Muerto ya el cacique Mariano Rosas unos años antes, preso su hermano Epumer, quién como pocos caciques de su raza, fue irreductible defensor de los derechos de los aborígenes argentinos, no cediendo ni a los ofrecimientos de dinero, ni al derecho de vestir el uniforme del ejército, sin que le dieran previamente, tierras para sus indios; solamente Baigorrita, con los restos de sus seiscientos indios de pelea y sus familias, emprendió el camino del destierro, antes de pensar en entregarse.
Manuel Baigorrita, tiene en ese momento alrededor de cuarenta años. Es hijo del cacique Pichun, ya fallecido, y su nombre le viene de su padrino, el coronel Manuel Baigorria, quién vivió más de veinte años entre los ranqueles, a los que inició en la agricultura y le transmitió costumbres sedentarias y el uso de los utensillos cotidianos para el mejor vivir. «Baigorrita, es muy aficionado a las mujeres, jugador y también pobre, tiene reputación de valiente, de manso y un gran prestigio militar entre los indios. Tiene costumbres sencillas, vive modestamente y no es lujoso ni en los arreos de su caballo», dice de él, el coronel Mansilla.
«Entre la bruma de la mañana, el grupo va marchando por la otra orilla del río Agrio. Los milicos que los persiguen, buscan un vado, pero con pocas esperanzas de alcanzarlos. De repente algo sucede entre los que huyen. Hay vacilación, y de pronto, entre el remolinear de caballos, el minúsculo grupo pega la vuelta, se ordena, y alzando las lanzas, con el viejo grito de pelea milenario en la boca, vuelve a galope tendido, en su última carga, para proteger la huida de sus familias, esos restos famélicos y andrajosos, luego de leguas y meses de huida».
«Baigorrita enfrenta su destino, que otro sería si tuviera, delante, a un enemigo con bolas, lanzas y facones. Pero, el tiempo histórico se ha cumplido. El temblor metálico del telégrafo ha corrido la voz a los cuatro rumbos, salvando en un instante- menos del tiempo que un chasque tarda en enfrenar – los confines de la tierra. No hay humada que diga tanto, tan claro y tan lejos. No son las voces infinitas con que el campo avisa los signos de la vida y de la muerte. Nada se puede contra el pulso electrizado del «huinca» que de esta manera extermina a todo un pueblo , en nombre del progreso, el comercio y la civilizacion europea.
El cacique responde a su corazón de guerrero y le recula al destierro. No importa que sus lanceros arruguen y lo dejen solo, arde su sangre y se emborracha de rabia con sus propios alaridos.
Las horas de su vida se han achicado al instante en que, encuadrado en la mira lejana de un Remington, baja lo orden desde la cabeza del sargento que lo empuña hasta el dedo ejecutor que presiona el gatillo y lo clava contra esa piedra pelada, tan lejos del Quenqué natal, de sus montes, de sus médanos y de sus lagunas.
El tiro que lo baja del caballo como a un pájaro, es la rúbrica final al decreto de muerte dictado contra esa raza indomable que Buenos Aires , al fin, puede cumplir. «
Muerto, presos ó fugados los grandes caciques y los últimos combatientes, terminados los caballos de pelea, arrasados los toldos y las sementeras, solo quedaban en el monte, perdidos los más viejos, que eran despenados rápidamente ni bién eran capturados o morían solos si conseguían huir. De la chusma, solo las mujeres en condiciones de servirle a los soldados y los menores de ocho años, se salvaban de ser degollados. El resto era generalmente pasado a cuchillo, solo que al no ser enterrados, los «relhué» enfurecidos, sobrevolaban durante tres días sus cadáveres, pidiendo venganza.
JOSE R. ITURRALDE
Fuente: http://www.soydetoay.com.ar/efemer/julio/baigorrita.htm