Alma Mahler, la compositora silenciada que luchó por su libertad

Esta mujer de personalidad caleidoscópica y carácter apasionado defendió su autonomía por encima de todo y utilizó su ingenio y creatividad para inspirar a artistas como el compositor Gustav Mahler y el pintor Oskar Kokoschka.

Alma Mahler

Decían que era la mujer más hermosa de Viena. Decían, también, que pocos podían resistirse a su carácter, a su carisma, a la personalidad rebelde e independiente de Alma Mahler. Los hombres de su vida, entre ellos el compositor Gustav Mahler, el arquitecto Walter Gropius, el pintor Oskar Kokoschka y el escritor Franz Werfel, la amaron y codiciaron no solo como musa, sino como firme catalizadora de su genio creativo. Pero, ¿quién fue realmente la compositora que hizo temblar los corazones del Austria dorada? ¿Por qué renunció a su música para dedicarse a potenciar el talento de otros?

UNA INFANCIA ENTRE ARTISTAS

La vida de Alma Mahler empezó el 31 de agosto de 1879, en Viena. Su madre, Anna von Bergen, era cantante, y su padre, Emil Jakob Schindler, era un reconocido pintor paisajista de la época. Rodeada de los amigos intelectuales de sus padres, que frecuentaban el hogar familiar, la joven creció en un ambiente privilegiado y bohemio que determinó tanto su inquietud artística como su sensibilidad creativa.

A los nueve años, la pequeña Alma empezó a tocar el piano y a esbozar sus primeras partituras, un arte que perfeccionaría años más tarde estudiando composición con Alexander von Zemlinski. A los doce, sufrió la pérdida de su padre y, al poco tiempo, vio cómo su madre se casaba con Carl Moll, un pintor que había sido discípulo de su esposo, con el que había iniciado un romance tiempo atrás. Impactada por aquellos sucesos y sumida en la tristeza, Alma Mahler forjó entonces el carácter firme e independiente que la acompañaría durante el resto de su vida.

A lo largo de la adolescencia, Alma compuso 16 Lied, poemas breves que acompañaba con el piano y que solía tocar cuando los amigos de su madre, artistas pertenecientes al movimiento de la Secesión vienesa, se reunían en el salón familiar. En una de las ocasiones, el famoso pintor Gustav Klimt, de entonces 34 años, se acercó, encandilado, a la Alma de 16 y le robó su primer beso. Tiempo después, dicho artista daría a luz al cuadro por el que se le veneraría desde entonces, titulado, precisamente, El beso.

RENUNCIAR A LA MÚSICA POR “AMOR”

A inicios del siglo XX, después de haber tenido algún que otro romance o flirteo con artistas del calibre del propio Gustav Klimt, Alexander von Zemlinski, Max Burckhard o Thomas Mann, Alma Mahler conoció en una cena al compositor bohemio de origen judío Gustav Mahler. Según cuentan los biógrafos, durante la velada, los invitados se dedicaron a elogiar la obra del músico. Sin embargo, Alma, de opinión completamente contraria, le dijo al compositor: “Tu música no me gusta, no tiene estructura, le falta orden”.

Ofendido por aquellas declaraciones, Mahler invitó a Alma a que asistiera al día siguiente a un ensayo de la Filarmónica de Viena que él mismo iba a dirigir. Al terminar el ensayo, Alma se acercó a Gustav y, completamente atravesada, le confesó: “No es música alemana, es música judía, pero me da igual, estoy emocionada y se me caen las lágrimas”.

La pareja de compositores se casó en 1902 y tuvieron dos hijas: Maria, que murió a los cinco años a causa de una enfermedad, y Anna, que acabaría siendo escultora. La música, era lo que les había unido al principio, pronto se convirtió en un motivo de disputa: Gustav consideraba que solo podía haber un compositor en la relación y le obligó a Alma a firmar un acuerdo mediante el cual ella se comprometía a renunciar a su arte para dedicarse exclusivamente a los cuidados del hogar. “El papel del compositor, el papel del trabajador, me corresponde a mí, el tuyo es el de un compañera cariñosa y comprensiva… Estoy pidiendo mucho, y puedo y se me es permitido hacerlo porque sé lo que tengo para entregar y eso lo que daré a cambio”, afirmó él.

Así, la prodigiosa Alma quedó relegada a un segundo lugar, aproximándose a la música únicamente para hacer de copista y lectora de las obras de su marido. Gustav Mahler, que siempre estuvo enamorado de ella, la retrató en el Adagietto de su Sinfonía nº 5, en el segundo tema de la Sinfonía nº 6 y dos pasajes de la Sinfonía nº8, sin embargo, aquello no sirvió para retener a una mujer de pasiones feroces y una insaciable sed de vida.

Alma Mahler

Alma Mahler y sus dos hijas, Maria y Anna, en 1906.

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