Todo sería diferente. El Sol para empezar. Sería pequeño, débil y rojo, pero estaríamos tan cerca de él que la radiación sería dos veces más intensa. Los años durarían cerca de dos días y no habría noche y día, sino que, como la Luna, una parte del planeta siempre miraría al Sol y la otra estaría oscura y fría. Podríamos vivir allí porque la evolución nos habría llevado a estar adaptados a la radiación infrarroja más que a la luz visible, algo que haría, por ejemplo, que las plantas no fuesen verdes, como en la Tierra, sino negras o rojas.
Aún no tiene nombre, más allá de un abúlico TRAPPIST-1b o TRAPPIST-1c que revela sin más que es el segundo (o tercer) planeta de una serie encontrada alrededor de una estrella enana bautizada como TRAPPIST-1 en honor al telescopio -situado en La Silla (Chile)- que la encontró. Pero es uno de los tres mejores candidatos para albergar vida en la Vía Láctea -más allá de la Tierra- hallados hasta la fecha. Se trata de tres planetas de tamaños similares al de la Tierra y que orbitan alrededor de una estrella enana a 40 años luz de distancia de la Tierra y que acaban de ser descubiertos por investigadores de la Universidad de Lieja (Bélgica) y del MIT de Boston (EEUU), principalmente.
Los científicos que se dedican a la búsqueda de planetas habitables dentro de nuestra galaxia tienen una única pregunta en mente: ¿Existe vida más allá del Sistema Solar? Para responderla lo primero que hay que averiguar es dónde comenzar a buscar. Desde que comenzó el campo de estudio de la búsqueda de exoplanetas, ya han sido miles los posibles mundos habitables que se han encontrado hasta la fecha. Pero ninguno tan parecido a la Tierra y con tantas posibilidades de albergar vida como los tres recién descubiertos y cuyo hallazgo se acaba de publicar en la revista científicaNature.
Ilustración de la estrella enana ultrafría TRAPPIST-1 y de sus tres planetas. ESO
La clave es que se trata de un conjunto de planetas de tamaño muy similar a la Tierra y que se encuentran a una distancia de su estrella que les hace tener una temperatura y una radiación parecidas a las terrestres. Pero hay una gran diferencia: el Sol alrededor del cual orbitan. Este hallazgo se trata de la primera vez que se detecta un sistema planetario junto a una estrella enana ultrafría.
La pregunta evidente quizá sería: Si buscamos mundos análogos a la Tierra, ¿por qué no tratamos de encontrar planetas del mismo tamaño y que orbiten alrededor de una estrella de tamaño similar al del Sol y la misma distancia? El hecho de que se trate de una estrella enana tiene su importancia porque, de tratarse de una estrella más grande y potente (como nuestro Sol), los investigadores no serían capaces de estudiar correctamente las propiedades de la química que forma las atmósferas de esos tres planetas.
El estudio de la atmósfera de un exoplaneta depende de los pasos periódicos que realiza ante su estrella. Durante esos ‘tránsitos’, la atmósfera de un planeta bloquea una fracción de la luz de su estrella, haciendo que la veamos borrosa y débil. Este efecto depende de la composición de la atmósfera, así que midiendo este efecto en diferentes colores, a diferentes longitudes de onda, los investigadores pueden aprender muchas cosas de la composición de esa atmósfera. Cuanto más pequeña sea la estrella, más grande es la fracción de su superficie escondida por la atmósfera del planeta, así que también serán mayores las señales que se pueden medir. Además, cuanto más pequeña y débil sea la estrella, más frecuentes serán los tránsitos del planeta habitable, es decir, más veces pasará el planeta entre su estrella y la Tierra, y más registros podremos tomar.
«La tecnología actual nos permite estudiar de manera precisa la composición atmosférica de un planeta de tamaño similar a la Tierra sólo si orbita alrededor de una estrella no mucho más grande que Júpiter, como por ejemplo una estrella enana ultrafría como TRAPPIST-1», asegura a EL MUNDO Michaël Gillon, investigador del Instituto de Astrofísica y Geofísica de la Universidad de Lieja y autor principal del trabajo publicado en Nature. «Para estrellas de mayor tamaño, no seríamos capaces de hacerlo. Así que para buscar vida en exoplanetas, ¡las estrellas enanas son el mejor lugar por el que empezar!», sentencia Gillion.
Ilustración de la estrella enana ultrafría TRAPPIST-1 y de sus tres planetas ESO
Aún habrá que esperar para conocer más datos de las composiciones químicas de las atmósferas de estos nuevos exoplanetas y saber así si poseen la química que delate la presencia de algún agente biológico en el planeta. «La presencia de metano, de ozono o de dióxido de carbono en ciertas proporciones son indicativos de que hay actividad biológica», explica J. Miguel Mas Hesse, investigador del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) que no ha participado en la investigación.
«Realmente se trata de un cambio de paradigma con respecto a qué camino seguir en nuestra búsqueda de planetas y de vida en el Universo», afirma Emmanuël Jehin, de la Universidad de Lieja y coautor del estudio. «Hasta ahora, la existencia de estos mundos rojos orbitando alrededor de estrellas enanas ultra frías era puramente teórica, pero ahora tenemos, no un solitario planeta alrededor de una estrella roja débil, ¡sino un sistema completo de tres planetas!», asegura.
El hallazgo se produjo cuando los investigadores descubrieron que la luz de esta débil estrella se desvanecía ligeramente a intervalos regulares, lo que indicaba que varios objetos estaban pasando entre la estrella enana y la Tierra. Lo que veían los investigadores eran los continuos eclipses de los tres planetas con mayores probabilidades de albergar vida de cuantos se han encontrado hasta ahora. Pero tenían varias diferencias importantes con el único ejemplo conocido de vida en el Universo.
Observaciones posteriores realizadas con telescopios más grandes, como el Very Large Telescope de 8 metros del Observatorio Europeo Austral (ESO) en Chile, han demostrado que los planetas que orbitan a TRAPPIST-1 tienen tamaños muy similares al de la Tierra. Pero dos de ellos tienen períodos orbitales de cerca de 1,5 y 2,4 días respectivamente, es decir, sus años duran alrededor de dos días. El tercer planeta ha sido más difícil de determinar, pero se mueve en un rango de entre 4,5 y 73 días. «Lo más probable es que estén sincronizados, como la Luna lo está con la Tierra», explica Mas Hesse. Esto querría decir que los planetas ofrecerían siempre la misma posición a su estrella y tendrían, como nuestro satélite, una cara oculta. «70 días es el límite para estar sincronizado, así que ese tercer planeta más lejano y del que sabemos menos, también podría estar sincronizado», opina el investigador del Centro de Astrobiología.
«Con períodos orbitales tan cortos, los planetas están entre 20 y 100 veces más cerca de su estrella que la Tierra del Sol. La estructura de este sistema planetario es mucho más similar en escala al sistema de lunas de Júpiter que al del Sistema Solar», explica Michaël Gillon. A pesar de esa cercanía, estos tres mundos sólo reciben entre dos y cuatro veces más radiación que la Tierra, ya que su estrella es mucho más débil.
Puede parecer que esto aleja demasiado la similitud con la Tierra a la hora de haber desarrollado vida, pero también ofrece todo un rango de posibilidades, un gradiente de temperaturas y radiaciones, muy interesante a la hora de estudiar la presencia de vida. Los autores del estudio creen que quizá los polos de estos planetas, que reciben menor radiación, pudieran ser buenos candidatos para buscar vida.
«Gracias a varios telescopios gigantes actualmente en construcción, incluyendo el E-ELT de ESO y el James Webb Space Telescope de la NASA y las agencias espaciales de Europa y Canadá (cuyo lanzamiento se prevé para el 2018), pronto seremos capaces de estudiar la composición de la atmósfera de estos planetas y explorarlas, primero en busca de agua y, luego, en busca de trazas de actividad biológica. Este estudio supone un paso de gigante en la búsqueda de vida en el universo», asegura a este diario el investigador del MIT de Boston Julien de Wit, coautor del trabajo.
De existir, ¿Cómo sería la vida es estos mundos? «La estrella TRAPPIST-1 emite la mayoría de su luz en el rango del infrarrojo. Esto no es un gran problema para la vida, ya que algunas bacterias hacen la fotosíntesis gracias a pigmentos sensibles a esta radiación», explica el autor principal del estudio. «Yo me imagino que, si existe vida alrededor de estas estrellas enanas ultrafrías, la evolución biológica habría resultado en organismos fotosintéticos que usen este tipo de pigmentos. Así que las plantas no serían verdes, como en la Tierra, sino negras o rojas, dependiendo de si absorben o no los fotones rojos además de los infrarrojos», imagina Michael Gillon.
Es posible que estos nuevos mundos habitables estén demasiado lejos y que no sean el mejor análogo terrestre que haya en la Vía Láctea, ya que en el futuro se podrán estudiar planetas en estrellas mucho más potentes gracias a la misión PLATO que enviará la ESA en el año 2025. Pero, ¿qué ocurriría si se llegasen a detectar indicios de moléculas generadas por alguna forma de vida? «Es verdad que es imposible enviar un cohete con la tecnología actual, pero no dudes de que lo primero que se va a hacer si se detectan trazas moleculares de vida es enviar una señal para ver si hay respuesta», dice Mas Hesse. «Es cierto que está lejos, pero después de todo, tendrías la respuesta 80 años después de enviarla», asegura.
FUENTE: Diario El Mundo