Cuando el arte no es puro cuento

arte-puro-cuento_CLAIMA20131207_0006_4Sobre la fascinación por la obra de Ron Mueck en el barrio de La Boca.

Por Silvana Boschi (revista Ñ)

Qué hacen cientos de personas paradas al sol, un domingo de noviembre en La Boca? ¿Qué esperan, en largas filas que serpentean y avanzan lentamente sobre la vereda, junto al Riachuelo, mientras otros cientos de personas salen desde todas las esquinas y enfilan hacia la cancha de Boca? Esperan, con paciencia, para tener un encuentro con el asombro.

Porque lo que se puede ver en la Fundación Proa después de esa larga espera es algo que impacta con fuerza, más allá de que el espectador sea un conocedor del mundo del arte o ingrese al museo desarmado de teorías.

Las obras del australiano Ron Mueck (Melbourne, 1958), un autodidacta que vive y trabaja en Londres y que es alérgico al mundillo artístico, son ocho esculturas humanas de tanto realismo que parecen estatuas vivientes. Si no fuera porque son mucho más grandes o mucho más pequeñas que el tamaño real de las personas, uno podría pensar que se trata de esos artistas callejeros que posan para la propina de los turistas. También hay un pollo gigante, desplumado y degollado, que cuelga de forma tan real que hasta se puede ver la grasa debajo de la piel amarillenta y traslúcida.

Una de las obras más asombrosas de este artista ermitaño es Pareja debajo de una sombrilla (foto), una escultura de grandes dimensiones que representa a dos personas mayores descansando en la playa, en la que se ven infinitos detalles: los pliegues de la piel, los pelos, las canas, el borde engrosado de la planta del pie, las venas que sobresalen en la pantorrilla rosada o un anillo que brilla sobre una mano hinchada por el sol.

Explican que Mueck aprendió sus primeros trucos artísticos en familia, ya que sus padres eran fabricantes de muñecas. Después se encerró durante años en su pequeño estudio, donde todavía trabaja y arma sus criaturas. Como un Gepetto del siglo XXI.

La observación de los visitantes de la muestra es un espectáculo aparte. El primer impacto viene con Máscara II , una cabeza gigante que asombra por su expresión y realismo. Después se puede ver una pareja de jóvenes y Mujer con compra s, una joven con cara de desesperanza que lleva un bebé en el pecho, debajo del abrigo. La gente habla despacio, mira las obras desde varios ángulos, observa los ojos de las esculturas y se asombra. Los visitantes que salen se cruzan en la vereda con la larga fila de los que aguardan para ingresar. “¿Vale la pena?”, le pregunta una mujer a una conocida. “Sí, es impresionante”, le contesta la otra. Y entonces la mujer espera.

 

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