Borges le dedicó un cuento, “El cautivo”, pero esta historia no es ficción. María Sherriff reconstruye como novela la vida de quien fue su antepasado y cuyas desventuras formaron parte de la tradición oral de su familia.
Por Claudia Peiró
FUENTE: Infobae
El cautivo de la niebla (Ediciones B, 2016), la novela de María Sherriff sobre Daniel Gilmour, viene a rescatar una de las tantas aventuras humanas extraordinarias que tuvieron por escenario la Argentina en construcción.
«No quiero inventar lo que no sé», dice Borges en su breve cuento sobre Daniel Gilmour –El cautivo, en El Hacedor-, como justificación a las lagunas de la trama. Son los huecos que se propuso llenar María Sherriff, buscando corroborar en los archivos nacionales lo que en su familia se fueron contando de padres a hijos.
Sí, efectivamente corría por aquellos años de campo a campo el rumor sobre «un indio de ojos celestes», como dice Borges, que bien podía ser el hijo perdido de los Gilmour, inmigrantes escoceses que venían a criar ovejas en la pampa. Un soldado demasiado alto, demasiado rubio y blanco llamó la atención de muchos durante la Guerra del Paraguay. Encontrar los registros del reclutamiento de Daniel por el Ejército fue una de las grandes emociones de la autora en su búsqueda documental, ese momento en el que la leyenda tantas veces contada se materializó y se hizo historia.
El niño perdido fue gaucho errante, recluta forzado en la Guerra del Paraguay, soldado de fortines …., hasta que lo impensable sucedió: el reencuentro con su familia del que no daremos detalles acá para no quitar suspenso.
La historia de Daniel Gilmour, 30 años “perdido” en la pampa
María Sherriff reconstruye con mucho detalle y realismo no sólo el marco histórico de aquellos años sino también el ambiente y la vida rural, que conoce por vivencia propia.
—¿Cuál es su vínculo con este personaje tan interesante, de novela pero que existió, un muchacho de 5 o 6 años que se pierde en el campo….?
—En realidad lo roban. Lo sacaron de su casa, en el Rincón del Tuyú, que en ese momento, 1852, era como el límite Sur de la provincia. Lo que hoy es San Clemente del Tuyú, Madariaga, General Lavalle.
—Campo y mar.
—Sí. Sus padres vinieron desde Escocia contratados, llegaron en 1844 a la estancia de los Gibson y después de los cinco años que duraba el contrato, alquilaron un predio y tenían sus propios lanares. Lo llamaron Monte de los Blancos. Desde ahí raptaron a este chico.
—¿Pero lo raptan indios o …?
—No, se dijo que era un pardo. Fue en el año en que fue vencido Rosas y pudo haber sido uno de estos soldados dispersos que rondaban las estancias, donde se los acogía, se les daba de comer y demás y no de ellos vio a este chiquito andando a caballo alrededor de la casa y…. En un momento se dieron cuenta de que el chico faltaba, toda la población salió a buscarlo, pero no dieron con él.
—Daniel Gilmour se llamaba, ¿no? ¿Cuál es su vínculo con esta historia?
—Era el hermano de mi bisabuela. Yo sería su sobrina bisnieta. Y esta historia, a pesar de que tenemos algo escrito, pero fue oralmente pasando de abuelos a nietos y tíos y primos. Siempre me fascinó la historia. Y cuando alguien pedía un cuento, era «contame el del chico perdido».
—Los avatares que usted describe en la vida de Daniel durante esos treinta años en que estuvo perdido y fue otra persona, con otro nombre, ¿son reales? ¿Verdaderamente estuvo en la Guerra del Paraguay?
—Sí. De eso hay documentación. Por ejemplo, en el archivo histórico del Ejército cuando hacían las levas figura que fue reclutado. Yo estaba fascinada cuando me encontré con eso, dicho sea de paso era son de una gran prolijidad los archivos del Ejército, no así los de la Aduana, donde es muy azaroso encontrar algo. También me encontré con la sorpresa de que a los pocos meses desertó. Eran grupos enormes los que desertaban. Se ve que después reapareció y hasta hubo condecoraciones…
—O sea, él deserta y lo vuelven a reclutar.
—Sí, no sé las fechas, así que ahí entra mi imaginación. Pero tíos de mi padre recordaban haber visto unas medallas al valor. Entonces yo relato a partir de mi fantasía cómo fue su participación en la guerra-
—Esta historia llamó también la atención de algunos nombres famosos de la literatura como Borges y Hudson.
—Así es. William Hudson, que había nacido acá en Argentina, en 1924, ya escribiendo desde Inglaterra lo menciona con nombre y apellido. Entonces él lo cuenta con un final muy libremente elegido por él, aparentemente, porque a la familia, Gilmour, Carruthers y demás, no les gustó mucho esta versión de que Daniel vuelve, conoce a su familia, no le gusta y se vuelve a marchar.
—Como diciendo que ya no pudo readaptarse…
—Sí. Según la versión que está en la familia él sí se adapta, aunque con escapadas, pero vuelve y está en acontecimientos.
—Es un gaucho errante, como Martín Fierro.
—Y sí. Volviendo a la Guerra de Paraguay, había muchos cuentos de gente que había estado en la guerra y que había visto entre los gauchos a un indio rubio o colorado. Entonces la madre decía «ese es mi hijo». Y es así que, cuando terminó la guerra y volvían los heridos, ella recorrió los hospitales buscándolo.
—El otro es Borges.
—Sí, Borges tiene un cuento maravilloso, muy a su estilo, de media página. Y dice que no sabe si este relato lo escuchó en Junín o en Tapalqué y el final es más o menos parecido, pero él se disculpa todo el tiempo diciendo no estoy seguro si fue así. Muy borgeano.
—¿Le llama a usted la atención que con la cantidad de historias que tenemos así de fascinantes de los años en los que se formó el país, no haya más literatura o cine con estos argumentos? En otro lado con esta historia ya hubieran hecho como diez películas.
—Es verdad. Es como si no quisiéramos revivir todo eso, inclusive los mismos protagonistas. Como si quisiéramos una vida nueva, nos olvidamos de todo lo que dejamos atrás. Hay como una negación. Y es una pena porque es tan rica en conceptos esta entrega de este personaje a su patria, ¿no? Y yo creo que vale la pena revivirlas.
—Además de la reconstrucción de los acontecimientos históricos usted también describe cómo se va formando el país, la vida en el campo.
—Yo crecí en el campo, conozco. Estuve en un pueblo de campo también, toda mi niñez la pasé ahí, parte de mi adolescencia. Siempre me atrajo toda la sociedad campestre que es distinta a la ciudad; ahí todo el mundo está mezclado, yo he ido a un colegio donde había todo tipo de personas, desde el hijo del doctor a todo nivel social. Se comparte muchísimo más y esa es una gran oportunidad; no encuentro eso después viviendo en grandes ciudades, donde los colegios son muy cerrados y los niños se relacionan solamente con sus pares.
—¿Y la parte histórica?
—Me dediqué a estudiar un poco porque tenía nada más que lo del colegio. He leído a muchos autores ingleses por ejemplo, aventureros que atravesaban toda la pampa argentina para llegar a unas minas en Chile por ejemplo y daban cuenta de todo, porque la prolijidad en ese sentido era fantástica. Yo digo que me parece que eran todos espías, reportaban todo, anotaban cada detalle, cuánta agua traía el río, qué tipo de pastos había. Por ejemplo los hermanos Robertson, uno de ellos que se dirigía a Paraguay y de casualidad presenció la batalla de San Lorenzo. Y se ve que eso le fue útil siempre al Reino Unido. Cuando Estados Unidos se independizó, si Londres quería encontrar algodón o lanas, ya tenían el informe de dónde había buenas pasturas para obtener lana.
—¿Tiene pensado escribir otra historia así de este tipo?
—Esta fue mi primera experiencia. Pero me encantan todas estas historias y siempre estoy a la pesca de que alguien me cuente lo que sabe. También estoy escribiendo unos cuentos. En este caso, me fue muy valioso un relato muy corto sobre Daniel,de 1962 que escribió David Carruthers, que era un tío de mi padre, se tradujo porque estaba escrito en inglés. En 2015 Andrew Graham-Yooll, que había sido el director del Buenos Aires Herald, lo saca en Página 12 como un relato de…
—¿Era sobre Daniel Gilmour?
—Era sobre los escoceses y lo titula «La leyenda del indio blanco». Así que bueno, sí, es mi intención y esto está teniendo una linda repercusión. En realidad yo lo escribí para dejarlo para mis hijos y mis nietos. Antes, de chicos, no teníamos televisión, nos encantaban los cuentos. Ahora están tan ocupados que dije lo voy a dejar por escrito. Ariel Dillon fue una ayuda muy importante para el libro, y después lo vio Paula Viale que hace scouting y así fue como terminó en Ediciones B.