Graciela Islas es la pintora neuquina que más expone. Este último tiempo -sólo en la ciudad de Neuquén- lo ha hecho en el Espacio Arte, del aeropuerto, en la Sala Emilio Saraco, en la Honorable Legislatura (varias veces) y en el Museo Gregorio Alvarez. No queda lugar exclusivo donde no organice muestras individuales, colectivas o con sus alumnos. Esto la ha convertido en una artista conocida. No es malo y no tendría porqué ser criticable, pero cuando hablando de arte no debemos hablar de cantidad.
Parece que vivimos una época en la cual lo más importante es la producción de bienes de consumo y los artistas no son la excepción a la regla. Desde hace 100 años y gracias a las rayas y manchitas sobre la tela (gran invento del arte moderno) el mercado se ha abarrotado de productos. Y ya sabemos lo que pasa cuando hay mucha oferta…
Pero no es sólo un asunto de cantidad, sino de calidad. A muchos artistas no les importa qué realizar con tal de producir y exponer mucho. Además, la inauguración pasa de ser un evento cultural a uno social donde se comparten elogios, canapés y buen vino a piacere.
El hall de la Legislatura desde hace varios años se ha convertido en un espacio para realizar eventos culturales y de paso promover a los artistas. Y si bien no es el más adecuado para conciertos y exposiciones, es un lugar que por su belleza y asepsia sirve y es una alternativa válida. Y hay que aprovecharlo.
En ese espacio está exponiendo otra vez Graciela Islas. Esta vez con su hija, fotógrafa que al parecer aporta aire fresco a la producción enmadejada de su progenitora. “Hilos y tramas”, se llama la muestra.
¿Por qué la artista pega hilos y las enrolla en espiral, una y otra vez? Los hace circular a través de la superficie encontrando en eso un placer que no logra transmitir.
Si un pintor no es capaz de que un espectador esté al menos dos minutos contemplando una de sus obras es porque algo anda mal.
Al mirar su muestra no logramos comprender por qué hace lo que lo hace. Si es por un ejercicio en pro de el futuro evento social (la inauguración), o lo hace porque como artista nos quiere decir algo y nosotros -los espectadores- no logramos comprender.
Es cierto que la manualidad no tiene el vuelo lírico que podría tener una buena pintura, pero el artesano, con su habilidad y oficio, puede también lograr objetos bellos que produzcan algún tipo de emoción. En este caso no pasa nada. Trabaja mucho, pero siempre las producciones compulsivas son como los discursos atiborrados de palabras y que, al final, carecen de sustancia conceptual.
Graciela Islas no debe exponer tanto. Tiene capacidad de trabajo y pasión, sólo le falta canalizar su trabajo hacia algo que realmente llame la atención y que sea un aporte de valor a la tan ansiada y siempre convocada identidad cultural neuquina.
Por Rubén Reveco. Licenciado en Artes Plásticas.