Fernando Savater publicó «Los invitados de la princesa».

Por Julieta Grosso.

Como un homenaje a los géneros literarios tradicionales y como un pretexto para reflexionar sobre el boom exacerbado de la gastronomía o la naturaleza «conservadora» de la política, se presenta «Los invitados de la princesa», novela del filósofo español Fernando Savater que narra las peripecias de un grupo de literatos atrapados por unos días en una isla caribeña.

El contrapunto entre dos personajes que encarnan por un lado la inexperiencia (el periodista vasco Xabi Mendia) y por el otro la madurez atravesada por la mordacidad (el novelista Nicolás Nirbano) inaugura el entramado de relatos que reflejan las afinidades literarias de Savater, en lo que puede leerse como un gesto melancólico ante la reconfiguración de las formas que sellaron su identidad literaria.

En «Los invitados de la princesa», novela que obtuvo el Premio Primavera de Novela y que acaba de editar el sello Espasa, el autor de «Ética para Amador» remeda el tono de los relatos de Giovanni Boccaccio o Agatha Christie para recrear hitos del género de aventuras y el policial sin descuidar los temas que han fijado la agenda de sus ensayos, desde la problemática de la educación hasta la actualidad del País Vasco y los déficits de la política.

La obra narra el confinamiento fortuito que sufren los asistentes a un congreso literario cuando entra en erupción un volcán que paraliza el flujo aéreo pero propicia la circulación de historias: vampiros, detectives y cocineros se cruzan en la prosa hilarante del filósofo con la recreación del asesinato en una habitación cerrada o la preocupación de una madre por la exposición de su hija a las redes sociales.

En diálogo telefónico desde España, Savater conversó sobre los disparadores de esta nueva incursión literaria que se suma a sus novelas «El jardín de las dudas» y «La hermandad de la buena suerte» y que el académico asocia a una nueva etapa en la que se dedicará «más a la literatura y menos a la filosofía».

–En esta obra hay una crítica hacia el fenómeno de la nueva novela negra en la que la clásica intriga ha sido desplazada por una clase de trama más previsible en la cual «el criminal termina siendo siempre el capitalismo». ¿Esta transformación está disparada por un cambio en las expectativas de los lectores?

–Efectivamente, lo que hoy la gente desea son novelas ambientadas en países exóticos que ponen al descubierto el abuso de los poderosos contra los débiles. A mí no me deja de sorprender por qué si a una persona le interesa tanto saber cómo funcionan las estructuras de poder en Suecia no de dedica a leer un ensayo específico antes que exigirle esa información a una obra de ficción. Casi todas las obras surgidas en los últimos tiempos responden a esa condición sociológica y política donde los crímenes tienen siempre un trasfondo social y un tono de denuncia. La gente parece haberse acostumbrado a ese tipo de relato que a mí particularmente me parece estereotipado y me gusta más la intriga que tiene que ver con pasiones y enigmas de la conducta humana. A mí me sigue apasionando la literatura que cuenta historias y no la que denuncia realidades. Siento que el bachillerato ya lo he cursado hace largos años, así que me resulta ajena esa idea de que los libros tienen que ser enciclopédicos… no podría coincidir con alguien que me diga «Acabo de leer ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann y he aprendido mucho sobre los sanatorios de tuberculosos de alta montaña en Suiza…»

–El fenómeno al que alude se entronca con el boom editorial de obras que desde «El código Da Vinci» en adelante narran historias de logias secretas y conspiraciones a través del tiempo. ¿Se podría pensar que este tipo de texto ha invocado algún resorte paranoico oculto hasta ahora en la sociedad?

–Posiblemente con eso tenga que ver la actual ampulosidad general en torno a la literatura. Agatha Christie nos mantenía intrigados con una señora que envenenaba a su vecina. Ahora, para entretenernos parece que necesitamos un serial-killer que mate a unas doscientas personas y además forme parte de una conspiración para apoderarse del mundo. Ese exceso no es beneficioso… creo que hay que volver al minimalismo narrativo.

–¿Cuáles son las razones por las que el autor que dispone de una voluminosa obra ensayística decide incursionar cada tanto en la ficción?

–Mi primera vocación ha sido siempre la literatura, aunque la filosofía se me representó siempre como lo académicamente más factible. A veces digo que la filosofía ha sido como mi esposa y la literatura, mi amante. En los últimos tiempos he empezado a sentir que llegué al final de mi carrera académica y cumplí una parte de mi vida, así que ahora me gustaría dedicarme por completo a cumplir ese sueño de escribir literatura.

–¿Logra establecer con la ficción una relación más relajada que con la práctica filosófica?

–La literatura me permite exponer ideas incluso contrarias a las mías y efectivamente todo esto produce una satisfacción y a la vez una inquietud diferente a la del ensayo. La literatura busca una verdad propia que no es la verdad de los hechos ni un simple documento de la realidad. No se espera de ella que tenga correlato en una verdad en el sentido objetivo del término sino verosímil en el sentido literario. La tarea de la filosofía, en cambio, es desvelar y analizar verdades –sea del conocimiento, la ciencia o la metafísica– o declarar, incluso, que la verdad es inalcanzable. La filosofía tiene un entusiasmo juvenil por alcanzar el sentido de las cosas y del mundo que los años quizá van matizando hasta otorgarles a esas pretensiones un toque de ironía. La ficción pues parece una forma de trasladar de ideas sin necesidad de atenerse a esa exigencia juvenil de la filosofía.

 

FUENTE:  (Télam – diario Río Negro)

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