¿Puede la pintura alcanzar en realismo a la fotografía e incluso superarla? Esta es la pregunta que desde finales de los años 60 se vienen haciendo todos quienes hayan tomado contacto con obras del llamado Hiperrealismo, uno de los movimientos artísticos más impactantes y originales del siglo XX.
Nacido en los Estados Unidos a finales de los años sesenta como respuesta y oposición al arte conceptual, en pleno debate sobre la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, el rock y la drogas y las críticas al llamado «american way of life», el Hiperrealismo ha venido sorprendiendo al mundo desde entonces con cuadros y esculturas que desafían la comprensión humana que no acierta, en muchos casos, a discernir si la obra en cuestión es una excelente fotografía o una pintura.
El museo Thyssen de Madrid organizó este año la más importante muestra dedicada a esta corriente, compuesta por 66 obras de maestros del género como Richard Estes, John Baeder, Robert Bechtle, Tom Blackwell, Chuck Close o Robert Cottingham, siguiendo por sus herederos europeos hasta el presente.
Las obras proceden de diversos museos y colecciones privadas y la muestra ha sido curada por Otto Letze, director del Instituto para el Intercambio Cultural de Alemania, organismo promotor de la exhibición, quien organizó el guión curatorial en cuatro unidades temáticas: «Bodegones», «En la carretera», «Ciudades y panorámicas» y «La figura humana».
En estos cuatro espacios se muestran los temas emblemáticos del Hiperrealismo, como son los paisajes urbanos, las vidrieras, los «diners» (típicos restaurantes norteamericanos de comidas rápidas armados con paneles metálicos) y por supuesto los variados frascos de salsas de sus mesas, los automóviles último modelo de todas las épocas, las motocicletas de cromados relucientes o las máquinas de «flipper», objetos cotidianos reproducidos en la tela con la fidelidad de una foto y elevados así a la categoría de objetos artísticos.
La muestra abarca tres generaciones de hiperrealistas, comenzando por los pioneros arriba mencionados, todos nacidos en los Estados Unidos entre los años 30 y 40, muy activos hacia los años 70 y todos vivos. Sus obras, de extrema fidelidad a la realidad y hoy íconos culturales de toda una era, fueron realizadas a partir de fotografías tomadas por los mismos pintores para documentar y lograr así la mayor precisión posible al momento de pintarlas.
La segunda generación de estos artistas (años 80 y 90) se vale ya de los avances tecnológicos para lograr en las pinturas los efectos de la fotografía digital y apunta en sus temas a los paisajes, como los del italiano Anthony Brunelli o Robert Gniewek.
La tercera ola de hiperrealistas apuntaría ya a la alta definición en el lienzo, como las obras panorámicas de Ben Johson sobre distintas ciudades, o las de Raphaella Spence con sus vistas desde el aire, fotografiadas previamente desde un helicóptero.
Una muestra impactante de un género que sigue felizmente vivo y que nos propone dejarnos engañar por un instante hasta creer que la pintura bien puede superar la realidad.
Por Oscar Smoljan Director Museo Nacional de Bellas Artes Neuquén
FUENTE: diario Río Negro