¿Alguna vez has idealizado tanto a una pareja hasta el punto de ser incapaz de ver que lo vuestro estaba roto? Hoy hablamos de los peligros de dejarse llevar por el amor romántico.
Por Enrique Zamorano (Fuente)
El amor es una cuestión complicada. Tanto a nivel cultural como evolutivo, hemos heredado ciertas conductas o preceptos que pueden ser muy dañinos para nosotros y para las personas a las que escogemos como compañeros de vida. Sin ir más lejos, expresiones tan populares como “encontrar a tu media naranja” acaban interiorizándose en el aprendizaje cultural de cada uno, acarreando problemas que emergen cuando descubrimos que realmente la pareja ideal no existe. El amor romántico es una idea muy explotada por las películas, series y novelas, creando una fuerte influencia en el modo en que nos relacionamos con los demás y, sobre todo, en la forma en la que contemplamos nuestras relaciones con aquellas personas que hemos escogido para compartir lo más íntimo de nosotros mismos. Seguro que en más de una ocasión te has enamorado de una persona de la que luego descubriste que no era nada parecida a como creías. Más allá de las habituales decepciones, reside algo más profundo que responde a nuestros más privados sueños y anhelos. De ahí que pueda existir una tendencia a la idealización de ese alguien por quien sentimos una gran atracción o deseo como reflejo de esos atributos o cualidades vitales que nos gustaría tener a nosotros. Como cantaba Nico en la famosa canción de The Velvet Underground, “seré tu espejo, reflejo de lo que tú eres en caso de que no lo sepas”.
Muchas parejas no saben romper porque los momentos buenos se van haciendo más intensos conforme la relación va a peor
“La idealización surge cuando ponemos una serie de atributos en la pareja que deseamos que sean nuestros”, explica Luis Antón, terapeuta de parejas en IPSIA Psicología a El Confidencial. “Estos pueden ser dinero, estatus social, inteligencia o belleza. Vemos en la otra persona aquello que nos gustaría ser”. Evidentemente, esto es un proceso natural en toda fase de enamoramiento que no tiene por qué entrañar problemas ni resultar nocivo si no va a más. Pero si se alarga en el tiempo, la relación puede derivar en el desengaño o en problemas mucho peores”.
La limerencia
Antón habla de una cierta “narcisización” de la persona: “Estamos sesgados de cara a seleccionar e interpretar las características específicas del otro, ya que si gustamos a alguien excepcional eso también quiere decir que nosotros estaremos mejor valorados”, explica. Otros autores estadounidenses que han investigado sobre los procesos psicológicos del enamoramiento recurren al término de “limerencia”, un trastorno mental por el cual el individuo tiene la necesidad obsesiva de ser correspondida por la persona que ama, causándole un agudo malestar en su vida diaria y en la de su pareja. La antropóloga estadounidense Helen Fisher habla de ella como la sensación de “estar locamente enamorado” por alguien. Y esto, aunque suene muy romántico, no es para nada sano ya que si se agrava pueden surgir problemas de distinta gravedad.
Cuando alguien está en lo más bajo y siente que es salvado con un abrazo o una noche de sexo esa sensación se vuelve muy poderosa
“Las relaciones amorosas siempre tienen que apuntar hacia algo”, asevera Antón. “Son asociaciones de personas que buscan realizarse en aquello que les hace feliz a ambos y a lo que llegan a través de acuerdos. Una pareja sana es aquella que busca lo mejor para sí misma de manera recíproca”. Desde este punto de vista, el amor asienta sus bases en la racionalidad, ya que por mucha pasión que haya entre ambos, siempre tiene un sentido utilitario. “La noción de utilidad en español es un poco fea ya que puede aludir a un valor instrumental”, reflexiona el terapeuta. “En la tradición americana de la psicología, sin embargo, este término se asocia a ir en dirección hacia la felicidad, o para ser más concisos, apuntar a los valores que ambos quieren desarrollar”. Por tanto, los problemas con el amor romántico surgen cuando la idealización vence a la base racional. ¿Cómo saber cuándo se produce este desplazamiento y comenzamos a percibir nuestra relación como algo que no es, sino como algo que nos gustaría que fuera? Básicamente, cuando la intensidad de los encuentros escala tan alto que el equilibrio entre ambos se rompe. “En nuestra consulta vienen muchas personas que están atravesando una ruptura y siguen autoconvenciéndose a sí mismas de que el otro va a cambiar”, apunta el psicólogo. “No saben romper con la relación porque tiene muchas cosas buenas y porque además se va haciendo más intensa en los momentos buenos conforme va a peor”.
En este sentido, los problemas surgen cuando somos incapaces de ver la realidad y, además, de vez en cuando surgen reconciliaciones que nos provocan vivir de una forma mucho más intensa aquello que estaba bien en un principio, pero ya no. “Cuando alguien está en lo más bajo y siente que es salvado con un abrazo, una noche de sexo o una espontánea reconciliación, esa sensación interna es muy poderosa”, declara Antón. “El reforzamiento de la relación es intermitente y acaba generando sensaciones de abstinencia hacia la persona. Es por ello que está comprobado que una ruptura amorosa tiene un efecto psicológico muy similar al del mono que producen ciertas drogas en un adicto. Debe haber un equilibrio, no puedes vivir todo el tiempo emocionadísimo. Hay gente que hasta ve esta situación como algo bueno y como una prueba de amor. Y eso no es así”.
‘Metta’
En parte, el psicólogo atribuye esta dependencia emocional radical que se instala en las parejas que no van bien como resultado también de la concepción occidental que tenemos del amor romántico. “Ha venido muy bien para la especie, desde poder cuidarnos el uno al otro a generar descendencia o tener familias más sostenibles. En la tradición occidental sin embargo se percibe como sinónimo también de posesión, algo que no sucede en la oriental, para el que se emplea la palabra “metta” que significa algo así como ‘amor bondadoso’: ellos entienden por querer a otra persona como una práctica de cuidados que viene sostenida por la premisa de ‘qué puedo hacer yo por el otro en vez de qué puede hacer él por mí”.
Por tanto, podemos concluir que para que una relación amorosa sea sana lo más importante es que mantenga la base racional que la hizo posible, que cada uno de los dos tenga claro por qué quiere a esa persona a su lado por lo que ella es, no por lo que le gustaría que fuera o por lo que una vez fue.
Berit Brogaard, profesor de Filosofía en la Universidad de Miami y autor de ‘On Romantic Love’, un libro que trata sobre este tema, sintetiza en unas pocas palabras la urgencia y necesidad de apostar por un amor basado en lo racional en un interesante artículo publicado en ‘Aeon’. “Si el amor que sientes pone a tu pareja en un pedestal, hace oídos sordos a la razón y te hace entrar en conflicto, entonces estás en manos de un amor loco e irracional”, asegura. “Debido a que inconscientemente anhelamos las emociones y los peligros de este tipo de amor, elegir cortarlo no puede ser fácil. Pero si permaneces en una relación tóxica, es posible que tus heridas físicas y mentales nunca sanen. Como dice un viejo refrán, ‘aferrarse al amor roto es como quedarse descalzo sobre un cristal hecho pedazos: si te quedas, seguirás sufriendo; si caminas, te dolerá pero al final podrás sanar’”.