En «El libro de los placeres prohibidos», el autor sostiene que Gutenberg fue un impostor.
La historia inmortalizó a Johannes Gutenberg como el creador de la imprenta, una versión que desmiente el escritor Federico Andahazi en su flamante novela «El libro de los placeres prohibidos», en la que a partir de documentos de época reconstruye al orfebre alemán como un hombre obsesionado por ganar dinero a través de la copia de libros sagrados.
El libro comienza con el asesinato de Zelda, una de las adoratrices de la Sagrada Canasta, prostíbulo de Mainz. Esa trama se narra de manera paralela a los acontecimientos que le deparan a Gutenberg distintos litigios con la justicia originados por su afán falsificador.
«Esta novela se me ocurrió hace varios años. Estaba pensada como thriller, una novela policial ambientada en la Edad Media , en aquel período que para mí fue una bisagra de la historia con el advenimiento del libro impreso», dice Andahazi.
El autor de «El anatomista» evoca una imagen escolar de la vida del «creador» de la imprenta, aunque admite que su impresión cambió drásticamente tras investigar para esta novela (editada por Planeta): allí descubrió que «nunca estuvo en la mente de este tipo el hacer un bien a la humanidad sino ser consecuente con sus fines espurios. Lo interesante es que Gutenberg nunca inventó la imprenta. La invención de la imprenta jamás sucedió, lo que él en realidad inventó fue una máquina para falsificar. Hasta entonces un manuscrito valía una fortuna y llevaba entre dos y tres años de trabajo entre la labor de copistas, encuadernadores, iluminadores… un libro valía lo mismo que una casa lujosa», apunta Andahazi. «Eran varios los que estaban detrás de esa idea, pero Gutenberg se asoció con Johannes Fust el banquero y con Petrus Schöffer un artesano y juntos arman esta sociedad curiosísima de la cual se sabía muy poco», relata el escritor.
Según el escritor, esta máquina para falsificar libros fue un invento genial que permitió acortar los tiempos: «El panorama con el que se encontró la Iglesia era complejo: por un lado un invento que iba a masificar la lectura de la Biblia y por el otro la posibilidad de que los libros sagrados estén en manos de todos, algo que no estaba bien visto», explica.
«Entre todas las obras que circulaban, hubo una en particular que le da nombre a mi novela, ‘libri voluptatium proibitorum’ (‘El libro de los placeres prohibidos’), que es al que más temor le tenía la Iglesia», afirma. «No sabían si ese libro existía, y ese era el tema porque los que decían que era verdad los guardaban bajo siete llaves porque estaba la creencia que conducía a la esencia del placer en estado puro».
Andahazi retoma ese mito en el inicio de su novela, cuando narra la existencia de un burdel donde se comete un crimen que luego, con el correr de la trama, se convierte en una saga de asesinatos escalofriantes.
«Es interesante este cruce en el mundo de los libros, del placer, de la lectura, de los escribían y no saber leer, como pasaba en esa época con los copistas», sostiene Andahazi.
¿Necesitabas volver al a ficción? «Sí, la verdad me sentía como un pez fuera del agua. Mi medio natural es la narrativa, la mística a pesar de que los tres volúmenes de «La historia sexual de los argentinos» fue un trabajo gratísimo ya que me gusta mucho exhumar personajes, hacerlos hablar, volverlos a la vida y verlos de una manera más humana», finaliza Andahazi. (Télam)