejuicios, pero es muy difícil. Sigo relacionando arte con talento, así de simple. Si vamos al cine elegimos una película que en lo posible nos guste y nos haga vivir una realidad diferente. Ni hablar si compramos un disco o un libro… Explicar lo obvio resulta muy irritante, más cuando hay que hacerlo una y otra vez.

¿Así que “todo es arte”?

“Todo es arte” es una frase que me molesta particularmente repetida hasta el hartazgo por nuestra popstar Marta Minujín. Si la aceptamos, debemos aceptar también que cualquiera pueda ser artista y suponer que no es necesario estudiar, superarse o esforzarse.

Esto degrada a una de las manifestaciones más nobles del espíritu humano. No importa si algunos nacen con talento porque todo da lo mismo. Pero sobre todo es una frase estúpida y refleja de un modo patético la degradación intelectual de un grupo que con la complicidad de los medios y el estado ha logrado una prolongada permanencia. No pasa de moda.

Las artes plásticas nunca estuvieron en ningún trono de privilegios como para ser destronadas. Fue en el siglo XX cuando se alejaron del público debido a un ataque de pedantería y egocentrismo inexplicable.

El artista casi siempre ha trabajado a la par con el pueblo, muchas veces siendo un artesano, un alfarero, un ceramista o un joyero. Hace miles de años pintó en las cavernas que habitaba, después construyó pirámides, esculturas, vitraux. Hizo arte religioso y pagano. Fue geométrico, realista, abstracto y nuevamente realista. Pero siempre lo que sus manos trasmutaron en belleza fue comprendido, admirado y querido. Y queremos que siga siendo así… así como siempre ha sido.

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