A fines de 2011, Cristina Fernández de Kirchner inauguraba el Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego con el objetivo de reivindicar a “todas y todos aquellos que defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante”. Ese año, el historiador alemán Michael Goebel publicaba en inglés su libro La Argentina partida. Nacionalismos y políticas de la historia, resultado de una tesis doctoral sobre el uso de la Historia como arma política en nuestro país y la interacción entre dos versiones de la historia nacional: el revisionismo, surgido en los años 30 entre pensadores nacionalistas de derecha con eje en los caudillos federales representantes de los verdaderos intereses de la Nación, opuesto a la historia oficial supuestamente falsificada de principios del siglo XX, de tinte liberal, asociada a los intereses extranjeros. En un largo recorrido que va del mitrismo al kirchnerismo, Goebel indaga en las expresiones del revisionismo y su articulación con las múltiples corrientes del nacionalismo, tanto de derecha como de izquierda, y su correlativo panteón de héroes nacionales. En esa versión, en inglés, el autor diagnosticaba la desaparición del revisionismo como corriente historiográfica. Ahora se reeditó el libro en español (Prometeo) y, bajo las nuevas circunstancias, postula que con el último gobierno y su énfasis en la soberanía nacional dicha tendencia sigue estando a salvo. En esta entrevista, Goebel explica cómo las diferentes interpretaciones de la Historia configuran la cultura y la política contemporánea.
–En el libro se entiende que el uso político del revisionismo siempre coincidió con tiempos de polarización en los que se reivindica una historia “silenciada”. Usted afirma que el revisionismo prácticamente dejó de existir durante el tercer gobierno de Perón cuando la versión opositora del pasado se volvió oficial. Hoy, sin embargo, el revisionismo fue promovido desde el oficialismo, ¿no es contradictorio?
–Totalmente. Un revisionismo oficial es una contradicción interna porque en la medida en que se convierte en oficial no hay historia oficial para atacar. Y de eso vive el revisionismo, ¿no? Esta situación se parece a la del 73. Sucede que el revisionismo, a partir de los 50, se vinculó tanto con el peronismo que su suerte depende de la suerte del peronismo.
–El revisionismo ha sido asociado con el nacionalismo. ¿Hay perspectivas de que esto pueda variar?
–Los fundadores de la corriente revisionista han sido nacionalistas, pero eso no tiene por qué ser siempre así. Depende de cuál sea la historia oficial que un determinado revisionista ataca: lo que han identificado como historia oficial es el mitrismo y el liberalismo decimonónico. Antiliberales y nacionalistas monopolizaron el término revisionismo y lo vincularon con el nacionalismo. Pero si cambia el gobierno, cambia la posición del relato revisionista en el aparato estatal. Además, en la Argentina hay una suerte de liberalismo fundador que funciona como un freno.
–Claro, pero así y todo, como el revisionismo abrió una dicotomía semántica entre nacionalismo y liberalismo, hay una apropiación del concepto de liberalismo de forma negativa. Tal vez ser nacionalista no implica necesariamente ser antiliberal y viceversa.
–Sí, en la Argentina nacionalismo equivale a antiliberalismo y el liberalismo es casi un insulto. Pero aquí, liberalismo no significa lo mismo que en otros sitios. Por ejemplo, en la literatura historiográfica anglosajona sobre los orígenes del nacionalismo, los historiadores se refieren a construcciones de la Nación y la nacionalidad que en la Argentina del siglo XIX se ha hecho bajo un signo liberal. Los llamados liberales –que son antinacionalistas– como Sarmiento o Aramburu proponen otra versión de qué es y debería ser la Nación, sin por ello usar menos bandera.
–De hecho, en gobiernos como el de Perón o Menem se asumen políticas económicas asociadas con el liberalismo, como la entrada de capitales extranjeros o la adscripción al Consenso de Washington. Y eso, sin embargo, no parece oponerse a una caracterización nacionalista general.
–En la esfera económica es donde es más fácil distinguir entre políticas nacionalistas y liberales. Lo que pasa con Perón en los 50, en la dictadura o con Menem, y en muchos casos más, es que si el gobierno adopta en lo económico medidas liberales o nacionalistas depende mucho de la coyuntura macroeconómica global que escapa al gobierno de turno. Un nacionalismo coherente es bastante imposible.
–Usted afirma que el nacionalismo en los 60 adoptó un cariz más similar al de los 30 y luego en los 70 los mismos elementos se convirtieron en una matriz fundamental de los movimientos de izquierda a través del peronismo. ¿Qué opina del rol que jugaron ciertos factores como la Guerra Fría y los movimientos de descolonización?
–El peronismo fue un instrumento que permitió ese cambio de rumbo porque popularizó y acriolló el nacionalismo, que en los 30 era más bien elitista. Hoy le prestaría más atención a otros factores internacionales. Con la Guerra Fría, el imperialismo del cual los países del Tercer Mundo se consideran víctimas, se asoció con el capitalismo y cada vez más con EE.UU., a diferencia de la URSS, que se asoció más con ideas de izquierda. Más allá de esto, ya mucho antes el comunismo también se nutrió de ideas antiimperialistas y en la Argentina eso se manifiesta en ese tercermundismo de los 60, que además tiene al Che Guevara como símbolo.
–El peronismo es paradigmático en cuanto a su amplitud ideológica. ¿Eso explica su supervivencia?
–Por un lado, el peronismo fue el vehículo de integración a la vida política de la clase trabajadora y esto se convirtió en un cemento fuerte de adhesión. Los gobiernos posteriores no lograron romper ese vínculo con políticas sociales capaces de crear otras lealtades, y esa me parece la razón principal de su supervivencia, además de que hizo imposible la supervivencia de gobiernos no peronistas. Perón creó un aparato clientelista desde el exilio con una ideología mal definida y tan amplia que albergaba a cualquier cosa. Y hasta hoy, cuando uno compara el gobierno actual con el de Menem, es evidente que “peronismo” puede significar muchas cosas y que quizás es un significante vacío que simplemente mantiene una estructura clientelista de la política pero después se puede adecuar a las coyunturas.
FUENTE: Revista Ñ