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Interés general Las hermanas Van Gogh: revelan escándalos y oscuros secretos de la familia del artista
Las hermanas Van Gogh: revelan escándalos y oscuros secretos de la familia del artista
21 abril, 2021 |
Anna, Elisabeth y Willemien van Gogh son el tema de un nuevo libro, basado en más de 900 cartas, sobre las hermanas del artista. (Cuartoscuro)
Cuando se piensa en la familia de Vincent van Gogh, la imagen que surge es la de su hermano Theo, que con amor y abnegación lo sostuvo, en todos los sentidos posibles del término, hasta que el artista terminó su vida de un disparo en el pecho, en 1890. Pero en el hogar del pastor protestante Dorus van Gogh y su esposa Anna crecieron seis hijos, tres varones y tres mujeres, y sobre Anna, Elisabeth y Willemien pone el foco un nuevo libro, Las hermanas Van Gogh, que Thames & Hudson publicará en el Reino Unido y los Estados Unidos el 20 de abril.
“Descubrí a Anna, Elisabeth y Willemien van Gogh en el transcurso de la investigación que realicé para otro libro sobre Vincent y sus años en Londres”, explicó el historiador del arte Willem-Jan Verlinden en el prefacio. “Rápidamente me fascinaron estas tres mujeres y sus vidas cargadas de acontecimientos”.
Las Van Gogh crecieron cuando el viaje de larga distancia en tren era algo novedoso, cuando el término “impresionista” era despectivo —y su hermano Vincent iría aun más lejos, al post impresionismo—, cuando la industrialización cambiaba el mundo y a sus habitantes, que proclamaban el advenimiento de distintas revoluciones y luchaban porque la mujer no pasara como propiedad del padre al esposo y pudiera acceder a la educación, al trabajo remunerado y hasta al voto.
“Me fascinaron estas tres mujeres y sus vidas cargadas de acontecimientos”, explicó el autor del libro, el historiador del arte Willem-Jan Verlinden.
“A medida que las investigué más, fui recompensado ampliamente al descubrir cientos de cartas que habían escrito y que se habían conservado: cartas a sus padres, entre ellas, a tíos y tías y sus hermanos ahora famosos”, continuó Verlinder. Las cartas —más de 900— están en los archivos del Museo Van Gogh en Ámsterdam; pero el autor indagó también en muchísimos otros documentos, desde informes escolares hasta registros médicos, “y por supuesto dibujos y pinturas de Vincent, incluidos los que hizo para su hermana menor, Willemien y su madre”.
El libro presenta tres perfiles muy distintos de estas mujeres, que emergen casi como resultados de las tensiones de su época y de su familia.
Anna, la mayor, hizo todo lo que se esperaba de ella —se casó, tuvo hijos— y lo hizo bien, por lo cual se destacó como la más devota y ordenada del clan. Despreciaba a su hermano artista y excéntrico y fue por una pelea con ella que Van Gogh abandonó el hogar de la familia.
Willemien, Wil, la menor, trabajó como maestra, institutriz y enfermera; nunca quiso casarse, le interesaba el activismo social y el arte; una de las cartas menciona su visita al estudio de Edgar Degas en París, junto con Theo. Pero sufrió el mismo destino de enfermedad mental que Vincent. A diferencia de él, pasó la mitad de su vida prolongada en un psiquiátrico y murió allí, dócilmente.
Las cartas como el libro, que sólo se conocían en holandés, se publicarán en inglés bajo el sello Thames & Hudson.
Y Elisabeth, a quien llamaban Lies, intentó superar el mandato y salir a trabajar, e incluso tuvo alguna ambición literaria. Pero terminó como esposa y madre tras dejar por el camino a una beba no reconocida, que crecería en Francia y se ganaría la vida como vendedora ambulante de postales en París, repitiendo que era sobrina de Van Gogh.
“¡Vaya cifra!”
“Recuerdo cuando Wil recibió la pintura de Vincent, pero ¡vaya cifra! ¿Quién hubiera pensado que Vincent contribuiría al sostén de Wil de esta manera?”, escribió Anna, resentida con su hermano aun 19 años después de su muerte, cuando la venta de sus obras permitió pagar la prolongada hospitalización de la hermana menor.
La temprana valoración de las obras de Van Gogh comenzó en 1905, gracias a una retrospectiva en el Museo Stedelijk de Ámsterdam. “Theo siempre dijo que sucedería así, pero qué giro tan imprevisto, que resultado sorprendente”, insistió Anna.
Esa obra —una de las 17 que solventaron las cuatro décadas de Wil en el asilo— se había vendido en 600 florines ese 1909 en que Anna comentó su asombro en una carta a la viuda de Theo, Jo Bonger. Serían unos € 7.000 de hoy, o USD 8.400. Mucho menos que los USD 86 millones que pagó un empresario japonés por el Retrato del Dr. Gachet en 1990, cuyo precio ajustado al 2021 se multiplicó a USD 152 millones, según Van Gogh Studio, que la considera la séptima obra de arte más valiosa del mundo.
“Supongamos que las dos damas que han salido a caminar son tú y nuestra madre”, le escribió Vincent a Wil en una carta, sobre esta obra, «Recuerdo del jardín en Etten».
Van Gogh murió —es muy sabido— sin un centavo; hoy no solo sus pinturas y dibujos cuestan fortunas, sino que hasta el revólver con el que se disparó llegó a cotizar: se subastó en USD 182.000 en 2019.
“Las hermanas de Van Gogh tuvieron que vender sus pinturas para mantenerse”, explicó Verlinder a The Guardian. “A medida que se volvió más y más famoso y los precios de las obras subieron, él fue el sustento, de algún modo, de sus hermanas, aun luego de muerto”. No todas lo aprovecharon del mismo modo, según el libro. Lies no logró administrarse una vez muerto su esposo, y aun tras haber escrito libros sobre su hermano y su infancia, murió en la pobreza, por ejemplo.
El episodio de Arlés
Según el sitio del libro, Las hermanas de Van Gogh cuenta la historia de una familia protestante, encabezada por un pastor liberal y culto, en el área predominantemente católica de Brabante Septentrional, provincia holandesa. Dorus viajaba para predicar su fe en un mundo cambiante, cuya modernización dejaba cada vez menos lugar para esos asuntos espirituales.
Él y su esposa, a quien todos llamaban Moe, se preocupaban por ese hijo grande que cuando no trabajaba a disgusto en la rama parisina de la galería de arte Goupil, volvía a la casa desempleado tras discutir con su jefe por el criterio de las obras que vendían o los requisitos de los clientes. A veces conseguía pasantías sin pago como maestro o como pastor, pero eso empeoraba su salud mental al inflamarla con lecturas bíblicas que se infiltraban en alusiones sin sentido cuando escribía a la familia. “Se preguntaban qué sería de él”, escribió Verlinder.
Una de las 900 cartas con las que trabajó Willem-Jan Verlinden, en este caso una de Lies.
El libro también cita correspondencia de los amigos de la familia, como una carta de Margaretha Meijboom, cuyo hermano también había sufrido problemas de salud mental, para consolar a Wil luego del episodio en que Van Gogh se cortó buena parte de una oreja y se la regaló a una prostituta, tras lo cual fue ingresado a un hospital cerca de Arlés, en Francia.
“Ese pobre hombre, qué terrible, tan enfermo —digo, en ese sentido— y encima de todo, tan lejos”, escribió Margaretha. “Entiendo perfectamente lo que sientes. Ir a un sanatorio suena duro, pero ¿sabías que cualquier experto recomendaría que no se lo pospusiera demasiado? Los pacientes sufren menos porque reciben el tratamiento correcto. ¡Qué bendición que no estuviera solo, sino que tuviera ayuda! ¿Quién te informará sobre lo que suceda ahora? ¿Paul [Gauguin] o el médico en el asilo?”
Wil y Vincent
Hasta la pelea que desencadenó la salida de Vincent del hogar familiar, él había tenido una relación muy estrecha con Wil, la hermana menor. Ambos eran “diferentes de sus hermanas Anna y Lies y de sus hermanos Theo y Cornelis (Con) en su rechazo a las normas prevalecientes en la sociedad”, contó el historiador del arte, que antes de este libro fue coautor, con Kristine Groenhart, de Cómo amo Londres: Caminar por el Londres de Vincent van Gogh.
Desde que Vincent y Wil eran niños, los padres notaron que tenían similitudes en muchas cosas, como por caso las dificultades en la escuela. Los parecidos en el carácter “continuarían en sus vidas posteriores”, destacó Verlinder. “Ambos eran socialmente participativos y muy creativos, y compartían un interés profundo por la religión, el arte y la literatura. Ambos vivieron sin casarse y nunca tuvieron hijos, y lucharon con su salud mental, que discutían abiertamente entre sí”.
«El hogar en Nuenen» (1885), que evoca los años de las hermanas, se halla en el Museo Van Gogh de Ámsterdam. (Vincent van Gogh Foundation)
Agregó: “Acaso Willemien también descubrió gradualmente que era diferente en lo concerniente a su sexualidad. Ellos, sobre todo, querían luchar por ideales que quizá eran un poco demasiado adelantados para su época, y se negaron a ajustarse a las expectativas de quienes los rodeaban”.
Eso no salió de la nada: los padres de los Van Gogh se aseguraron de que sus hijos recibieran una educación amplia. “Así, en lugar de esconder sus diferencias, Vincent y Wil se convirtieron en pioneros a sus particulares maneras: Vincent con su arte progresista y Wil con sus causas sociales”.
Vincent dibujó y pintó para ella, y el libro incluye, entre fotos y documentos, varias de esas obras. En una carta de noviembre de 1888, por ejemplo, le envió un pequeño boceto para mostrarle una obra que acababa de pintar, Recuerdo del jardín en Etten, una evocación de la casa de los Van Gogh en la que se ve a dos mujeres, una joven y una anciana, caminando por una senda.
“Supongamos que las dos damas que han salido a caminar son tú y nuestra madre”, escribió el artista a Wil. “La elección deliberada del color, el violeta sombrío con el manchón de amarillo limón violento de las dalias, aluden a la personalidad de Madre, para mí”. La carta abunda en detalles sobre la descripción de los colores, sobre el camino arenoso hecho de “naranja bruto” y los contrastes entre la ropa azul y las flores blancas, rosas y amarillas. “No sé si puedes comprender que se puede hacer un poema solamente combinando colores, del mismo modo que se pueden decir cosas consoladoras con música”.
Wil: cuatro décadas en un asilo
«Rama de almendro en flor en un vaso» (1888), otra obra del periodo, está en el Museo van Gogh de Ámsterdam.
Wil tenía 23 años cuando vio cómo su padre se desplomaba muerto en la puerta de la casa, sin llegar a entrar, el 26 de marzo de 1885, al regreso del trabajo. Quedó muy perturbada por el episodio: días después le escribió a su amiga Line Kruyse que no entendía cómo había pasado, si su padre se había ido de la casa “saludable y bien” en la mañana. “Fue terrible, nunca olvidaré esa noche. Espero que nunca tengas que vivir algo así’”
Esta “joven solícita”, como la describe el libro, acompañó a la madre en los meses de cambios que siguieron, y cuando Moe debió dejar la casa se mudó con ella. Fueron primero a la ciudad de Breda, donde Dorus había crecido, y por fin se establecieron en Leiden, donde vivían Anna, su esposo y sus hijos.
“Willemien iba a tomar decisiones de vida muy distintas de las de sus hermanas Anna y Lies”, siguió Verlinder: “Nunca se casó o tuvo hijos y procuró la independencia. En Leiden encontró trabajo como maestra de las escrituras y como enfermera de los pobres, los débiles y los ancianos, como siempre había hecho. Así también agotó las limitadas oportunidades de empleo disponibles para las mujeres”. La educación y el cuidado era todo lo que podía hacer una mujer de clase media entonces.
“Se convirtió en una participante comprometida de la primera ola del feminismo holandés, y viajó cada vez más asiduamente a La Haya y Amsterdam, donde además de visitar a la familia se encontraba con amigas que con frecuencia compartían una historia similar y, como ella, comenzaban a cuestionar la posición de la mujer en la sociedad”. Sus temas eran tan básicos que parece increíble que hayan sido objeto de discusión hace apenas 150 años: la emancipación legal de las mujeres, el acceso a la educación y al trabajo remunerado, el voto.
«La mujer que lee una novela» (1888) es parte de la colección de los Frank, ubicada en Gstaad, Suiza.
Toda esa luz vital, sin embargo, se apagó por el sufrimiento mental, que la fue encerrando en unas tinieblas a las que nadie podía acceder. No le gustaba salir de su habitación y cuando aceptaba entretenerse leyendo sólo quería un único libro: el poema épico Aurora Leigh, de Elizabeth Barrett Browning. “El resto del tiempo simplemente se sienta y cose para las enfermeras. A la mañana se sienta en el porche para alimentar a las aves, pero si una enfermera trata de llevarla a dar un breve paseo por el jardín, se niega”, escribió Anna.
No sabía qué hacer para acercarse a ella. En un momento pensó en comprarle “unas pantuflas de piel suave”, para ver si al menos eso le sacaba una reacción positiva. “Intento toda clase de cosas y mantengo la esperanza de que algo le va a interesar”. No sucedió, y murió en el asilo a los 79 años.
La hija abandonada de Lies
Elisabeth, la cuarta hija del ministro y su esposa, quiso ser escritora, y llegaría a publicar poemas y un libro que todavía se consigue, Recuerdos personales de Vincent van Gogh. Estudiaba inglés y francés, para trabajar como profesora, cuando Dorus murió. Para ayudar a mantener la casa comenzó a trabajar como empleada doméstica del abogado Jean Philippe Du Quesne van Bruchem, que tenía tres hijos y una esposa muy enferma. Cuando descubrieron que Lies estaba embarazada de su patrón, se acordó que daría a luz en Inglaterra y entregaría al bebé en adopción.
Otro recuerdo de Neumen: «Huerta rodeada de cipreses» (1888), que integra la colección de Richard J. Bernard, en Nueva York.
Hacia allí viajaban cuando, en el camino, en una habitación de hotel en Saint-Sauveur-Le-Vicomte, Francia, nació una niña. Lies le puso su segundo nombre, Hubertine, y su apellido; la dejaron en manos de una viuda joven que recibió un pago por alojarla y alimentarla hasta la mayoría de edad.
Cinco años más tarde, en 1891, la esposa de Du Quesne murió, y el hombre se casó con Lies. Tuvieron otros cuatro hijos —Theodore, Jeanette, Rose y Felix— pero nunca recuperaron a su primogénita: Jean Philippe no quiso, temía que si la adoptaran sus relaciones sospecharían. La prensa francesa descubrió a la anciana Hubertine en 1966, tres años antes de su muerte y de que un experto en Van Gogh, Benno Stokvis, publicara Sufrir sin rechistar: el trágico destino de Hubertine Van Gogh.
Tras una carrera de juez cantonal y fiscal de distrito en Utrecht, Du Quesne murió en 1921. Lies no podía vivir de lo que publicaba y comenzó a vender obras de su hermano para mantenerse en los 15 años de vida que le quedaban. Sus últimos domicilios fueron pensiones.
Anna, la iracunda
“La muerte súbita de Dorus aumentó una tensión que había latido en la familia durante años”, subrayó Verlinder en su libro. “Vincent, que se acercaba a su cumpleaños 32 y que aun vivía en el hogar familiar, se había vuelto una molestia creciente para sus padres. Sus hábitos excéntricos y su beligerancia abierta avergonzaban a Dorus, cuya autoridad sobre la congregación dependía en parte del comportamiento de su familia. Poco después del funeral Anna, la mayor de las hermanas Van Gogh, tuvo una discusión explosiva con Vincent”.
«Retrato de la madre de Van Gogh» (1888), parte del fondo del Museo Norton Simon de Pasadena, California.
Anna se quejó de la presencia continua de Vincent en la casa; de que había afectado la posición de su padre y por ende su trabajo; de que amenazaba el bienestar de su madre. Y una vez que se desató su ira, no pudo detenerla.
Le reprochó que en la Navidad de 1881, cuando la familia vivía en el pueblo de Etten, Vincent se había negado a ir a la iglesia en Navidad, lo cual socavó la autoridad de Dorus como pastor de la Iglesia holandesa reformada. Lo acribilló con distintos episodios en los que había ignorado la voluntad de su padre y que le había faltado el respeto delante de los demás hermanos. Le recordó el escándalo que había causado en Nuenen, donde tenía su estudio, por su romance con una modelo.
Van Gogh sintió que las palabras de Anna quebraban mucho más que su relación con ella. Su padre los había educado en la unidad y el compañerismo, y nada podía estar más lejos de esos principios que el enfoque que su hermana daba al asunto, que básicamente lo presentaba a él como una vergüenza para el padre y una carga para la madre.
“También se sintió herido porque ninguno de sus otros hermanos lo defendiera”, agregó el libro. “Vincent parece haberse sentido particularmente decepcionado por Willemien. Siempre la había considerado una aliada, pero después del incidente había cortado tal presunción. Para Wil, como para sus otros hermanos, el bienestar de la madre era más importante que la habilidad de su hermano mayor para permanecer en el hogar. Durante un tiempo Vincent ni siquiera quiso verla”.
Camino a ser Van Gogh
La edición original de «Las hermanas de Van Gogh» salió en Holanda en 2016.
Dolido y furioso, Van Gogh se mudó al ático ubicado sobre el estudio que había estado alquilando a un sacristán católico en Nuenen. Le escribió a Theo que no lo hacía por su comodidad sino para evitar otro enfrentamiento: “Por absurdos que fueran esos reproches y sus suposiciones infundadas”, Anna no había retirado sus dichos.
Anna no pensaba, ni remotamente, en disculparse. Casi 40 años más tarde, en 1923, recordó la situación que encontró en la casa cuando visitó a su madre poco después de la muerte de Dorus: “Vincent se daba todos los gustos y no perdonaba nada ni a nadie. Lo que debe haber sufrido papá. Aunque admiro su arte, lo desprecio como persona”.
El hermano, explicó a Theo, se encogió de hombros y siguió adelante: “Cada vez más dejo que la gente piense de mí lo que quiera, y que diga y que haga también, si es necesario. Pero en consecuencia, no tengo alternativa: con un comienzo así, sólo se pueden tomar medidas para prevenir toda esa clase de cosas en el futuro. Así que estoy completamente decidido’”.
Van Gogh también estaba molesto porque creía que sus hermanas habían calculado su salida del hogar: la posibilidad de rentar su cuarto a un huésped ciertamente ayudaría al sustento de Moe. Luego se quejó también de que la herencia del padre pasara solamente a la madre. “Preveo que el carácter de las tres hermanas (de todas ellas) empeorará, no mejorará, con el tiempo”, escribió en una carta en la que se quejó de que lo irritaban y que no solo no lo comprendían, sino que no querían comprenderlo.
“Cada vez más dejo que la gente piense de mí lo que quiera, y que diga y que haga también, si es necesario», se quejó Vincent de la pelea con Anna, poco antes de dejar la casa para nunca volver a ver a su madre o sus hermanas. (REUTERS/Piroschka van de Wouw)
En noviembre de ese mismo 1885 dejó Nuenen y se mudó a Antwerp, “la ciudad donde se habían hecho famosos artistas como Peter Paul Rubens, Jacob Jordaens y Anthony van Dyck”, recordó el libro. Nunca volvería a Brabante, ni a ver a su madre o a sus hermanas.
“Las pertenencias de Vincent en el estudio de Nuenen y las obras que había terminado fueron guardadas en cajas y almacenadas en el gallinero detrás de la casa de los Van Gogh”, contó Verlinder. Cuando Moe debió desalojar la casa, porque la congregación había nombrado a un nuevo ministro, Theo le mandó varias cartas a Vincent desde París, donde trabajaba en la galería Goupil & Co, “rogándole que volviera a Nuenen y ayudara a su madre con los preparativos para la inminente mudanza a Breda”. Vincent se negó.
En cambio, golpeó a su puerta. En Francia, mientras pudo, intentó cumplir su sueño de convertirse en pintor.