Si decimos que Muchacha (ojos de papel) es una de las composiciones más brillantes de la historia de la música argentina no exageramos para nada. ¿Quién no se emocionó al escucharla? ¿A quién no le llegaron esos versos que tan bien enhebró el querido Luis Alberto Spinetta?
La canción formó parte del primer álbum de Almendra, se presentó en vivo el 22 de junio de 1969 en un recital en el Teatro Coliseo y, apenas salió, se convirtió en un éxito total. Pero no nos vamos a quedar con los datos duros de la historia. La idea es sumergirnos en cómo fue el proceso creativo de una de las obras más lindas del rock nacional.
«Muchacha es Cristina (Bustamante), que era mi novia. Fue mi primera mujer. Ese momento era muy especial y la canción estaba ligada al enamoramiento por primera vez concretado en una relación. Por lo tanto, la canción está encarnada en ese feeling eterno que uno siente por las personas que ama», contó Spinetta en diálogo con Emilio del Guercio en el programa Cómo hice, de Canal Encuentro, en 2010.
Cristina Bustamante era justamente vecina de Emilio y, por medio de del Guercio, el «Flaco» la conoció: «Una vez nos quedamos solos en la casa de Emilio porque sus padres habían viajado, y entonces invitamos a las chicas a tomar algo, a bailar, una especie de asalto. Y ahí, por primera vez, me sentí enamorado. En realidad ya me había enamorado varias veces pero siempre habían sido amores imposibles de realizar por diferencia de edad; no sé, me enamoraba de las maestras, de las pibas más grandes y después no pasaba nada obviamente», relató Spinetta al recordar ese momento de su vida.
«Yo era un inepto absoluto en ese momento. Y bueno, todos esos pequeños amores desembocaron en un gran amor que fue el de esta muchacha ojos de papel, que fue un amor correspondido. Porque también ella me quiso mucho. Fue mi primer amor, mi primer gran amor, inolvidable amor. Y me inspiró una canción», agregó.
Por su parte, en varias ocasiones, la propia Cristina contó secretos sobre la composición del tema y cómo ella intercedió para hacerle una modificación al texto original. «Yo ayudé a darle forma a la versión definitiva de la letra», recordó.
Además, sostuvo que sugirió un cambio en la composición: «En el original Luis había puesto senos de miel, y yo le dije que eso parecía un catálogo de corpiños. Estuvimos de acuerdo en que pechos quedaba mejor«.
Sin embargo, pese a su participación con esa idea, siempre aclaró: «Yo nunca me di crédito por Muchacha, fue todo de Luis. El arte fluía a través de él«.
«Desintegración abstracta de la defoliación»
En septiembre de 1987, el suplemento Sí del diario Clarín publicó un artículo de Spinetta titulado «Muchacha ojos de papel: desintegración abstracta de la defoliación«. En ese escrito, el autor de la canción analizó la letra desde una actitud que él mismo calificó como «una autopsia».
El texto sufrió modificaciones de parte de un editor del periódico, lo que provocó el enojo del artista. Como no tiene desperdicio alguno -pese a su extensión-, lo reproducimos completo a continuación.
«El Flaco» se abre como nunca y narra qué quiso expresar en la canción. Para qué seguir explicando nosotros lo que el propio Spinetta refleja como nadie…
Más allá de transcripciones cronológicas que responden al «momento» en el que Muchacha, como canción, se involucra en el poder de captación de la gente, una devanación se hace necesaria para mí, de manera tal que bajo un intento de estructura en certidumbre de la simbología del texto, me abra la cabeza.
De por sí, ojos de papel es no sólo alusión a la puesta en juego del personaje, sino que además es evocación de facultades en éste, que significan el efecto de su exterioridad, que muta.
Su exterioridad cambia, sopesada por «Muchacha», que es término de la simbología del nombramiento de todos y la inusual diferenciación de quien, a la vez, se transporta hacia las características de «algo en ella» que la hacen única, aun bajo el nombramiento de todos, quienes, a su vez, podrían nombrarla de diferentes maneras.
La anomalía es el hilo de seducción que desestabiliza la profunda corporidad del nombre común.
Muchacha ojos de papel,
¿a dónde vas? Quédate hasta el alba.
El papel no ve.
La contraposición entre los simbolismos del título es el eje ante el cual el «azoramiento», momentáneamente, no se expresa en términos de un nombramiento virtual. Sino que debe introducir una subjetividad que «globalmente» sea la afirmación. Con lo cual, sin recluirse a los ojos de todos, el símbolo del personaje adquiere a la vez una significación individual para cada quien, sin tener de común para todos, más que la unicidad exclusiva y «sin nombre».
Además, hay una subjetividad que debe ser reconocida en el hecho de que «Muchacha» posee las «virtudes de la blindación».
Sus ojos. Blindados por un papel irreductible a lo transparente. Violencia simbólica en procura de seducción.
Un vuelo desde las dos orillas de los mundos dan fe del «conducto místico» que proscriba un enunciado que remita sólo a lo real; en tanto que debe contar con partes considerables «de eso», para realizar «en quien» recaerían las condiciones de lo irreal.
Muchacha pequeños pies,
no corras más. Quédate hasta el alba.
Con ello, lo real, corroborado, deja paso al lenguaje irreal que proyecta ilimitadamente los símbolos.
«¿Adónde vas? Quédate hasta el alba».
¿Una niña con ojos de papel adónde puede ir?
La blindación ejerce la aflicción en quien no tiene ojos reales para una fundamental orientación.
Allí, el relator ingresa sugerido por aquel quien, una vez instalada la dificultad, oficia de obvio guía.
Sueña un sueño despacito entre mis manos
hasta que por la ventana suba el sol.
Quedarse hasta el alba, que sólo el guía ve, representa a las claras una orden impartida (que subyace en cualquier pedido) y refleja la prosecución de una finalidad por parte del que pide.
Instintivo argumento de un «padre represivo» quien, originalmente, acapara la organización de deseos en quien tutela. Aunque ésta no pueda verlo, podría desear algo que es ajeno al campo del impedimento, lo que origina un poder que rige a través de quien todo presencia.
El personaje relator: «Sueña un sueño despacito entre mis manos, hasta que por la ventana suba el sol». Desencadenar el reposo en «Muchacha» parece asomar como una finalidad, con el detalle de que ella debe acceder a una sutil misión que está representada por una localización entre las manos. Esto significa: a disposición de contenido y palpación. Con el objeto de subyugar una porción aun más tangible que lo que se vería teniendo ojos de papel.
El mundo onírico de «Muchacha». Un bastión perceptual que seduce al guía a la pretensión de apropicuarse de «ciertos otros símbolos» por la vía de un método de embalse localizado. Espacio entre dos manos, éste, que se sugiere como el de un territorio de absorción. Espacio al que convergen las direcciones de un cuerpo abandonándose al sueño lentamente, como para un profundo sueño, rico en materias sutiles a las que alojar.
Muchacha piel de rayón,
no corras más. Tu tiempo es hoy.
La subjetiva posesión, finalmente, a través de una parcial yacencia de la Muchacha hasta el momento de un albor que se une al de sus sueños «detectados». Ambos son los símbolos de los que ellos creerán ver. Uno en el sueño del otro, y el otro en un «falso despertar» ante el amanecer extásico que no podrá sino reintegrarla a su anomalía.
Los dos personajes «sienten» en esos ecos brumosos para los ojos, ciegos o no, el impromptu de un éxtasis de angustia para así desembocar en la risa luego llanto de ella, y la fijación de un símbolo que nace para el protagonista que rige, en vigilia, la situación emocional. La del que intenta reparar mediante la agonía de la oscuridad. Lo cual lo patriarquiza en el aluvión solar hasta el contagio de una reacción indefinible.
Otros párrafos como «no corras más», se ligan a este deseo opresivo del guía en procura de la prevención del peligro.
El éxtasis se puede regenerar en tanto y en cuanto esta niña deja de correr para que el reposo entre las manos de su compañero consuele una necesidad sin salida.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.
En «voz de gorrión» se expresa, burdamente, la alternancia entre símbolos cotidianos en función de metáfora, sin interiorizarse demasiado, al igual que cuando enuncia «piel de rayón».
Aquí la suavidad y tersura de la piel podrían ser simplemente cualidades para determinar un adjetivo. Mientras que la caracterización en género de la piel, si bien es coherente por la suavidad del rayón, corporiza una situación comparable a los «ojos de papel» y a «corazón de tiza». Es decir, señala un obstáculo más en el terreno de las aptitudes más sensibles de ella.
El rayón no siente. La tiza no late.
«Pechos de miel» es quizás un modelo simbólico que no marca sino el estado real de la seducción. Exhala el juicio de símbolos que no se suponen relacionados con una intención premeditada de señalar carencias o transformaciones hacia un sustituyente artificial.
El obstáculo no trasciende en la caracterización de los senos en miel. Es más, estos conservan la contundente norma de la seducción que reclamaría un movimiento desde lo externo.
Muchacha voz de gorrión,
¿a dónde vas? Quédate hasta el día.
Aquí, verdaderamente, el juego de un desplazamiento reclinatorio es la norma base si es que se admite la acción como resultado de la sumisión del deseo. El deseo adscripto a lo que mana sustancias. Lo que implica la abdicación de supremacía para el compañero de «Muchacha». Para saciar ese deseo, para predecir en el carácter de sus movimientos la fluidez del deseo hasta la conquista del objetivo, él debe haberse arraigado, asimismo, en un síntoma, que aun siendo momentáneo, deberá reflejar la instancia de una necesidad sin salida que es el combustible del deseo.
La fatuidad de esta desorientación antecede al deseo mamario.
El líder luego, inclinaría la cabeza mansamente y mamaría de lo que mana de sí después de un último atisbo. El pudor ante la fiesta de la leche materna es un sentimiento que nace casualmente también bajo el hechizo de la miel. La dulzura incontenible de toda miel que obliga a los sentimientos a establecer el límite con respecto a la cantidad de la libación.
El pudor está conducido por los resarcimientos que subyacen en todo deseo, por encima de los riesgos de intoxicación.
«Pequeños pies, no corras más».
A pequeñas huellas, en algún momento, corresponden pequeños acontecimientos que no colaboran, o son directamente inútiles en sí, como para que Muchacha rompa el elipse simbólico de su propio poder.
Es decir, el poder está en manos de quien se lo desea.
Muchacha pechos de miel,
no corras más. Quédate hasta el día.
Ella es el vértigo de una seducción invertida, o en todo caso indeterminada. Brutal es para ella contener las sustancias de quien, finalmente, luego de despojarla prácticamente de sentidos, abdica en procura de una salvación para sí, representada por ese maná. Doble defoliación: primero, de aptitudes sutiles; luego, de una energía predominante.
«¿Te robaré un color?»
Diría: de los colores tras la retina advenediza de Muchacha, uno, pretendidamente posible, o quizás devenido de las raíces de sus espaciosos sueños, deberá ser captura, aunque quien lo reclama, reclinado, se haya entregado, a lo más acuciante. ¿El deseo de succión? El color que puede registrarse con todos los otros sentidos, más los otros.
Por supuesto que se podría tener en cuenta la idea generalizada de todos quienes piensan en «Muchacha» como símbolo de una pacífica visión en el enamoramiento y el despertar.
La creación de un «castillo con tu vientre» es el prototipo de un símbolo que conlleva la presencia de una unión sexual. Inclusive hay un manifiesto de procreación allí.
Por otro lado, el personaje que canta intenta relacionarse con la idea de ser él un punto de comunicación entre mundos.
Duerme un poco y yo entretanto construiré
un castillo con tu vientre hasta que el sol,
muchacha, te haga reír
hasta llorar, hasta llorar.