Sale la antología «Lo mejor de Maitena», una selección que la autora preparó revolviendo su archivo, todos los libros publicados.
Por Patricia Kolesnicov (Revista Ñ)
Debe de ser, tiene que ser un decorado ese espejito parado sobre el escritorio de Maitena que tiene enganchada una pinza de depilar. Así: papeles, dibujos, pantalla enorme, teclado, espejito con pinza. Como si Maitena pasara de la pantalla de trabajo al espejo –ay, ese pelito que empezó a molestar en el inconsciente–, y después sincronizara ese espejo con la pantalla. Eso: mirarse, mirar, entender, burlarse, compadecerse, es lo que Maitena ha hecho desde siempre, con sus Mujeres alteradas, que en los 90 dieron la vuelta al mundo y la volvieron una estrella. Entra el sol por la ventana del departamento sobre Callao que es su estudio y que –salvo ese escritorio y todos los papeles tirados– está vacío. Casi: en el living enorme hay una silla que mira a la ventana. A los autos. “Antes veía la línea azul del mar, ahora veo la línea azul del neón de Zivals”, tirará en algún momento, pero ojo, ni hablar de melancolía por el pueblito-paraíso en Uruguay que, después de 12 años, dejó en 2012 para volver a pleno centro. Maitena ya no dibuja, dice que le da fiaca, que piensa en hacer dedito por dedito y… no. Pero acaba de terminar un libro.
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