Un pueblo medieval italiano resurgió de sus cenizas gracias al arte.
Por Steve Burgess (revista Selecciones)
El pueblo de Valloria, situado en la punta occidental de la Riviera italiana, a la orilla del Mediterráneo, es una visión de esplendor bucólico. En las últimas décadas no lo habían afectado los estragos del turismo, pero, como la mayoría de los poblados pequeños, afrontaba un problema: sus jóvenes estaban emigrando. Angelo Balestra fue uno de ellos. Salió de Valloria a buscar trabajo en la gran ciudad, y al final se estableció en Milán para dedicarse a la publicidad.
Su deseo de volver a casa a visitar a la familia era muy fuerte, pero pronto empezó a temer los viajes que hacía los fines de semana para ver a su madre. “Se me partía el corazón”, cuenta. “En el pueblo, que en otro tiempo tenía cientos de habitantes, ya sólo quedaban 30 ancianos. No había tiendas, bullicio, nada… Y todo se estaba llenando de grietas o viniendo abajo: el techo de la vieja iglesia, los lagares tradicionales, las calles”.