Como Napoleón, María Eva Duarte de Perón bien podría haber dicho: “¡Qué novela la de mi vida!”, ya que en vida y aun después de muerta fue protagonista de hechos que desafían la imaginación. Pero no todo ocurrió como lo muestra la producción de Star+
María Eva Duarte de Perón es interpretada por la actriz Natalia Oreiro en la serie «Santa Evita»
Es natural que los escritores se hayan sentido inspirados por un suceso tan increíble como el robo del cuerpo de una personalidad pública y su ocultamiento durante 16 años; es un acontecimiento de un carácter tal que no necesitaría aditamentos para impactar y conmover. Pero “Santa Evita” rellena los huecos de la historia de ese derrotero, imagina personajes nuevos y atribuye roles diferentes a los protagonistas de la trama.
Aunque se trata de una novela y la serie es su adaptación, no deja de ser interesante establecer qué es historia y qué es ficción en los 7 capítulos que abarcan un período del pasado argentino que la censura, la calumnia y la represión buscaron deformar al infinito.
[Atención: la nota contiene spoilers de aquí en adelante]
CONSERVACIÓN Y SECUESTRO DEL CUERPO
Es cierto que cuando Eva murió, víctima de un cáncer, el 26 de julio de 1952, el doctor Pedro Ara acondicionó su cuerpo para la larga despedida -el velatorio duró 16 días- y que luego procedió a embalsamarla en la CGT, donde se montó un laboratorio a tal efecto. El proceso demoró un año. Como dice la serie, el cuerpo iba a ser depositado en el proyectado monumento al Descamisado, cuya construcción nunca se concretó.
El Pedro Ara de la ficción (el actor español Francesc Orella), inclinado sobre el cuerpo de Eva Perón
No hubo una discusión entre Perón y su suegra, Juana Ibarguren, tras la muerte de Eva. Sí hubo un debate con los dirigentes de la CGT, porque tanto Perón como la madre de Evita no deseaban llevar los restos al edificio de la calle Azopardo y sólo cedieron a ese pedido cuando José Espejo, entonces secretario general de la central obrera, les llevó un discurso en el que la propia Eva expresaba esa voluntad.
Hubo testimonios posteriores -en los años 60 y 70- de todas las personas que estaban en la residencia cuando se produjo la muerte de Evita: el ya mencionado Espejo. Atilio Renzi, el secretario de Evita, Raúl Apold, subsecretario de Prensa y Difusión, y el sindicalista Florencio Soto, y sus versiones coinciden.
El doctor Ara no hizo réplicas del cuerpo. Ni tres, ni dos, ni una. Sí es cierto que el resultado de su trabajo fue impactante por su prolijidad.
Es verdad que el cuerpo fue retirado de la CGT por los militares en noviembre del 55, pero es falso que se haya montado un operativo múltiple para desorientar, utilizando las réplicas del cadáver. No le hacía falta tal cosa a un régimen de fuerza, ni estaba en condiciones el peronismo -descabezado, proscripto y perseguido- de oponer una resistencia eficaz a ese atropello.
Eva Perón enferma, rodeada por su esposo y por Armando Mendez San Martin, Roberto Goyenechea, Ricardo Finocchieto, Jorge Albertelli y Raúl Apold
El cuerpo de Eva fue llevado de la CGT cuando la Revolución Libertadora, la dictadura que había derrocado a Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955, se endureció mediante un golpe palaciego -Eduardo Lonardi, 1er presidente de facto, fue derrocado el 13 de noviembre por el general Pedro Eugenio Aramburu– y comenzó una campaña para proscribir al peronismo, encarcelar a sus principales referentes y borrar todos sus símbolos.
Después de su prematura muerte, a los 33 años, Eva Perón había sido santificada de hecho por la gente. La sola presencia de su cuerpo embalsamado, en la CGT, era un elemento perturbador para el orden que la Libertadora quería imponer. Muerta y santificada, Evita representaba un peligro. Podía ser un factor convocante, un motivo de movilización, y su tumba un sitio de peregrinación. La dictadura quería impedirlo y para ello fue comisionado el coronel Carlos Eugenio Moori Koenig, entonces jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE).
El cuerpo embalsamado de Evita (1919 – 1952) (Photo by Keystone/Getty Images)
No es cierto que Perón se desentendió del tema al partir al exilio; poco podía hacer. Pero antes de irse, le entregó a Juana Larrauri el dinero necesario para cancelar el pago de los honorarios del doctor Ara. Ella era la presidente de la comisión de homenaje a Eva Perón.
APROPIACIÓN Y PROFANACIÓN
Es totalmente imaginado el rol que la serie le atribuye haber desempeñado a Moori Koenig antes de la muerte de Eva Perón. No fue edecán de Eva ni de Perón, ni fue convocado por éste para cuidar y, de paso, espiar a su esposa como sucede en “Santa Evita”. El vínculo supuestamente estrecho que desarrolló con ella es pura fantasía. Y no fue la causa de su posterior obsesión -que sí fue real- con los restos de la esposa de Perón.
La aparición de velas y flores en los sitios donde los militares escondían el féretro es un hecho sobredimensionado en la serie. Sucedió alguna vez, en las inmediaciones de la oficina de Moori Koenig en la SIE, como lo confirmó años después el coronel Héctor Eduardo Cabanillas, entrevistado para el documental “Evita, la tumba sin paz”. Tenía lógica que trascendiera la información de que el cuerpo embalsamado se encontraba en ese lugar. Peronistas había en todas partes, pero además Moori Koenig alardeaba y hasta mostraba su trofeo de guerra a las personas que recibía en su despacho. Algunos de estos testigos dijeron que el cuerpo estaba en una caja en posición vertical en la oficina del coronel.
Natalia Oreiro como Eva Perón
Muchos años después, en 1974, Domingo Tellechea, que fue el encargado de restaurar el cuerpo de Evita por pedido de Isabel Perón, sostuvo que “los pies estaban destruidos por la evidente posición vertical que en algún momento había conservado el cuerpo”.
También es verdad que el mayor Eduardo Antonio Arandía disparó por error contra su esposa y la mató; la versión oficial fue que la confundió con un ladrón. El rumor, que vivía obsesionado por la posibilidad de que un comando de la resistencia peronista intentara recuperar el féretro de Evita que por un tiempo estuvo en su casa.
La profanación del cadáver fue confirmada también por Cabanillas que sucedió a Moori Koenig al frente de la SIE. En el documental ya citado, “Evita la tumba sin paz”, se refiere a la inconducta -por decirlo suavemente- de su antecesor de un modo bastante explícito: “El coronel Moori Koenig había cometido algunas faltas muy graves, irresponsables y muy imprudentes, y hasta anticristianas, con respecto al cadáver”.
Cabanillas dice haber conocido a Moori Koenig en el Colegio Militar, pero afirma que ya no era el mismo: “A partir del momento en que tuvo el cadáver en sus manos, se enloqueció, aparte con alcohol, porque tomaba mucho, se enloquecía, decía que esa mujer era de él, que le pertenecía a él…”
Esto fue lo que desató la alarma en el Gobierno militar que entonces relevó a Moori Koenig y lo reemplazó por el coronel Héctor Cabanillas, quien confirmó otro elemento que aparece en la serie: el aspecto que tenía el cuerpo. “Al tomar posesión del SIE, me encuentro con que (en un cuarto) al lado del despacho se encontraba el féretro con los restos de la señora María Eva Duarte de Perón -cuenta Cabanillas-. Fue una impresión bastante intensa, una emoción también, ver ese cadáver, porque era prácticamente una muñeca, estaba intacta”.
Y sigue: “El trabajo que hizo el doctor Ara era tan perfecto que tenía todos los movimientos, la carne era como si estuviera viva”.
A la locura de Moori Koenig se sumó la interna militar. Algunos sectores querían destruir o hacer desaparecer el cuerpo: incinerarlo o arrojarlo al mar eran algunas de las opciones.
Aramburu se negó y comisionó a Alejandro Agustín Lanusse, futuro presidente de facto en 1971, y por entonces Jefe del Regimiento de Granaderos a caballo. Éste es quien hizo gestiones ante la Iglesia Católica y es así como finalmente el cuerpo fue sepultado en Italia.
Por lo tanto, y volviendo a la serie, es falso que Moori Koenig haya trasladado el cuerpo a Europa para enterrarlo en algún lugar de Alemania. El féretro dejó el país en 1956, pero fue llevado por Cabanillas y para ser sepultado en el Cementerio Mayor de Milán, bajo un nombre falso: María Maggi de Magistris.
Los nombres que usa la serie para las copias del cuerpo son variantes de este nombre, que sí existió y fue la identidad bajo la cual fue ocultado el cadáver de Evita hasta su devolución a Perón, en 1971, por Lanusse, que conocía su paradero.
Al recibir el cuerpo de su esposa, Perón lo hizo filmar para conservar el registro de los daños que presentaba el cadáver
La serie no entra en detalles sobre la forma en que el féretro llegó a Milán; aparece brevemente un tal Corominas (seguramente por Cabanillas) que se lo quita a Moori Koenig y le comunica su desplazamiento.
Sobre esa segunda etapa del derrotero del cuerpo, los interesados pueden consultar el libro de Sergio Rubin, Secreto de confesión, que detalla cómo fueron los trámites para sepultarla en Italia.
El personaje del periodista, Mariano Vázquez, es ficticio: sirve para hilar todos los acontecimientos y poner suspenso a la trama. Representa al propio autor de la obra pero también puede estar inspirado en otros periodistas que, efectivamente, indagaron acerca del paradero del cuerpo de Evita durante los largos años de proscripción del peronismo. De hecho, los datos que sirvieron de base a Tomás Eloy Martínez para su novela eran conocidos desde mucho antes de la publicación de Santa Evita (1995). Por ejemplo, el cuento “Esa mujer”, de Rodolfo Walsh, publicado 30 años antes, en 1965, posiblemente haya servido de inspiración a Martínez. Quien lo lea, después de ver la serie, reconocerá el grueso de los elementos de la trama: un coronel “alemán” enloquecido, que bebe sin parar, que se exalta recordando, que dice que “parecía que (’esa mujer’) iba a hablar” y que la enterró “parada”… Interrogado por un periodista, admite que un subordinado suyo mató accidentalmente a su mujer, dice que sufrió un atentado, que recibe llamadas anónimas, cuenta que al cuerpo le cortaron un dedo [N. de la R: algo que también se confirmó al ser devuelto el cadáver aunque se ignora el motivo], y repite: “Es mía, esa mujer es mía”.
Ernesto Alterio, en el rol de un coronel Moori Koenig obsesionado por el cadáver de Eva Perón
OTRAS TERGIVERSACIONES
En lo que más se aleja la serie de la realidad es en cómo presenta el rol de Eva en el dispositivo peronista y su vínculo con Perón.
Una adaptación con perspectiva de género, como impone la tendencia actual, falsea las circunstancias de la aprobación de la Ley de voto femenino. No es para nada cierto que se haya tratado de una idea de Eva que ella tuvo que imponerle a un Perón reticente, como es falso que ella haya tenido que movilizar a las mujeres o comprar diputados para que se aprobase. No podía faltar la contaminación feminista en la lectura de la ley que consagró los derechos cívicos de las mujeres. El voto femenino es releído como una reivindicación puramente de las mujeres y que debió ser arrancada a los hombres, al patriarcado. No fue así para nada. No fue Eva quien le explicó a Perón la necesidad de que las mujeres votasen, sino al revés: fue él quien le enseñó a ella a construir poder político, mal que les pese a las feministas de hoy. Por otra parte, Perón había propuesto la Ley de voto femenino antes de llegar a la presidencia, pero el arco opositor no lo apoyó porque creían que ganarían las elecciones presidenciales del 46 y entonces la ley la promoverían ellos.
En la serie, Perón, en vez de ser el Pigmalión de Eva, es casi un opositor a los deseos de su mujer, a la que incluso manda a espiar y de cuyo protagonismo está celoso. Un cínico que solo busca utilizarla.
(Foto de archivo. Photo by Everett/Shutterstock – Historical Collection)
Ya la elección del apático Darío Grandinetti para encarnar a un líder carismático como Juan Domingo Perón anticipa el tratamiento que se le pretende dar al personaje. Nada original por otra parte: el “evitismo” es un ropaje ya no tan nuevo de la crítica a Perón, que se viene reeditando a medida que Eva se va imponiendo como modelo de mujer política para muchos, ícono estético para otros, pero figura ineludible. Como ya no se la puede desconocer, lo que se intenta es diferenciarla, enfrentarla incluso, con Perón. Evita la revolucionaria (la montonera) versus Perón el burgués, el conservador. Evita la crédula versus el cínico Perón.
No faltan los que llegan a negar el amor y la intimidad entre ellos. Consultado sobre el significado de una escena de la película “Eva Perón: la verdadera historia”, donde se ve al General tratando de entrar sin éxito al dormitorio de su esposa, José Pablo Feinmann -autor del guion- declaró lo más campante: “Quiere decir que no tenían sexo”. Una reacción que me hizo acordar a la escena del film Verano del 42 donde unos niños están leyendo a escondidas un libro sobre sexualidad y de pronto uno de ellos exclama: “¡No! ¡Papá y mamá no pueden haber hecho esto!”
Es cierto que la CGT quiso postular a Evita a la vicepresidencia y que Perón se resistió a esa fórmula. Pero pocos indagan en los motivos de fondo. La enfermedad no fue la razón, contra lo que se ve en “Santa Evita”. Las obligaciones institucionales de una vicepresidencia hubieran acotado el verdadero rol de la mujer de Perón en su dispositivo; y su vocación: la hubieran freezado, acotado. Ella era la vía de comunicación del Presidente con la gente, el mecanismo gracias al cual él podía eludir otras intermediaciones que no siempre eran facilitadoras. Es posible que ella se haya entusiasmado con la idea, pero hasta qué punto es difícil saberlo. Lo que seguramente no pasó es lo que plantea la serie, según la cual la vicepresidencia era el mayor anhelo de Evita en la vida… La escena en la que ella lo trata de “h.. de p…” y le jura que nadie la va a frenar, y él le replica cruelmente “el cáncer te va a frenar”, es de lo más burda e inverosímil.
Darío Grandinetti, un Perón sin carisma
En los 90, década de auge de la iconización de Evita, el evitismo llegó al extremo de insinuar que, la única vez que ella votó, ya enferma, no lo hizo por Perón… Un periodista fue por lana y salió trasquilado, cuando le preguntó por esto a uno de los enfermeros que le hacía las transfusiones de sangre a Eva y la veía diariamente en el final -recordemos que ella votó desde la cama-, y el hombre con toda naturalidad respondió: “Eso no lo sé (a quién votó Evita); yo solo sé que a todos los que la visitaban ella les pedía: ‘Cuiden a Juan, cuiden a Juan’”. Su última y central preocupación en el lecho de muerte.
Finalmente, otro momento de gran distancia con la realidad, quizás el más flagrante, es la única escena en la cual se ve la tarea de Eva en la Fundación. En una cola interminable de gente, varias personas se quejan de que ya tuvieron que venir muchos días y aún no pudieron ver a Evita… que finalmente los deja a todos plantados para correr a atender otra emergencia. Una originalidad de “Santa Evita” que ni los más acérrimos detractores de Eva Perón han planteado. Contradice todos los testimonios sobre su labor en la Fundación.
Llamativamente, esta escena contradice también las declaraciones de la propia protagonista de la serie, Natalia Oreiro, que en una entrevista habló con entusiasmo de los “logros épicos” del personaje que interpreta. Destacó el origen social de Eva que le daba la sensibilidad política que tenía: “Ella sabía de qué hablaba porque su origen era así. Por eso era escuchada por los sectores más populares (…) …ella no dormía, no comía; más allá de su enfermedad daba cinco, seis discursos por día…”
Eva Perón en la Fundación
Recientemente se evocó aquí el testimonio de Facundo Cabral que contradice radicalmente lo que postula la serie: Eva atendía -y resolvía- todas las demandas, y no permitía que otras tareas la distrajeran de los reclamos.
SIN AVISO
No hay ninguna advertencia en la apertura de cada capítulo de “Santa Evita” acerca de que la trama alude a hechos reales pero muy libremente recreados, un aviso que evitaría tomar al pie de la letra el argumento. De todos modos, otras pretendidas biopics, como la mencionada “Eva Perón la verdadera historia”, también han deformado al personaje. “Evita, la tumba sin paz” es un documental de enfoque y relato montonero y cuyo mayor aporte se reduce a los pocos minutos del testimonio de Cabanillas.
Para profundizar sobre la personalidad y obra de Eva Perón, el libro de Juan José Sebreli –Eva Perón, ¿aventurera o militante?– es un ensayo que sigue siendo vigente en lo grueso de su planteo y aunque el autor haya renegado de él; y la biografía de Marysa Navarro (Evita) se mantiene como la más completa y rigurosa. En cuanto al derrotero del cuerpo, además del libro reeditado de Sergio Rubin, la nota “El cadáver robado de Evita, la conmoción de Perón al recibir el cuerpo y una filmación secreta” y el mini-documental que la acompaña reconstruyen la historia de su robo y devolución.
Fuente: Infobae