El castigo más exhibicionista y poderoso es la crucifixión, y es exclusivo de los hombres. Desde que la cruz se incorporó como parte de la simbología monoteísta, una condena para criminales aplicada en un hombre es religiosa, devocional y santifica, pero si en esa cruz está colgada una mujer la imagen es una incitación y una ofensa sacrílega. Es el abismo entre la compasión y la estigmatización. La crucifixión del hombre lleva a la salvación, la de la mujer a la insatisfacción.
Texto de Avelina Lésper