El fascinante descubrimiento de la pirámide de Sekhemkhet y su misterioso sarcófago sellado

En 1951, el arqueólogo egipcio Zakaria Goneim descubrió, cerca de la pirámide escalonada de Zoser en Saqqara, los restos de una pirámide inacabada erigida por su sucesor. Conocida como «La pirámide sepultada», estaba sellada, lo que entusiasmo a los arqueólogos que esperaban descubrir en su interior la primera momia de un faraón del Reino Antiguo.

Ruinas de la pirámide de Sekhmekhet, faraón de la dinastía III y sucesor de Zoser, en Saqqara. Shutterstock

Junto a la pirámide escalonada de Zoser (2592-2566 a.C.), en Saqqara, levantada por el gran arquitecto real Imhotep, se alza otra pirámide que nunca fue completada: la de Sekhemkhet (2565-2559 a.C.), sucesor de Zoser y tercer faraón de la dinastía III, un monarca que reinó durante un breve período de tiempo: seis o siete años. Al parecer, la pirámide de Sekhemkhet, con una base de 132 metros, también fue planificada por Imhotep.

Debía ser, como la de Zoser, una pirámide escalonada, que de haberse finalizado habría medido unos 70 metros de altura (más grande que la de su predecesor) y hubiera tenido siete escalones en lugar de los seis de esta. Pero no fue así. Solo se construyó un peldaño y medio (siete metros) y posiblemente la prematura muerte del faraón dejó el proyecto sin finalizar.

La pirámide sepultada

En 1951, el arqueólogo egipcio Zakaria Goneim descubrió la pirámide, que para entonces era un montón de ruinas y cascotes cubiertos de arena, cerca de la escalonada. A partir de ese momento pasó a ser conocida como «La pirámide sepultada». El complejo abarcaba varias hectáreas, y fue en la campaña arqueológica de 1953-1954 cuando el equipo localizó la entrada de la cara norte.

Curiosamente, la puerta apareció sellada, lo que llenó de entusiasmo a Goneim, que empezó a pensar que quizás el faraón se hallaba aún enterrado en su interior. Tras abrir la puerta, los arqueólogos atravesaron un corredor descendente al final del cual encontraron unos grandes bloques de piedra caliza que impedían el paso y que tuvieron que ser retirados para poder continuar.

Estuche de oro en forma de concha descubierto por Goneim en el interior de la pirámide de Sekhemkhet en Saqqara. Cordon Press

Una vez apartados los obstáculos, Goneim siguió penetrando hacia las entrañas de la pirámide a través del corredor descendente. Por el camino, y para su sorpresa, fue hallando muestras de joyería esparcidas por el suelo: 21 brazaletes de oro, 388 cuentas de oro huecas, 420 cuentas de fayenza chapadas en oro, los restos de un cetro real cubierto de oro…

Entre todas las piezas destacaba un magnífico estuche de oro para contener pigmentos en forma de concha. ¿Tal vez esas piezas sugerían que la pirámide aún se hallaba intacta, con su propietario enterrado dentro? Quizá sí, puesto que cuando Goneim y su equipo llegaron ante la puerta de la cámara funeraria se dieron cuenta de que esta también se encontraba sellada.

En la cámara funeraria

Con la emoción al límite, los arqueólogos abrieron la puerta y vieron que la cámara funeraria de Sekhemkhet era una amplia caverna tallada en la roca, sin terminar. No había ningún tipo de mobiliario, sino tan solo un gran y hermoso sarcófago de alabastro traslúcido en el centro, que impresionó a los investigadores. Al acercarse a él, Goneim pudo advertir que alguien, hacía miles de años, había colocado sobre la tapa una corona funeraria, y, lo mejor de todo: el sarcófago estaba sellado.

Goneim describió así sus impresiones: «Estábamos ante una pirámide sin acabar, y, según los datos que nos habían aportado enterramientos posteriores, parecía haber permanecido intacta y probablemente se había perdido su rastro durante al menos tres mil años. La entrada estaba sellada con un gran muro de piedra en seco que tampoco había sido tocado desde la época en que se construyó. Dentro de la pirámide, el corredor de entrada estaba sellado además en otros dos puntos, y estos sellos también estaban intactos».

El arqueólogo seguía así: «La cámara funeraria, inacabada, estaba en el corazón de la pirámide y no tenía ninguna otra salida excepto el corredor que llevaba a ella. En su interior había un sarcófago que, según su forma y diseño, databa claramente de la dinastía III, o sea, que era contemporáneo a la construcción de la misma pirámide, y este sarcófago estaba cerrado con una tapa firmemente colocada sobre él. ¿A qué conclusión más lógica podía llegar uno que no fuese que ese sarcófago contenía un cuerpo, y que ese cuerpo había de ser de un rey para el cual se construyó el monumento, un rey cuyo nombre ya habíamos descubierto?», finalizaba con emoción.

El «día D»

El 26 de junio de 1954 todo estaba listo para la apertura del sarcófago. Nubes de periodistas de todo el mundo iban a cubrir el acontecimiento. Incluso el propio presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, se encontraba presente en un acto de tan enorme trascendencia para la arqueología del país. Podían estar a punto de descubrir al primer faraón del Reino Antiguo enterrado en su tumba. Un hallazgo tan importante o más que el de la tumba de Tutankhamón, descubierta por Howard Carter en 1922.

En la cámara funeraria, los expertos insertaron ganchos de acero con cuerdas en los agujeros que tenía la tapa del sarcófago, y con una polea suspendida de un andamiaje dos obreros intentaron izar la tapa, que pesaba más de 1.100 kilos, sin éxito. Tuvieron que añadirse más obreros a la tarea y, al fin, la tapa se separó dos centímetros. Lo suficiente para poder colocar cuñas. Dos horas después de tan duro trabajo, se pudo levantar completamente la tapa. Goneim se asomó anhelante al interior del sarcófago, pero, para asombro de todos, este se encontraba vacío. La decepción estaba servida.

Goneim y su equipo realizaron una exhaustiva inspección del interior del sarcófago, y llegaron a la sorprendente conclusión de que este jamás fue utilizado. Entonces, ¿dónde fue enterrado Sekhmekhet? Y, si no fue enterrado en el interior de su pirámide ¿para qué servía esta? Surgieron muchas teorías al respecto. Una de las hipótesis más famosas es que aquella pirámide inacabada no se trataría del verdadero lugar de enterramiento del monarca.

Los mismos constructores eran a menudo quienes se ocupaban, poco después del entierro real, de desvalijar las tumbas, puesto que conocían perfectamente los entresijos de la estructura funeraria. Si este fue el caso, tal vez Sekhemkhet se hizo enterrar en algún lugar secreto, o tal vez la pirámide tenía otra finalidad que desconocemos.

Un triste final

A pesar de este «fracaso», Goneim fue elogiado por su trabajo por el presidente Nasser y continuó dedicado a la arqueología. Dio conferencias en Estados Unidos y escribió un exitoso libro sobre su investigación de la pirámide de Sekhmekhet. Pero la suerte acabó dándole la espalda.

El arqueólogo se ganó numerosos enemigos en su país, que le acusaron de contrabando de antigüedades y de sacar de Egipto por medios ilegales un valioso recipiente que los egiptólogos James Edward Quibell y Jean-Philippe Lauer habían descubierto hacía dos años cerca del complejo funerario de Zoser, en Saqqara.

Vista del complejo funerario de Zoser en Saqqara presidido por la pirámide escalonada. El yacimiento fue ampliamente explorado por Jean-Philippe Lauer. Shutterstock

En 1959, Lauer, amigo personal de Goneim, y con el que había trabajado en Saqqara, intentó ayudarle rastreando la pista del objeto, que se hallaba escondido en un rincón de los vastos almacenes del Museo Egipcio de El Cairo. Por tanto, Goneim era inocente.

Pero fue demasiado tarde. Decepcionado, humillado y con su reputación destruida, Goneim murió ahogado en el Nilo el 12 de enero de 1959 (según algunos, se suicidó y otras hipótesis postulan que fue asesinado). Ese fue el triste final del descubridor de «La pirámide sepultada» de Sekhemkhet, una pirámide que continúa manteniendo intacto a día de hoy un inquebrantable halo de misterio.

Fuente: Historia National Geographic

Dejar un comentario

Enviar Comentario

Por favor, completar. *