La zona peligra por escasez de recursos para su conservación y por abundancia de crimen organizado, aseguró Richard Hansen, que investiga allí desde 1979. A él se debe el descubrimiento del primer apogeo maya, siglos antes de Tikal, en el preclásico: la dinastía Kan
En 1979 el arqueólogo Richard Hansen investigaba un edificio de 17 metros en El Mirador, Guatemala, donde se suponía que la civilización maya había vivido hacia el año 700, cuando encontró algo extraño. Sus mentores —todavía era un estudiante graduado, tenía 26 años—, Ray Matheny y Bruce Dahlin, le habían explicado que, dada la complejidad y la altura de la construcción, pertenecía al periodo clásico, el apogeo de los mayas; sin embargo, al llegar al piso encontró objetos que parecían mucho más antiguos.
—La cerámica —comparó— es como un carro: un modelo 1925 es muy diferente de un modelo 1960 y de uno 2020. Cambia con el tiempo.
Y la que había hallado parecía tener unos cuantos siglos más de lo que esperaba.
—Eran vasijas, cuencos y platos preclásicos, sobre el piso, donde los mayas los habían dejado 2.000 años atrás —recordó—. Me di cuenta que nuestro modelo evolutivo de esta civilización estaba equivocado. Estos mayas habían vivido en una época anterior a la que creíamos: Tikal, que es una de las ciudades históricas más famosas del mundo, fue creada y ocupada cientos de años después que la Cuenca del Mirador. Había habido un gran apogeo siglos antes de Cristo, luego había sobrevenido un colapso, y luego otro apogeo, el que conocíamos, en el clásico tardío, 800 años más tarde.
Durante las cuatro décadas que siguieron Hansen se dedicó a estudiar el sitio y encontró que Guatemala debería ser vista como Roma, Giza o Atenas porque concentraba “una cantidad extraordinaria de estructuras de valor incalculable”, siguió. El Mirador se reveló como una ciudad inmensa, de entre 100.000 y 200.000 habitantes, que existió en el centro de un complejo interconectado de 51 ciudades hace 2.500 años.
Esa línea de tiempo la ubicaba como la cuna de la civilización maya, 38 kilómetros cuadrados de edificios, plataformas y calzadas en un enclave de 350.000 hectáreas de bosque tropical del lado guatemalteco, y una superficie muy similar en Campechanías, México. Entonces, ¿por qué había sido abandonada, de modo tal que sus habitantes no lograron recuperarse hasta siglos más tarde y en otros lugares?
Hansen cree que la respuesta es casi una ironía de la historia: el consumo excesivo en el área terminó con los recursos. Algo similar puede volver a pasar.
—Es una mentalidad. Hoy hay gente que orina en inodoros de oro. ¿Por qué? Porque se puede. Y los gobernantes mayas colocaron pisos de cemento de cal cada vez más gruesos —hay algunos de hasta 50 centímetros de espesor— por lo mismo: porque se podía.
Hasta que un día no se pudo más: para que los mayas más antiguos tuvieran sus edificios, su producción de piedra caliza destrozó el medioambiente. Probablemente una sequía exacerbó la crisis. La gente común dejó de confiar en sus dirigentes y abandonó la cuenca. No se sabe exactamente dónde fueron pero sí cómo siguió la historia: fue el ascenso de Tikal, rival económico y político del Mirador. La vegetación y los animales volvieron a apropiarse del área.
—El problema ahora en Guatemala son las sequías. ¡Pero siguen deforestando! Por eso no hay lluvias.
La deforestación del área es un asunto complejo. Por un lado, hay concesiones de explotación de maderas y combustibles fósiles otorgadas por el gobierno, que se supone están sujetas a estándares sostenibles; por otro lado, dado que comparte la frontera con México y está en plena Reserva de la Biosfera Maya, El Mirador se fue convirtiendo en un imán para el saqueo de piezas arqueológicas y especies exóticas, la ganadería ilegal y el tráfico de drogas y de personas. Las comunidades de los alrededores son paupérrimas. Hansen se encontró con que bastaba crear ofrecer salarios a cambio de cuidar los sitios para que los ladrones se convirtieran en guardias de seguridad.
Actualmente el arqueólogo se encuentra en una suerte de lucha personal para evitar que El Mirador vuelva a desaparecer, junto con los seis tipos de bosque tropical que alberga. La dirigencia política guatemalteca lo apoya: la presidencia y una coalición de 13 diputados de seis de los partidos principales avaló una propuesta del Senado estadounidense para la donación de USD 60 millones de dólares a fines de crear un área de ecoturismo que genere los recursos para la conservación de El Mirador, el proyecto S3131 de 2019. Pero distintas organizaciones se oponen por el impacto ecológico que podría tener en el bosque más grande de Mesoamérica y por la interferencia neocolonialista con el derecho de los guatemaltecos a decidir sobre el empleo de su territorio.
Hansen argumentó que Guatemala tiene un sistema de gobierno que permite al pueblo elegir a sus autoridades y delegarles la capacidad de aceptar o rechazar el dinero. Desde su perspectiva, dado que el país sufre por falta de recursos incluso para combatir el COVID-19, sería fácil encontrarle uso a USD 60 millones para un proyecto —que en total podría requerir casi el doble— que permitiría asegurar que dentro de cinco años sea posible visitar las ruinas sin enfrentarse al crimen organizado, dentro de 100 siga existiendo el bosque tropical y dentro de 200 otros arqueólogos, con más tecnología, puedan revelar más sobre el misterio de la primera caída del Mirador.
La antigua capital del reino Kan
Al norte del Petén, entre palmeras, palos de Campeche y zapotes, el área de El Mirador-Calakmul recibió a sus primeros, cazadores y recolectores, unos 2.600 años antes de Cristo. Tras siglos de evolución hacia la agricultura, la cerámica, la política y el comercio, en el periodo preclásico medio (de 900 a 300 aC) hubo una transición de la aldea al estado: los jefes y caciques dejaron lugar a la ideología religiosa y la jerarquía. Se empezaron a construir plataformas y calzadas, una red que servía para el traslado de personas, bienes y agua entre El Mirador, Calakmul, La Isla, Nakbé y Tintal: caminos de entre 30 y 40 metros de ancho, tendidos entre dos y seis metros de alto, posiblemente por unos 28 kilómetros.
Como el área es baja, pero la mitología maya celebra las montañas como sagradas, El Mirador comenzó a llenarse de pirámides, entre ellas algunas muy altas como La Danta, de 72 metros, y El Tigre, de 55, cuya base es además seis veces mas grande que uno de los famosos, y muy posteriores, templos de Tikal. Hacia el periodo de esplendor, el preclásico tardío (de 350 aC a 150 anno domini), en lo que Hansen llamó “la era de la monumentalidad”, el lugar era como una Nueva York maya, y ahí se estableció la dinastía Kan, o de la serpiente, que tuvo una gran arquitectura y gobernó durante más de dos siglos.
De esos años es el friso de los héroes gemelos, que Hansen descubrió en 2009 y probó dos cosas centrales: el esplendor preclásico, ya que data del 300 aC, y la legitimidad del Popol Vuh, el libro de historia, leyendas y mitos de los mayas guatemaltecos que se consideraba muy contaminado por los españoles, tras su hallazgo en el siglo XVIII.
“Una de las historias cruciales del Popol Vuh es cómo los héroes gemelos tienen que descender al infamundo y recuperar la cabeza del padre, que había sido decapitado por los dioses malignos del inframundo”, contó el arqueólogo en un video sobre el friso. “Y esta es sin dudas una de las grandes escenas mitológicas de toda la historia maya registrada de manera permanente en estuco”. La imagen del dios anciano Itzamná, gran creador divino, esculpida hace 2.300 años, “nos muestran que el Popol Vuh es autóctono”.
La caída
No sólo aquellos mayas preclásicos no eran “bandas que caminaban en la selva y mataban animales”, como había estudiado Hansen, sino que habían construido pirámides sofisticadas. A nivel regional —como hubo que estudiar, finalmente, este periodo: no se limitaba a El Mirador— la arquitectura se unificó en el estilo de tres estructuras, una grande y dos más pequeñas, que representan las tres piedras del fogón de la creación. La cerámica se homogeneizó y probablemente fue un factor central del comercio, que además incluía mercancías como el alabastro, el jade, la obsidiana, el maíz, el cacao y la calabaza.
Todo eso requirió una gran población de trabajadores: sólo La Danta, estimó Hansen, demandó 15 millones de días-hombre de trabajo. Eso mostró, además, la complejidad política de la dinastía Kan: sus ambiciones consumistas requerían un gran control del pueblo para contar con mano de obra. Y probablemente también causó guerras: en las calzadas se encontraron huellas que sugieren conflictos con otras poblaciones.
Pero el humedal que este grupo había encontrado siglos atrás, cuya riqueza le había permitido crear campos agrícolas, comerciar y contar con barro, madera y piedra caliza, no se podía recuperar al ritmo en que los mayas lo explotaron. Durante unos 1.000 años les fue muy bien, pero con la cuenca totalmente talada hubo sequía y desnutrición; la población se redujo porque emigró o murió de hambre o en combate.
En el Mirador quedaron, en el piso, las cerámicas que Hansen encontraría en 1979. Sólo sobrevivieron algunas poblaciones: Naachtún (hoy Petén), Calakmul (donde se estima que se trasladó el poder), Uxul. Hay evidencias de que en alguna ocasión se trató de regresar al lugar, pero ningún asentamiento superó el nivel de una aldea.
La selva vence
Los bosques tropicales volvieron a crecer, y volvió a llover. Con el agua la flora y la fauna avanzaron sobre las construcciones, hasta que las vencieron y las convirtieron en ruinas. Según análisis del polen, el bosque cambió muy poco desde el periodo clásico —cuando la civilización maya se hallaba en otros lugares, como Tikal— hasta ahora.
Los españoles no lograron colonizar la naturaleza: se sabe que en sus excursiones de 1695 y 1696 fray Andrés de Avendaño y Loyola debió hacer un rodeo para avanzar, porque no logró abrirse paso, y hasta 1882 no hay registro de seres humanos en el área. Ese año Claudio Urrutia, quien iba a demarcar la línea fronteriza, mencionó haber avistado unas “ruinas grandes”.
Aunque hubo referencias anteriores —en 1930 una exploración aérea de la Universidad de Pensilvania creyó ver “pequeños volcanes” y en 1950 un estudioso de las inscripciones, Heinrich Berlin, caminó hasta la cuenca desde una aldea— el descubridor del Mirador fue Ian Graham, explorador de la Universidad de Harvard. Los otros grandes nombres que consiguieron la atención mundial para este complejo fueron Matheny y Dahlin, respectivamente de las universidades de Brigham Young, alma mater de Hansen, y Católica de Washington DC.
Cuando ellos se retiraron en 1983, quedó el discípulo, que comenzó con la exploración de Nakbé en 1987 y hasta la fecha ha cartografiado 51 ciudades en la cuenta. “Me costó 20 años convencer a mis colegas de este apogeo preclásico, siglos antes de Cristo”, recordó. “Ahora todo está más apoyado por los datos científicos que elaboramos en este tiempo”.
En esos años Hansen y su familia —su esposa, Jody, también arqueóloga, especializada en dibujo cientítico, y sus siete hijos— se instalaron en tiendas sin agua, recibieron amenazas, sobrevivieron a un accidente aéreo. Y el mayista publicó artículos académicos sin cesar, comenzó a enseñar en las universidades de Idaho y de Utah, creó la Fundación para la Investigación Antropológica y Estudios Ambientales (FARES),y el Proyecto Cuenca del Mirador, participó de numerosos documentales y ganó premios y fama, lo que le permitió llevar a Morgan Freeman a las ruinas y asesorar a Mel Gibson en Apocalypto.
El proyecto de área silvestre
“Pienso en mucho más que huesos y piedras: estamos también haciendo análisis multidisciplinarios, estudiando las aves, los insectos, los reptiles y la botánica; también estudios geológicos”, dijo Hansen. Piensa también en el turismo ecológico que concibe como lo que volvería atractiva para el gobierno la conservación de la cuenca del Mirador. Tikal, que es un parque nacional, genera más de USD 220 millones por año en ingresos y además protege la naturaleza.
Hansen cree que se da “una simbiosis entre la cultura y el medioambiente”: si no fuera por Tikal, está convencido, en la zona no quedaría ya ni siquiera un árbol. “¿Cómo lo sabemos? Porque está talado hasta la línea del parque. Los sitios arqueológicos protegen el bosque, como un refugio de la flora y la fauna. En 100 años, cuando ya no haya bosque tropical en Indonesia, en Amazonas o en África, habrá en Guatemala, salvado por los sitios arqueológicos, como también sus jaguares, sus lagartos, sus tapires en el hábitat natural”.
Observó que, si bien su tema es la ciencia, la investigación no se hace en un vacío político. “El ecoturismo podría permitir que se reconociera el valor de esta zona. Si ponemos carreteras o pistas de aterrizaje, le conviene al crimen organizado, y una vez que entra, ¿quién más se va a meter?”. Por eso ha propuesto al gobierno guatemalteco que la cuenca se declare “zona silvestre”, una categoría diferente a la de parque nacional, en la que no entran automóviles ni avionetas.
La oposición y la urgencia
Aunque hay otros mayistas, como Francisco Estrada-Belli (de las universidades de Boston y Tulane) y organizaciones locales la Asociación de Comunidades Forestales de Petén (ACOFOP) que se oponen al proyecto de Hansen, él atribuyó los ataquesa su plan a “una verdadera mafia” de intereses de todas las industrias, legales e ilegales, que operan en la zona. Recordó que en 1872, cuando Ferdinand Hayden convenció al Congreso de los Estados Unidos sobre la creación del Parque Yellowstone, “había tenido en contra a los mineros, a los madereros, a los ganaderos, ¡a todos!”.
Los opositores dicen que el plan del arqueólogo no se ajusta a las leyes sobre el manejo de recursos naturales en la Reserva de la Biosfera Maya; que el sistema de concesión forestal del país permite la operación de ACOFOP y otros grupos comunitarios; que la Fundación Patrimonio Cultural y Natural Maya (PACUNAM) le retiró su apoyo financiero y que el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) prohíbe cualquier infraestructura que toque el patrimonio arqueológico, como el pequeño tren que Hansen propuso que corriera sobre las calzadas, para no abrir caminos.
Mientras tanto quedan problemas urgentes por resolver, señaló Hansen, como “la gobernabilidad de la zona: que haya seguridad, con uniformes, con radios, con vehículos, con imágenes satelitales para que hagan cumplir las leyes”. También la posibilidad de la conservación, subrayó, tiene una cuenta regresiva. “Y es muy importante involucrar a las comunidades. Si se abre un camino ningún turista va a gastar un centavo en el lugar, van a ir y volver en el día. Pero si no hay carreteras ni pistas, para ir al Mirador tendremos que dormir en las comunidades, comer en las comunidades. Vamos a comprar artesanías”.
Tal vez hay otras maneras de hacer que ingrese el turismo ecológico, concedió. Él no lo sabe, no es su área de expertise. Pero hizo la sugerencia porque sí sabe, por su trabajo científico, otra cosa: ”Guatemala tiene un recurso de valor cultural y natural que se puede perder en cinco años”.
Fuente: Infobae