Cuando Jorge Luis Borges visitó Neuquén

0002060918Jorge Luis Borges en Neuquén, conversando con el doctor Gregorio Álvarez, y a su lado el gobernador Felipe Sapag (arriba). En el aeropuerto fue recibido por el obispo Jaime de Nevares. Fue en mayo de 1970, ya ciego, disertó en medio de un corte de luz.

Por PABLO MONTANARO
montanarop@lmneuquen.com.ar

Diario La Mañana Neuquén

El corte de luz que sufrió una parte de la ciudad de Neuquén aquel 8 de mayo de 1970 no le impidió al escritor Jorge Luis Borges continuar con una de sus mayores pasiones: hablar y conversar sobre libros, autores y viajes.
Ciego desde hacía unos años, Borges se dirigió al auditorio que colmaba la sala del edificio de Belgrano y Salta, donde funcionaba la Universidad de Neuquén, y les dijo: «Estoy acostumbrado a la oscuridad. Por mi parte no tengo inconvenientes en continuar la charla». Mientras tanto, los organizadores buscaban velas para iluminar la sala.
Tras la presentación de Jorge Doroteo Solana, por entonces director interino de la casa de estudios, durante algo más de una hora y en medio de la oscuridad de una sala apenas iluminada por las velas, el autor de El hacedor ofreció su disertación. Su porte algo dubitativo, su modo pausado de hablar arrastrando las palabras y la profundidad de sus reflexiones cautivaron de inmediato al auditorio.
La visita de Borges fue en el marco de los festejos por los 80 años de Gregorio Álvarez.

Una breve nota publicada en el diario Río Negro señaló que en su disertación Borges «parangonó» realidad y fantasía, aludiendo a los artificios imaginativos de Edgar Allan Poe, Henry James, H.G. Wells y hasta se preguntó si la vida que vivimos diariamente «puede ingresar dentro del género llamado realista o en el más amplio de la fantasía».
Borges había arribado a esta ciudad en el marco del festejo por los 80 años del médico y escritor Gregorio Álvarez. Lo hizo junto a Elsa Astete Millán, con la que se había casado tres años antes y se separó unos meses después de su estadía en Neuquén, y a la que la madre de Borges, Leonor Acevedo, no aceptaba porque no hablaba inglés.
En su condición de secretario de la comisión de escritores, el historiador Juan María Raone también agasajó a Borges en su casa. A los 90 años recuerda ese encuentro.
«Con un ciego uno trata de ser lo más amable posible. Imaginate lo que fue estar con Borges, que además de ciego era un gran escritor. Uno le hablaba como si le hablara a un padre», confiesa.
Como si se tratara de un tesoro, Raone exhibe orgulloso el libro de Gregorio Álvarez El tronco de oro, que lleva estampada la firma de Borges con esa inconfundible letra diminuta del escritor que obtuvo un sinfín de reconocimientos, pero nunca el Nobel de Literatura, y de cuya muerte el martes se cumplieron 30 años.
(Agradecemos al Sistema Provincial de Archivos del Neuquén y a Elsa Bezzera por las fotografías.)

ESCENARIO
Un visitante de lujo y premiado
Cuando Jorge Luis Borges visitó Neuquén en mayo de 1970, ya había sido galardonado por la Fundación Bienal de San Pablo con el Premio Interamericano de Literatura de Brasil.
Además, ese año publicó El informe de Brodie, un libro de madurez narrativa en el que los relatos se despliegan hasta el extremo de lo fantástico, una marca bien borgeana.

Durante su visita a la ciudad de Neuquén, Jorge Luis Borges cumplió con el ritual del té. El lugar fue la casa del doctor Eduardo Castro Rendón en la calle Santa Fe y la que más disfrutó, no sólo de la infusión sino también de escuchar a su admirado escritor, resultó ser su hija Inés.
Ni bien Borges terminó de dar una conferencia en la Cooperadora Escolar Conrado Villegas, Inés Castro Rendón se acercó, le dio la mano y lo invitó a tomar el té. Hoy, a los 83 años, Inés recuerdó que Borges «aceptó gustoso el convite». «Me pidió que le ayudara a bajar los dos o tres escalones que tenía el escenario donde dio la charla, me agarró del brazo y nos fuimos caminando hasta la casa de mi padre», contó.
De esa extensa charla, la memoria de Inés retuvo algunas consideraciones expresadas por Borges sobre la literatura: «Dijo que cuando se empieza a escribir se lo hace de manera muy barroca y que el gran desafío de todo escritor es llegar a la simplicidad de lo que se quiere transmitir. Para Borges la forma barroca de escribir era sinónimo de vanidad o soberbia del escritor. Yo no era escritora pero me pareció muy certero lo que dijo aquel día».
Hacía tiempo que Inés se había hecho una lectora fiel de Borges. Confiesa que cuando leyó por primera vez «Hombre de la esquina rosada», se preguntó: «¿Puede haber una persona que escriba así?».

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