Los enemigos de James Bond

Una exhibición en el Museo Internacional de Espionaje en Washington muestra cómo a diferencia de 007, los malos tienen ambiciones concretas.

La muestra en Washington mezcla historia e ironía, también a través de juguetes de época.

James Bond la tiene fácil. En las películas no tiene grandes ambiciones. No quiere el puesto de M. Cuenta con medios materiales ilimitados. Y si bien es tenaz en las tareas que le asignan, lo único que ansía específicamente son placeres amatorios y gastronómicos. Un hombre simple.

Al contrario de sus villanos. Ellos sí tienen ambiciones. Y no simplemente de riqueza y poder.

Ernst Stavro Blofeld en «Sólo se vive dos veces» (1967) quiere manipular a las superpotencias llevándolas a una guerra nuclear para que su malvado cartel pueda ser la única fuerza que queda en pie. Karl Stromberg quiere instigar una guerra similar en «La espía que me amó» (1967) para recrear la humanidad en ciudades submarinas. Hugo Drax en «Moonraker» (1979) intenta destruir la civilización con armas biológicas para poder generar una raza dominante.

Aun los villanos con los proyectos más modestos se proponen alcanzarlos con una grandiosidad imperiosa. ¿Quiere tener éxito en la informática como Max Zorin en «Licencia para matar» (1985)? Cause un terremoto para hundir todo Silicon Valley. ¿Quiere vengarse de alguien que no le gusta en el MI6 como lo hace Alec Trevelyan en «Dedos de Oro» (1995)? Bombardee Londres.

Siempre nos hemos ocupado del variado elenco de 007 a lo largo de 50 años y ahora, en «Skyfall», por la introversión perturbada y enérgica de Daniel Craig. Sin embargo, el Museo Internacional de Espionaje en Washington, con su nueva exposición «Exquisitely Evil: 50 Years of Bond Villains», comienza a darles a estas criaturas exóticas lo que realmente merecen.

Con más de 100 objetos de las películas ­hasta las mandíbulas de «Jaw» (Tiburón, personaje de La espía que me amó y Moonraker) o al menos sus dientes­, sumados a algunos objetos históricos, la muestra, que se prolongará como mínimo dos años, realiza algo muy difícil teniendo en cuenta el tema: logra el tono adecuado, una mezcla de solemnidad con diversión, de historia con ironía, hablando de figuras que están al borde de la caricatura, pero también detallando hasta qué punto están conectadas con el mundo real.

El resultado es atractivo aun para quienes no son fanáticos de Bond. ¿Cuántas exposiciones podrían exhibir «el corpiño y la falda de casamiento ensangrentados» con los cuales fue asesinada la mujer de Felix Leiter en «Licencia para matar» (1989) y el caso absolutamente real del cigarrillo que Hitler le dio al agente especial nazi de las SS Otto Skorzeny, que liberó a Mussolini de la cárcel italiana en 1943? ¿O montar instalaciones interactivas inteligentes donde el visitante es desafiado a vivir su propio «momento Bond» ­desactivar una bomba atómica en 15 segundos o aferrarse a una barra resbaladiza colgando en el aire- junto con videos de agentes retirados de la CIA recordando sus propios momentos Bond cuando sus rutinas generalmente tediosas se vieron interrumpidas por algo que parecía salido de una película? La interacción entre lo real y lo inventado están presentes desde el inicio de la muestra. Nos enteramos de que Ian Fleming (190864) fue reclutado en la inteligencia naval británica en 1939 por un artículo que había escrito que fue rechazado por The Times de Londres. Posteriormente, al imaginar a Bond, Fleming dijo que creó una «combinación de todos los agentes secretos y las tipologías de comandos que conocí durante la guerra». Y pensó el nombre de su personaje con la intención de que fuera insulsamente anodino.

Lo tomó de un ornitólogo estadounidense, autor de «Birds of West Indies». El libro de James Bond se ha convertido en un artículo de coleccionistas.

Las películas sin embargo no siempre se inspiraron en la experiencia; a veces hasta parecían ser paralelas a ésta. El primer filme de Bond, «Dr. No» (1962), sobre la existencia de unos cohetes estadounidenses en una base secreta en el Caribe listos para desatar una guerra entre las superpotencias, se estrenó menos de dos semanas antes de que misiles secretos en el Caribe hicieran casi lo mismo en la crisis de los misiles de Cuba.

Esto puso a la película en el centro de las preocupaciones políticas de su tiempo. Y Sean Connery fue tan efectivo como Bond que su caracterización afectó las posteriores personificaciones de Fleming. El impacto de 007 se ve claramente en la muestra en los juegos de esa época, en las parodias y en un raro ejemplar de una novela búlgara de 1967, donde hay un enemigo al que se menciona como «agente 07».

Los malvados de las primeras películas establecen el patrón.

Blofeld fue una presencia recurrente, conocido en un primer momento sólo por sus dedos que acariciaban un gato persa blanco mientras él mandaba a matar despreocupadamente a subalternos incompetentes.

El villano de Bond evolucionó, encarnando, según indica la muestra, primero los temores de la Guerra Fría, luego la aniquilación nuclear, después las preocupaciones por los monopolios, los magnates de la droga, las consecuencias de la caída soviética, el caos después del 11 de Septiembre y, ahora, el ciberterrorismo. A lo largo del camino, se desarrolló una complicada interacción con los servicios de inteligencia.

Descubrimos que después de ver «Licencia para matar», con su alusión pionera al software de reconocimiento facial, William Casey, el director de la CIA, quiso que su agencia desarrollara ese sistema.

El Bond de la ficción también se convirtió en una presencia para los agentes de campo. Peter Earnest, el director ejecutivo del museo y ex agente de la CIA dice que «Todos tuvimos un momento Bond», refiriéndose a su profesión anterior.

Y en una entrevista que evoca la disciplina rígida de Judi Dench como M en las últimas películas, Stella Rimington, ex directora del MI5 de Gran Bretaña, sugiere que Bond «está fantásticamente bien entrenado pero la dificultad es que no parece saber dónde están los límites».

Los villanos inhumanos sólo pueden ser debilitados por alguien que, como ellos, tiene una habilidad inhumana y un gusto consumado. 007 se niega, sin embargo, a luchar en ese terreno.

Nada de debates. Nada de interpretaciones psicológicas ni grandes ambiciones. Le basta con ser Bond y tener licencia para matar.

 

FUENTE: diario Clarín

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