Doce años antes de su muerte, el gran historiador y escritor regresó al sur argentino para recorrer los caminos y lugares de aquellos trágicos años en los que 1500 peones rurales fueron fusilados. El recorrido quedó registrado en el documental «La vuelta de Osvaldo Bayer». Aquí, el detrás de escena de aquel emocionante viaje.
Fueron los relatos de su padre lo que impulsó a Osvaldo Bayer a interesarse por las huelgas obreras patagónicas reprimidas por soldados enviados por el gobierno de Hipólito Yrigoyen ante la fuerte presión de los estancieros y que tuvieron al frente al teniente coronel Héctor Varela y al capitán Elbio Anaya. Los fusiladores se cobraron la vida de cerca de 1.500 peones rurales que solo reclamaban mejores condiciones de trabajo.
El padre de Bayer trabajaba en el Correo y estuvo destinado en Río Gallegos precisamente en los años 1920 y 1921. Osvaldo nació en Santa Fe el 18 de febrero de 1927 porque al padre lo enviaban a distintos destinos pero fue criado en el barrio de Belgrano. Y fue allí, en el modesto PH de Arcos y Monroe donde convivió con sus libros, periódicos y archivos hasta su muerte, el 24 de diciembre pasado.
La mejor definición de la vivienda de Bayer la dio su amigo entrañable Osvaldo Sorianocuando, al regreso del exilio, Bayer lo invitó a su casa: «Osvaldo, ¡esto es un tugurio!». Poco después y hasta hoy, al lado de la puerta está el cartelito fileteado que le regaló Soriano. La casa de Bayer fue bautizada «El Tugurio».
«¿Cuándo salimos?», preguntó Osvaldo y del Campari pasamos a alguna otra botella.
Contábamos con más entusiasmo que tiempo y recursos, pero el 16 de noviembre a la mañana subimos a un avión que nos llevó al sur. Allí había unos vehículos y un hombre clave en la logística y el corazón de esa travesía. Se trata de Roberto Suárez Samper, un médico con manos y hábitos de hombre de campo, cuyo padre había sido comisario en la zona de las huelgas y que le contó a su hijo la brutalidad con la cual los militares maltrataban y mataron a los obreros en huelga.
Detrás de cámaras
En Jaramillo, nos recibió una partida de gauchos a caballo vestidos con sus mejores galas. Un pueblo de pocas casas movilizado por la llegada del historiador de la Patagonia. Su visita se había convertido en un acontecimiento histórico.
La comitiva nos escolto hasta la sede comunal donde nos esperaba la intendenta, Ana María Urricelqui, quien tuvo la gentileza de regalarle a Osvaldo una botella de whisky. Los gauchos tenían en la espalda facones de buen porte. En ese pueblo, fue donde José Font(Facón Grande, en la película, protagonizado por Federico Luppi) se entregó a las tropas de Varela después de unas refriegas que mantuvieron el grupo de huelguistas que dirigía y los militares. En esos cruces habían muerto tres obreros y un militar. Los de Facón Grande se establecieron en la estación de Jaramillo, y cuando Varela los llamó a dialogar directamente los mandó matar.
Los pasacalles que embanderaban el pueblo decían: «Bienvenido Osvaldo Bayer, padre de la Patagonia». Cuando Osvaldo bajo de la camioneta con una sonrisa de oreja a oreja todo el pueblo lo recibió con un conmovedor aplauso. En la estación se hicieron varias tomas. Y como fue ocurriendo a lo largo de todo el viaje con innumerables historias, resulto que un cronista enviado a cubrir la llegada de Bayer nos acerco la historia contada por su abuelo. Ahí mismo logramos que Bayer entrevistara a Sebastián Cifuentes, nieto de Gavino Pérez, el que mató a Facón Grande. Cifuentes admiraba a Bayer y no podía comprender cómo su abuelo había hecho semejante cosa.
Seguimos viaje, con la idea de pasar la noche en el casco de una estancia. Se encalló en el sendero una de las cuatro por cuatro. Llegamos tardísimo. Comimos un asado que ya estaba frío. Antes de dormir en el piso, Bayer compartió el whisky con el grupo. Resultó poco.
Solo hablaba el viento patagónico. Las distancias eran difíciles de mensurar.
En la estancia San José, estuvimos en una tapera donde quedaba alguna mesa y restos de monturas y pellones de ovejas: en ese cuartucho, Anaya hacía traer uno por uno a los peones para «juzgarlos», tras lo cual los fusilaba.
Luego, pala en mano, junto a Bayer repusimos la cruz que algún gaucho había dejado en la tumba masiva de los peones de la columna dirigida por el socialista Albino Argüelles, masacrados por los soldados a cargo del teniente Anaya por orden del coronel Varela. La cruz tenía grabadas a punta de facón las palabras de duelo: «A los caídos por la livertá». Así, con v corta y sin d final y con acento. Falló la gramática. Triunfó la dignidad pese a la tragedia.
Uno de los choferes que conducía una de las camionetas que puso a nuestra disposición la Provincia, Sebastian Castellanos, tomo una de las palas para enterrar la cruz y visiblemente conmovido contó que su abuelo, peón rural, siempre le hablaba de los cuerpos y las ropas que se veían enganchados a los alambrados y sin más sepultura que la intemperie, sentimos que su presencia allí acompañando a Bayer tenía algo de reparación histórica.
Nos dijeron que el gaucho Huanalef no era de hablar. Había sido esquilador muchos años y también llevaba las ovejas para la veranada a lugares más reparados. Su vida era la naturaleza, no las cámaras y los micrófonos. Pero con Bayer sí quiso hablar. Contó que en el campo se trabajaba de sol a sol. Y que conoció las ocho horas de trabajo cuando llegóJuan Perón al gobierno. Contó no muchas cosas pero todas muy importantes. Y quiso agregar algo: «Soy muy patriota», dijo, y las venitas de los ojos estaban hinchadas.
Los archivos históricos de la Patagonia Rebelde en manos privadas
Éramos una partida nutrida. Cuatro vehículos en caravana. De un lado a otro. Cuando llegamos a Río Gallegos, después de andar por tanto campo nos parecía una gran ciudad. Allí el reconocimiento por Bayer era tremendo. En un momento estábamos en el hotel, desayunando, y alguien nos dice: «En el café de enfrente está Topsic…», para nosotros era un nombre croata más entre los tantos de esa ciudad. Pero Bayer levantó la ceja derecha y preparamos una cámara, luces y micrófonos.
Cruzamos, nos presentamos y le dijimos al señor Topsic si tenía problema en que Bayer le hiciera algunas preguntas. Incómodo, el hombre aceptó.
«Dígame, ¿es cierto que un juez federal le dio a usted los archivos de las huelgas del 1920 y 1921?» –le espetó Bayer.
Topsic se justificó: «Soy historiador, como usted».
«Son documentos públicos –respondió Bayer-. No pueden estar en manos privadas».
Topsic: «Están a su disposición, puede consultarlos cuando quiera».
El diálogo parecía una pantomima. En un rato estábamos en el Archivo Provincial y Bayer le dijo a la directora que sería una medida muy noble recuperar esos documentos, entregados en tiempos de la última dictadura por un juez sin escrúpulos.
Así era andar con Bayer por Río Gallegos. En una parada a almorzar, una mujer joven y elegante se levantó de una mesa para estamparle un abrazo y un beso a Osvaldo. «Soy la nieta del Vasco Zurutúzar», le dijo. La decena de hombres que acompañábamos a Bayer cruzamos sonrisitas sin saber quién era el Vasco Zurutúzar. Nada menos de uno de los huelguistas que logró escapar de la Estancia Anita con el Gallego Soto a Chile.
Estancia Anita y Federico Braun
Carca de Calafate, al lado del lago Argentino, está la Estancia Anita, donde en diciembre de 1921 el capitán Pedro Viñas Ibarra mandó ejecutar a no menos de 150 peones rurales de un total de 600 que trabajaban en ese establecimiento, propiedad de la familia Braun Menéndez.
Llegamos un mediodía de calor al monolito que está en la puerta de entrada principal de la estancia. Bayer estaba transportado en el tiempo. Más que la toma de una película parecía que el historiador imploraba a Viñas Ibarra y a Varela que no mataran a peones que habían votado en asamblea prestarse al diálogo para una solución pacífica a sus reclamos: salarios, jornada de trabajo, mejores condiciones de vida en los barracones. Bayer hablaba y parecía que los 150 asesinados morían de nuevo aquel día.
Durante las semanas previas al rodaje, en Buenos Aires, pedimos varias veces a la secretaria de Federico Braun, dueño de esa estancia, que Bayer pudiera tener un diálogo con él para el documental. Cuando parecía que nunca iban a contestar, ya de regreso, recibimos el llamado de la secretaria y pudimos registrar esa entrevista entre el historiador de los fusilamientos y el nieto de los dueños del predio.
Una de las primeras preguntas de Bayer fue si alguna vez había pensado en repartir esas tierras entre los peones, o promover cooperativas o formas de producción que permitieran reducir la inmensa desigualdad entre propietarios y desposeídos. Braun contestaba con calma y dio los argumentos que, a su criterio, explican por qué las explotaciones rurales son como son. En un determinado momento Bayer le preguntó por qué no se preocuparon por encontrar las tumbas masivas y, ahí, Braun tuvo un mínimo gesto de comprensión de la tragedia que había sucedido en el establecimiento de su propiedad. Vale precisar que Braun aclaró que no heredó Anita sino que compró las partes a sus hermanos, primos y otros herederos.
Tiempo después del estreno de La vuelta de Osvaldo Bayer, promovido por la Comisión de Vecinos por la Memoria de Calafate, y con un voto del Consejo Deliberante a favor de ubicar las tumbas masivas, el administrador de Anita permitió la entrada de un equipo de investigadores de la Universidad de la Patagonia Austral y empezó –al menos- un diálogo para poder ubicar a los fusilados de aquel día trágico en que el Gallego Antonio Soto(interpretado por Luis Brandoni en La Patagonia Rebelde) y otros descreyeron de la promesa de Viñas Ibarra acerca de que no los iban a matar. Soto y un puñado de huelguistas, a caballo, cruzaron la cordillera y así salvaron sus vidas.
Una más para ver la estirpe de Bayer: pudimos grabar una larga entrevista con Elvirita Viñas Ibarra, hija del capitán, con él. El recibimiento de esa mujer al historiador fue apoteótico. Ella, muchos años antes, le había dado acceso a Bayer al archivo de su padre. En las cartas y papeles personales de Viñas Ibarra no quedaban dudas respecto de que los fusilamientos eran un escarmiento, bajo las órdenes de Varela, con el respaldo del gobierno de Yrigoyen, con el apoyo de la Sociedad Rural de Río Gallegos y la participación de civiles armados de la Liga Patriótica.
Bayer hizo historia. No en sentido figurativo. Dio todas las lecciones para que quienes pretendan contar el pasado lo hagan con pasión pero sobre todo con rigor. Con la verdad ante todo.
El perro que mordió a Bayer
Finalmente, después de recorrer más de 5.000 kilómetros, por caminos imposibles, algunas veces con temperaturas bajo cero y durmiendo en cualquier lado, habíamos llegado al final de nuestro viaje, cansados pero felices nos dispusimos a tomar el avión de regreso a Buenos Aires.
Pero el incansable Bayer, con sus 80 años a cuestas y su eterna sonrisa socarrona, nos despidió en Gallegos y siguió rumbo a Gregores, donde lo esperaba un grupo de estudiantes secundarios que habían votado ponerle a su escuela el nombre de Osvaldo Bayer y el eterno luchador no podía fallarles, aunque en su camino se interpuso un perro que lo mordió en una pierna y Bayer con su humor característico decidió que era la reencarnación de Rauch, en referencia al militar prusiano Federico Rauch, gran enemigo de los pueblos originarios, quien murió en un combate con los indios en marzo de 1829.
Bayer siguió. A su vuelta a Buenos Aires entrevistó al actual dueño de la estancia La Anita y logró que se permitiera ingresar al predio para marcar las tumbas de los peones fusilados allí, y siguió… Y se nos hace que no es verdad que murió el pasado 24 de diciembre, que sigue recorriendo caminos y develando entuertos, con su filosa ironía, su rigurosidad con los hechos y su mirada profundamente humanista.
Fuente: Infobae