En Bizancio, en medio del esplendor de la gestión del emperador Justiniano, cuando estaba logrando consolidar su idea de recuperar la grandeza del antiguo imperio romano, un brote de peste bubónica, la llamada “Peste Justiniana”, causó estragos en el mundo de la Alta Edad Media, pero sobre todo en esa ciudad. Vigilancia militar en las calles y una crisis económica fueron las repercusiones inmediatas de la enfermedad.
El rumor en las calles de Bizancio corría y doblaba las esquinas a la misma velocidad que se expandía el mal. Se decía que la enfermedad había nacido en Egipto. Que alguien se había infectado durante las campañas que el emperador Justiniano llevaba a cabo para anexar territorios del norte de África e Italia, que por entonces estaban en manos de los germanos vándalos y ostrogodos, respectivamente.
Esas campañas no eran casuales. La idea del emperador era recuperar la gloria del antiguo imperio romano. En específico, que el Mar Mediterráneo volviera a ser el “mare nostrum” de antaño, claro que ahora bajo la égida bizantina.
“Justiniano decidió reconquistar los territorios occidentales: gracias a sus generales Belisario y Narsés, reconquistó el norte de África, las islas del Mediterráneo (Sicilia, Córcega, Cerdeña y las Baleares), venciendo a los vándalos; recuperó Italia, venciendo a los ostrogodos (aunque a diferencia de la guerra africana, la ‘guerra gótica’, fue larga y de gran desgaste. De hecho, para los italianos, esta guerra fue más traumática que la misma ‘Caída del Imperio Occidental’) y también logró arrebatarles algunos territorios a los visigodos en el sur de la península ibérica”, cuenta a Culto la historiadora Ana Luisa Haindl.
Haindl añade que en esos tiempos, “el Imperio cuenta con muchos recursos económicos, que le permitirán financiar guerras contra los persas, para intentar expandirse por Oriente (sin éxito), guerras contra algunos de estos reinos germanos, y varias obras públicas importantes (como la Basílica de Hagia Sofia, la que tuvo que reconstruir)”.
“Los frutos de esta política fiscal fueron aprovechados posteriormente por Justiniano para organizar un ejército profesional pequeño pero bien entrenado y equipado, con el que pudo lanzarse a la reconquista de Occidente”, explican David Barreras Martínez y Cristina Durán Gómez en su Breve historia del Imperio bizantino (Nowtilus, 2010).
Pero Justiniano no solo quería imitar la expansión territorial de los romanos, también su sistema judicial. “Es muy conocido por su importante labor como recopilador del Derecho Romano, creando el famoso Código, donde se propuso poner por escrito toda la tradición legislativa de Roma, desde la Ley de las XII Tablas. Ese era uno de sus proyectos más preciados, ya que era un gran estudioso de las leyes. Además, siguió dictando nuevas leyes, las que también tuvieron una recopilación en las Novellae”, cuenta Haindl.
Entonces, por esos tiempos, siglo VI DC, en el período llamado Alta Edad Media, el Imperio Bizantino era la primera potencia europea. “No solo por su extensión territorial, sino también por todos los demás aspectos. Mientras, por esos mismos años, los restos de Occidente que no estaban en manos bizantinas se encontraban repartidos en poder de efímeros reinos bárbaros como el visigodo”, añaden Barreras y Durán.
Sin embargo, para el año 541 D.C., el tema de conversación de los bizantinos dejó de ser la gloria de las conquistas realizadas por los generales Belisario y Narsés y el esplendor del imperio.
Todo empezaría a ser distinto.
La peste bubónica
Resulta que ese año, un brote de peste bubónica empezó a expandirse desde África. Primero afectó a los territorios del antiguo Imperio Romano de Occidente y en otras naciones limítrofes del Imperio Bizantino, por lo que era cosa de tiempo que llegara a la ciudad capital.
Procopio de Cesaréa, un consejero del general Belisario, es el principal cronista de los estragos que la peste bubónica dejó en Bizancio (la actual Estambul). Su testimonio fue rescatado por la historiadora de la Universidad de Barcelona, Jordina Sales Carbonell en su artículo La ‘plaga de Justiniano’ según el testimonio de Procopio.
En el contexto de las campañas contra Persia, Procopio –en su libro Sobre las guerras-comienza a narrar: “En aquel tiempo se declaró una epidemia que de poco no acaba con todo el género humano de la que no hay manera posible de dar ninguna explicación con palabras, ni siquiera de pensarla, salvo remitirnos a la voluntad de Dios”.
Procopio remarca que la enfermedad estuvo activa durante todas las estaciones del año y se originó en Egipto. Según cuenta, la expansión de la peste “comenzaba siempre por la costa y avanzaba hacia las regiones del interior”.
Ana Luisa Haindl profundiza en este aspecto. “Se habla de un origen de la Peste en África. Se cree que provendría de Tanzania, pero para efectos del mundo bizantino, es Egipto el primer lugar con contagiados. Hay que recordar que Egipto en el siglo VI aún es parte del Imperio Romano de Oriente, por lo que no es raro que todo el Imperio Bizantino o Imperio Romano de Oriente se haya contagiado. De hecho, hubo casos de esa Peste hasta Italia y el sur de España, que eran los lugares ‘reconquistados’”, señala.
“Por lo tanto, aunque la Peste no llegó a Constantinopla a través de las guerras de conquista, estas conquistas sí contribuyeron a su propagación. Pensando en cómo funcionaba el Imperio Romano, con gran “conectividad” por el “Mare Nostrum” (el Mediterráneo), un fluido comercio y migración de sus habitantes, no es raro que si la pandemia se originara en un lugar del Imperio, el contagio por la bacteria se extendiera finalmente por todo el territorio imperial”, agrega Haindl.
Según la definición de la OMS (“la propagación mundial de una nueva enfermedad”), lo que ocurrió en ese tiempo es una pandemia. Así lo señala en su relato el cronista Procopio: “Esta epidemia no afectó una parte limitada de la tierra, ni un grupo determinado de hombres, ni se redujo a una estación concreta del año […], sino que se esparció por toda la tierra y se cebó en todas las vidas humanas, por diferentes que fueran unas personas de otras, sin excluir ni naturalezas ni edad”.
Esta peste bubónica atacó Europa (desde Hispania), África del Norte, el Imperio Sasánida (Persia) y, desde allí, a China. Es decir, gran parte del mundo conocido por los occidentales de la Alta Edad Media.
El autoconfinamiento
Así, a la mitad de la primavera del año 542, la peste bubónica llegó a Bizancio y causó estragos durante cuatro meses. Procopio relata los síntomas de la enfermedad, y a los cuales les debe su nombre. Cuenta que a los apestados les salían bubones en el cuerpo, es decir, unas ampollas enormes. “No solamente en esta parte del cuerpo que se encuentra bajo el abdomen, la ingle, sino también a la axila, y otros incluso en la oreja y en varias partes de los muslos”, cuenta.
Infectarse de peste bubónica en esos años del Alto Medioevo era equivalente a una sentencia de muerte. Sin una red de salud pública que pudiese hacer frente a la enfermedad, solo la acción personas particulares, médicos y asistencia de personeros de la Iglesia fue la respuesta que Bizancio pudo ofrecer ante esta enfermedad. “Muchos se morían porque no tenían nadie que los cuidara”, cuenta Procopio.
Debido a la velocidad con que se propagaba, las personas que se dedicaban a cuidar y tratar de sanar a los enfermos comenzaron a colapsar. “Caían agotados porque no podían descansar y sufrían constantemente –narra Procopio-. Por eso todos se compadecían, más de ellos que de los enfermos”.
Entonces, Procopio cuenta que a las personas no les quedó otra opción que quedarse en sus hogares. “No era nada fácil ver a alguien en los lugares públicos, al menos en Bizancio, sino que todos los que estaban sanos se quedaban en casa, cuidando de los enfermos o llorando a los muertos”.
De ese modo, en su citado artículo, la historiadora Jordina Sales Carbonell no duda en afirmar algo que parece sacado del 2020, pero que ocurrió en ese Bizancio del siglo VI: “El confinamiento y aislamiento eran totales, pues era más que obligatorio para los enfermos. Pero también se impuso una especie de autoconfinamento espontáneo e intuitivamente voluntario para el resto, en buena parte motivado por las propias circunstancias”.
Desastre en la economía y guardias en las calles
La peste bubónica en Bizancio no solo llevó una alta cifra de muertos. “La enfermedad arrasó la capital durante cuatro meses, con picos de mortandad de ‘cinco mil muertes al día, y luego diez mil e incluso más’”, señala Jordina Sales, también tuvo un impacto en la actividad económica.
“Las actividades cesaron y los artesanos abandonaron todos los empleos y los trabajos que llevaban entre manos’. A diferencia de hoy en día, sin embargo, las autoridades, prácticamente ausentes ( ‘era casi imposible ver a nadie a Bizancio vestido de uniforme oficial’), fueron incapaces de organizar unos ‘servicios esenciales’, pues ‘parecía muy difícil obtener pan o cualquier otro alimento, por lo que, para algunos enfermos, el desenlace final de la vida fue sin duda prematuro, debido a la falta de artículos de primera necesidad”, agrega la historiadora catalana.
Según Sales, la reacción de las autoridades imperiales se limitó a enviar a personal del ejército a las calles. “Parece que fue hasta cierto punto discreta la actuación del emperador, que se limitó a ‘distribuir pelotones de guardias de palacio (por las calles? Para proteger el patrimonio particular de las élites?) Y cantidades de dinero’ y nombrar referendario (encargado de recoger las peticiones del pueblo) su jefe de gabinete de las consultas imperiales, el cual [citando a Procopio] ‘con el dinero del tesoro imperial e incluso poniéndose defecto de su propio bolsillo, sepultaba los cuerpos de quienes no tenía nadie que se ocupara».
A esta pandemia del siglo VI, la historiografía terminó dándole el nombre de “Peste Justiniana”. ¿Por qué pasó esto? “Los cronistas, como Procopio de Cesaréa y Juan de Éfeso, hablan de esta Peste, relacionándola con el gobierno de Justiniano, tal como en el siglo III, hubo una epidemia de peste conocida como la “Peste Antonina”, relacionándola con los emperadores de dicha dinastía”, cuenta Ana Luisa Haindl.
“Además, en ambos casos, los emperadores fueron afectados: con la Peste Antonina murieron Lucio Voreno, Marco Aurelio y su mujer. Procopio de Cesaréa cuenta cómo el emperador Justiniano se enfermó de Peste y esto trajo conflictos en la Corte acerca de cómo se resolvería su sucesión (no tuvo hijos), pero se recuperó”, agrega la historiadora.
¿La peste debilitó al Imperio Bizantino?