El espía argentino que trabajaba para el Che

61710_untitled-1En su libro Los ojos del Che, el periodista y productor de TV Marcos Gorbán descubre la historia de Fernando Escobar Llanos, un ex militante de “La Fede” que colaboró en las operaciones de Guevara en África, Europa y América Latina.

“El Che se quedó mirando el techo un rato largo y en silencio. De repente me soltó una propuesta que todavía me resuena en los oídos: ‘Mirá, quiero que seas el hombre invisible. Que nadie te conozca. Que nadie te pueda mencionar. Que te diluyas entre la gente y en los lugares a los que te voy a pedir que vayas. No vas a aparecer en ningún libro de historia. Porque nadie tiene que saber de tu existencia’.»

El pacto entre Guevara y Fernando Escobar Llanos se mantuvo intacto durante medio siglo. Hasta que el ex militante del PC, que trabajó siete años en forma clandestina para el Che, se enteró que el hijo de unos viejos amigos, de esos que no esquivan el bulto en las malas, estaba escribiendo un libro sobre su desconocida historia. Así fue como Escobar Llanos, «El Losojo», como lo bautizó el Che u Orlando como se llama hoy, accedió a revelarle a Marcos Gorban la letra chica de sus años de espía en África, Europa y América Latina. Y así fue como el periodista y reconocido productor televisivo comenzó una desenfrenada búsqueda de testimonios, documentos y fotografías que sirvieran de prueba para un relato quizás cercano al “marxismo mágico”, como se animó a plantear en el comienzo de su libro.

“La historia es increíble – explica Gorban- y la descubrí a partir de un libro que me regaló Alberto Nadra en 2014. Luego logré dar con el paradero del Losojo y a partir de su relato, que tuvo huecos producto del paso del tiempo, comencé a buscar las pruebas de este personaje desconocido”.

-¿Por qué cree que accedió a hablar después de tanto tiempo?

-Aceptó porque conocía a mi familia. Había sido atendido por mi viejo, que era médico, aunque con el correr de las semanas me fui enterando que había tenido una relación mucho más íntima con mi familia.

-¿Cómo fue el primer encuentro?

-El día que lo conocí salí fascinado. Cuando empieza la conversación, el tipo me tira varias cosas sobre su vínculo con el Che que me apabullan. Tuvimos que reunirnos varias veces e, incluso debí viajar a Cuba para reunir testimonios directos que certificaran que su relato era cierto.

-Bueno, el libro es un relato de esa búsqueda de pruebas.

-Sí, claro. Si bien en el final le digo que creo en su historia, eso no me impidió admitir que por momentos me encontré con algunas inconsistencias. Lo que pasa es que yo hablé con un tipo que durante cincuenta años se calló, y esto le generaba un montón de distorsiones. Aunque debo agradecerle porque, dentro de su propia confusión, no llenó los baches con mentiras. Le agradecí mucho el «no me acuerdo».

-¿Por qué cita El impostor, de Javier Cercas?

-Cuando empiezo a leer a Cercas, yo estaba haciendo la investigación y en todo momento me preguntaba si el Losojo me estaba mintiendo. Y sobre todo luchaba contra mí, para saber si esa historia era verdad o yo quería que lo fuera. Creo que su definición más exacta se me ocurrió después de publicar el libro: en el ajedrez del Che, el tipo era un peón que quería ser alfil. Pero era un peón. Cuando se lo dije, sentí que le hice doler.

“Te invité a venir para que conozcas al hombre invisible. Te presento al Losojo, le dijo el Che. Fidel empezó a jugar y revoleaba la mirada sin encontrar a nadie. El hombre invisible… ¿adónde está? Yo me puse de pie y le extendí la mano, pero Fidel seguía jugando. ¿Adónde está el hombre invisible? No lo puedo ver!!”

Esta anécdota relatada por el propio Losojo fue crucial, porque le permitió a Gorban romper el hermetismo y ganarse la confianza de los dirigentes cubanos Juan Carretero (clave en la estrategia cubana en América Latina), Salvador Prat (responsable de las escuelas de entrenamiento en Cuba), Víctor Dreke (segundo del Che en África) y Pombo (escolta del Che, su nombre era Harry Villegas), a quienes el autor entrevistó en su necesario viaje a la isla. “Tenían miedo que el Che apareciera actuando a espaldas de Fidel, por eso la anécdota fue la llave que me abrió todas las puertas”, destaca.

-¿Qué consiguió en Cuba?

-Mi primera certeza fue que los que no debían conocerlo no lo conocían, pero admitían que era una historia factible. Luego, Drecke identifica una foto en África, Prat me confirma un asado con el Che que sólo pudo conocer alguien que estuvo presente y Carretero hace lo mismo con un viaje de Guevara a París. Todos indicios que confirman que el relato era cierto. No hay uno solo que diga que era mentira.

-A pesar de ello, cuenta que Pombo no lo reconoce a través de fotos, cuando según el Losojo trabajaron juntos.

-Creo que Pombo se hizo el boludo. Sobre todo porque en un momento me regala una frase maravillosa: “Si era invisible y estaba cómodo así, porque no lo dejas seguir invisible”, me aconsejó.

-¿En algún otro libro se hace mención a El Losojo?

-Isidoro Gilbert habla de Escobar Llanos en su libro sobre “La Fede”. Se refiere a él, pero como uno de los integrantes de la escuela de entrenamiento militar de 1963. Otro libro que nombro es Fue Cuba, del Tata Yofre, que si bien no lo nombra, cuando lo entrevisté se compromete a consultar a sus contactos en la inteligencia cubana. Semanas después me confirmó que lo conocían. Ratificó que era cierto.

-Al referirse a la militancia de El Losojo en el PC, explica que lo expulsaron y luego le ofrecieron volver si aceptaba infiltrarse en Montoneros.

-Sí, eso ocurrió en los años 70. Era una práctica habitual del Partido. Cuando yo milité sabía que había gente “ilegal” en diferentes organizaciones, era un secreto a voces.

-¿Pero cómo fue la oferta de infiltrarse en Montoneros?

-Me lo dijo Nadra y me lo confirmó él. Le ofrecieron volver al PC y meterse como tapado en Montoneros, pero no aceptó porque no quería volver a ser clandestino.

-¿Cuáles eran las funciones específicas del Losojo?

-Me las resumió en un listado de 17 puntos. Se encargaba de buscar lugares seguros en el exterior, de la logística, de organizar reuniones y armar todo para que el Che pudiera entrar y salir de cualquier país o ciudad sin ser descubierto.

-¿Cómo cree que hizo para burlar a los servicios de inteligencia de países que estaban tras los pasos del Che?

-Mi parecer no es que logró burlarlos, sino que era un tipo que estaba suelto. Si recorrés una ciudad para hacer un plano, una inteligencia previa, no hay manera de detectarte. Con los colegas de la televisión coincidimos en que era como un productor de locaciones, que viaja antes y se adelanta al equipo. Una tarea que en este caso era clandestina y peligrosa, porque estamos hablando de la seguridad del Che.

En el libro plantea que la investigación lo ayudó a desmitificar al Che de las fotos y las remeras.

-Es verdad. El Che que conocía lo había leído en mi adolescencia, durante mis años de militancia, y tuve que aprender mucho sobre Bolivia y lo que hizo en África. Empecé a ver un Che 360, en todas las dimensiones. Al tipo que llamaban “el chancho” porque era ruidoso y se la pasaba escupiendo, que no cuidaba las formas y que era tremendamente austero, honesto y, también, duro. Tengo una anécdota familiar que no está en el libro, porque mi vieja me la contó demasiado tarde. Resulta que mi viejo estudió un par de materias de medicina en Córdoba. Estaba en una pensión con tres o cuatro amigos íntimos hasta que un día cayó a estudiar un flaco que gargajeaba todo el tiempo por su problema de asma. Les dio tanto asco que lo echaron a la mierda. Bueno, como se imaginará, este desconocido tan desagradable resultó ser el Che.»

FUENTE: Diario Tiempo

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