Se cree que el taller para el pintor es una catedral; el lugar sagrado donde se realiza un acto de creación; el lugar en donde se transmuta materia inerte en obra de arte. Esta es la imagen que se tiene y no está mal que así sea. Pero el taller no es más ni menos que el laboratorio para el científico, el aula para el maestro o la biblioteca para el estudioso.
Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas – Editor revista Machete