«Cerró con llave la habitación y después me tiró sobre la cama, inmovilizándome con una mano sobre el pecho y poniéndome una rodilla entre los muslos para que no pudiera cerrarlos y me levantó las ropas, algo que le costó muchísimo trabajo. Me puso una mano con un pañuelo en la garganta y en la boca para que no gritara (…). Yo le arañé el rostro y le tiré del pelo».
Es el relato de una violación. De una agresión sexual que tuvo lugar hace más de cuatro siglos, concretamente en el año 1611.
La mujer que la sufrió se llamaba Artemisia Gentileschi y fue una artista de excepcional talento, como lo demuestra el hecho de que fuera la primera mujer en conseguir entrar en la Academia de Bellas Artes de Florencia, la misma institución por la que pasó Miguel Ángel.
Pero Artemisia no sólo fue violada, no sólo tuvo que aguantar ver como su agresor no cumplía ni un solo día de cárcel y su testimonio sobre la agresión era puesto abiertamente en duda. También padeció la indiferencia y el rechazo del mundo artístico de su época por el hecho de ser mujer, pasó por la humillación de que muchos de sus cuadros fueran atribuidos a su padre o a otros artistas varones y durante siglos aguantó el ser considerada como una mera curiosidad, como una rareza tan exótica como menor dentro de la historia del arte.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que su excepcional valía artística fuese reconocida. Y en la década de 1970 se convirtió además en un símbolo del feminismo.
En estos días, Roma le dedica una importante exposición en el Palacio Braschi.
«Artemisia y su tiempo» reúne casi un centenar de cuadros procedentes de algunos de los más prestigiosos museos del mundo (desde el Museo de Capodimonte al Metropolitan de Nueva York) a través de los cuales es posible recorrer su vida y trabajo y compararlo con el de algunos de sus contemporáneos, incluido su propio padre, y otros grandes pintores que pululaban por Roma en aquel periodo de oro, como Guido Cagnacci, Simon Vouet o Giovanni Baglione.
Probar la violación
Nacida en Roma en 1593, Artemisia era la mayor y la única mujer (amén de la más dotada artísticamente) de los cuatro hijos de un pintor de origen toscano llamado Orazio Gentileschi.
Aprendió a pintar en el taller del padre, bebiendo a borbotones del naturalismo típico de Caravaggio (dicen que ambos artistas llegaron incluso a conocerse en persona) e impregnándose de su dramatismo y de sus fuertes contrastes cromáticos.
Roma era en aquellos tiempos de principios del siglo XVII un lugar vibrante, en pleno proceso de cambio, donde se llevaban a cabo por doquier obras, reestructuraciones, proyectos de mejora.
Todo eso atraía a la ciudad a numerosos artistas en busca de trabajo.
Fue el caso de Agostino Tassi, un pintor nacido a las afueras de Roma, especializado en paisajes y perspectivas y con fama de pendenciero.
Junto a Orazio, el padre de Artemisia, fue contratado para realizar los frescos del Casino de las Musas, en el Palacio Pallavicini Rospigliosi.
Se hicieron amigos, hasta el punto de que Orazio le abrió las puertas de su casa. Tassi aprovechó esa confianza para violar a Artemisia.
La artista, que en el momento de la agresión tenía 18 años, tardó un año en reunir las fuerzas suficientes para denunciarlo y llevarlo a juicio.
La opinión pública de la época miró con sospecha esa tardanza, concluyendo muchos que en realidad no había habido violación y se había tratado de una relación consentida por la propia joven.
Sin embargo, el 27 de Noviembre de 1612 Agostino Tassi fue declarado culpable.
La pena que le cayó fue bastante blanda: el juez le dio a elegir entre cumplir cinco años de trabajos forzados o el exilio de Roma. Tassi, obviamente, eligió el exilio.
Mirada de mujer
Después de la sentencia y de todo el escándalo suscitado con el proceso, Orazio Gentileschi organizó un matrimonio para Artemisia que le permitiese recuperar a ojos de la sociedad la dignidad perdida.
Así, el 29 de noviembre, sólo dos días después de la condena contra Tassi, la joven se casó con el pintor florentino Pierantonio Stiattesi y juntos se trasladaron a Florencia.
Para entonces Artemisia ya había comenzado a plasmar en sus lienzos a mujeres fuertes y a sufridas, a heroínas, víctimas, suicidas, guerreras, a personajes femeninos procedentes tanto de la Biblia como de la mitología. Y adoptando una perspectiva nueva: la de una mujer.
Porque no le faltaba razón el filósofo francés Roland Barthes cuando sentenciaba que la fuerza de Artemisia Gentileschi radica en su capacidad de dar la vuelta a los papeles tradicionales, alentando «una nueva ideología que nosotros modernos leemos claramente: la reivindicación femenina».
Sólo hay que ver cómo en 1610, con sólo 17 años, la artista ya había pintado por ejemplo a «Susana y los viejos», un cuadro que se basa en el relato bíblico de la casta Susana, quien se estaba dando tranquilamente un baño cuando dos viejos le propusieron relaciones sexuales.
Ella los rechazó y estos, en venganza, la denunciaron por adulterio. La iban a lapidar cuando el profeta Daniel descubrió el engaño y evitó la injusticia.
Aunque la mayoría de los lienzos que en la época recogían este tema mostraban a Susana como una mujer frívola y coqueta que flirteaba abiertamente con los viejos, Artemisia optó por pintarla como una joven vulnerable, asustada, que rechazaba a esos dos hombres amenazantes.
Todo eso, un año antes de que la violaran. Después de ser agredida sexualmente por Tassi, su visión en clave femenina aún se agudizó más.
«Venganza»
Ya en Florencia, pintó otra escena bíblica: «Judith decapitando a Holofernes» (1612 – 1613).
Es sin duda su obra más famosa. Plasma el momento en el que la viuda Judith, ayudada por su fiel doncella, decapita a Holofernes, el general asirio enemigo que se había encaprichado con ella, aprovechando que está borracho y se ha quedado dormido.
El episodio ya había sido llevado al lienzo por numerosos pintores desde el Renacimiento y se consideraba una alegoría del triunfo de las mujeres sobre los hombres.
Pero en manos de Artemisia adquiere nuevos matices, hasta el punto de que varios estudiosos han descifrado en clave psicológica la violencia con que pinta la famosa escena, interpretándola como un deseo de venganza tras la agresión sexual que sufrió.
«Judith decapitando a Holofernes» fue un tema que Artemisia pintó en varias ocasiones, realizando en total tres versiones, algo que también hizo con «Susana y los viejos».
En vida pintó sin parar y llegó a gozar de cierta fama.
Pero tras su muerte en Nápoles en torno a 1654, Artemisia Gentileschi cayó en un largo y profundo olvido que ha durado siglos.
Sólo en la segunda mitad del siglo XX su arte comenzó a ser de nuevo apreciado por algunos críticos y su nombre, desenterrado.
Pero, sobre todo, fue a raíz de que en los años 70 el movimiento feminista convirtiera a esta artista en un símbolo de la lucha de género que Artemisia finalmente resucitó.
FUENTE: BBC Mundo
MUCHAS GRACIAS !!! CHINA CHIANG,.. POR HACERNOS CONOCER … LAS MARAVILLOSAS HISTORIAS …DE LA PINTURA UNIVERSAL .