Estrella de la sociología brasileña, el investigador Sergio Miceli se mete en su reciente ensayo con un tema espinoso: la compleja relación del escritor con la categoría de argentinidad.
POR MAURO LIBERTELLA (Revista Ñ, diario Clarín))
El libro se llama Ensayos porteños. Borges, el nacionalismo y las vanguardias, y está escrito por un brasileño. El gesto es osado, pero no por abordar a Borges –ícono total de las letras argentinas– desde fuera de nuestras costas, sino por meterse con algo que la crítica internacional prefirió eludir: la compleja relación del escritor con la categoría de lo nacionalista, cuyos resultados son todavía materia de disputa. La mirada es, por lo demás, fuertemente sociológica. Sergio Miceli explica algunos resultados estéticos como producto de contingencias biográficas, históricas y sobre todo por la determinación de clase y la relación tensa con su padre. Es un libro polémico, de definiciones tajantes, quizás amparado en la amnistía que le confiere escribir desde fuera del país y desde una disciplina que no es exactamente la crítica literaria, aunque a veces se le parezca.
-¿Cómo nació su interés por la cultura argentina?
-En los años noventa estuve trabajando en la Universidad de Chicago, como profesor invitado en el Departamento de Historia. En ese entonces trabajaba en un libro sobre los retratos de la elite brasileña; quise hacer una comparación con México, sobre todo con los muralistas, pero no me funcionó, y me dije “dejo el estudio comparativo para otro momento”. Después de 2001 fui a Stanford para escribir: me pagaban por investigar. En la biblioteca había una colección argentina impresionante, primeras ediciones de Borges, cosas preciosas. Las condiciones estaban dadas, entonces dediqué un año entero de lectura intensa a la Argentina.
-¿Y por qué Borges?
-Yo había trabajado en un libro sobre la vanguardia artística y literaria brasileña y me interesaba trazar paralelismos, sintonías. Conocía por supuesto la obra de Borges, como lector, y me parecía un asunto muy complejo. Hay una bibliografía tan grande sobre Borges que es abrumador para trabajar. La mirada comparativa me parecía, entonces, que podía aportar algo nuevo. Hay simetrías ineludibles: es la misma época, las mismas condiciones de importación cultural, una relación similar con Europa, condiciones de transformación política semejantes, etcétera.
-Se suele decir que Brasil, por lo idiomático, está aislado del continente.
-Pero no está aislado históricamente, porque las condiciones son muy parecidas. Fijate que nuestros países se comparan recurrentemente con algunos países europeos, como Francia. No me parece una discusión muy productiva esa, porque son experiencias profundamente distintas. La experiencia brasileña tiene mucho más que ver con la mexicana o la argentina que con la italiana o la española, por ejemplo.
-En el prólogo dice que leyó historia argentina, biografías y relatos de primera mano sobre Borges y por último la obra misma del autor. Uno de los riesgos de la crítica sociológica es supeditar excesivamente los textos literarios al contexto social o personal. ¿Cómo piensa esa cuestión?
-Yo en este caso estoy leyendo la obra que la crítica literaria se rehúsa a leer. Estoy leyendo el Borges de los años veinte en ediciones originales; la crítica literaria lee al joven Borges de los años cuarenta, ese que enmascaró sus primeros textos, los olvidó o los transformó. Ellos han involucrado a Borges en una formula ahistórica, y ahí está el problema.
-Según el libro, las condiciones de clase determinan de modo directo la producción estética de Borges. ¿Le parece que eso es siempre así en la literatura?
-No sólo en la literatura, en todo. Es comprenisble que los intelectuales se quieran desmarcar de sus condiciones reales de producción, porque se creen omnipotentes, dueños de todo. Pero no es así en realidad. Borges intentó construir un itinerario particular, muy único, con muchos cortes, pasajes abruptos, quiebres… pero las cosas no pasaron así. Para mí, por lo demás, el texto no tiene una extraterritorialidad, es una práctica social como cualquier otra y desde ahí hay que leerlo.
-Usted trabaja, además, la mirada de la elite en aquella época. ¿Cuál es la relación de aquella elite con la cultura popular?
-Bueno, lo popular para la generación de Borges y un poco después es una representación de las mismas elites. Borges tenía una representación de lo popular: la virilidad, el puñal, los dialectos. Quería empezar una reconstrucción de una gauchesca de lo urbano. Ese es su movimiento, digamos. En Brasil hubo algo similar: la vanguardia hizo una reconstrucción, eligiendo el barroco minero, el de la independencia; hizo un panteón nuevo. Lo popular apareció a través de la voz de la elite de esta manera. Después, aparece una cultura popular gracias a la industria cultural. Pero hay que diferenciar: en Brasil, por ejemplo, hubo una gran movida de conmemoración de lo popular por parte de la elite, pero eso no es lo popular. Son letrados que dicen lo que es lo popular. En Brasil hay mucha música popular, pero también muchos músicos de clase media culta, como Chico Buarque o Caetano Veloso, que no son lo popular.
-¿Pero no tienen llegada a lo popular, más allá de su extracción?
-No. Roberto Carlos llega en serio. Es nuestro Gardel.
-En “Ensayos porteños” habla también de la introducción de tradiciones europeas en nuestro continente durante las primeras vanguardias. ¿Cómo se transformó esto con la globalización?
-En los cincuenta, con la revolución cubana, hubo una transformación muy importante en este aspecto. Estados Unidos se consolidó en la gran potencia y empezó su colonización cultural en nuestro continente. La centralidad de lo europeo, entonces, viene mutando hace décadas. La revolución cubana y el imperio norteamericano suscitaron además conflictos de índole ideológico y político, grandes discusiones entre los intelectuales latinoamericanos. Luego, en Brasil hubo una influencia francesa fuerte en las academias sociales hasta los setenta.
-Hablando de Estados Unidos, en sus diversas estadías en las universidades de ese país, ¿qué prejuicio de lo latinoamericano percibió que se tiene allá?
-Ah, es una lista infinita. Yo enseñé en Chicago, en Maryland, en Florida, en Stanford. Ellos tienen una agenda académica gender oriented : todos son estudios de género. Y políticamente son muy conservadores. La izquierda latinoamericana tiene una imagen de sí misma muy progesista, aunque no lo es tanto. Pero ellos son conservadores desde un punto de vista muy diferente del nuestro. Tenemos otra historia, y por eso nos miran de un modo diferente. Me tocó estar ahí para el 11 de septiembre y vi cómo, en seminarios, en altas cátedras, estigmatizaban y culpaban de todo al extranjero, al otro, al no-norteamericano. Entonces entendí algo de la política cultural estadounidense.