Tom Burr Gravity Moves Me, 2011.
Por Avelina Lésper (crítica de arte mexicana).
Defendamos con celo piadoso eso, que en posesión de todos los privilegios, necesita que lo protejan de las voces escépticas. El auto llamado arte contemporáneo, que goza del poderoso cobijo de las instituciones y de la servil y oportunista visión de la crítica, se siente acosado por los que no ven en su obra las revelaciones que sus textos curatoriales afirman. Injustas acusaciones. Los apóstatas no aceptan que la nueva experiencia estética exige un cambio de actitud ante el arte: la apariencia visual de la obra ya no es importante. El arte es una idea que se aplica a cualquier objeto y, es más, al vacío mismo. El reino de la razón y de lo visible ha desaparecido para dar paso al reino de la fe. Dice Arthur Danto que entre un objeto de arte y un objeto idéntico de uso común no existen diferencias visibles para el espectador, son diferencias filosóficas, son ontológicas y clama desde su púlpito teologal: “su divinidad se remite a una cuestión de fe”. Para ver la diferencia entre una caja de Brillo de Warhol y otra del supermercado hay que creer que la de Warhol es arte. Ya no hay arte, hay creencias. La filosofía se acomoda dócil y flexible a cualquier objeto para hacerlo una obra de arte. ¿Qué no lo entienden?
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