La odisea de Feliciano Purrán

HECHOS Purrán

 “En un infecto calabozo del cuartel que ocupa en esta ciudad el 10 de línea, se encuentra a un individuo a quién los sufrimientos han degradado. Se lo ve tendido en el suelo, donde no se advierte ni el miserable montón de paja que sirve de colchón en las últimas prisiones”. Apenas contesta a las preguntas que se le dirigen, y llorando a veces, tal es su abatimiento, se queja del hambre y de la desnudez en que vive brutalmente tratado por la soldadesca que no ve en él sino un salvaje. “Su espíritu abatido tiene de vez en cuando relámpagos que revelan su ardor de otro tiempo y que asoman a sus ojos sombríos. Este infeliz es el gran cacique Feliciano Purrán” (La Nación, domingo 9 de enero de 1881).

Decía el doctor Gregorio Álvarez refiriéndose al ocaso del gran cacique Feliciano Purrán cuyo nombre en mapuche significa que “vale por ocho” (tal vez debido a su gran estatura) o “bailar y brincar” dado su carácter alegre, que al observar su tierra diezmada y vencida “de pie sobre la comba del cerrito de los malales bayos, miró por última vez el valle ensombrecido y sintió que a pesar de ser un gran lonco, no podía, en su grandeza dejar de ser un hombre; aflojáronse sus rodillas, dobló su cabeza entre cana y entornó sus ojos hacia la tierra amada para ocultar las primeras lágrimas que en su vida derramó”.

No hay cosa más triste supo glosar el poeta alguna vez “que un titán que llora”.

“Porque el indio pocas veces ríe y nunca llora. El llanto de Purrán en esta aciaga oportunidad no era una manifestación de desánimo ni de cobardía. No era el llanto de un indio en su condición individualista de hombre, no se sentía acabado; era el llanto viril de una raza. Era la explosión de una rebeldía que se desataba; era la imposibilidad de afrontar sin asomos de éxito las fuerzas del huinca, armada con los más mortíferos fusiles y era el abrirse una vez más las compuertas del odio a ese enemigo poderoso que le hacía sufrir una injusticia que sus facultades no llegaban a excusar”.

Después de ser asesinada su tribu a traición por las fuerzas del Comandante Manuel Ruibal mientras se estaba parlamentando la paz, en una emboscada aleve “el resto de los indígenas se arrojó al Bío Bío, donde fueron blanco de las balas de las carabinas rémington del ejército, quedando el río en buena parte, teñido de sangre”.

“Purrán fue subido a caballo, pues su obesidad le dificultaba tal tarea, y llevado a Campana Mahuida a presencia del jefe Napoleón Uriburu y de su segundo, Rufino Ortega, que bajo su carpa y en la planicie de Yumo esperaban a Ruibal con el prisionero”.

“Allí fue interrogado y después de pocos días, llevado a Buenos Aires, por el camino de Chos Malal a Mendoza, e internado en la isla Martín García en calidad de prisionero de guerra”.

Se sabe si que “más tarde, al serle conmutada la pena, se lo habría remitido a Neuquén y de allí se fugó a Chile prefiriendo morir desterrado en Lolco a una edad muy avanzada”.

Es la triste historia de uno de los caciques más nobles y también de los excesos que se cometieron en la ocupación de la Patagonia por las fuerzas expedicionarias.

Se sabe con certeza que la orden de disparar sobre la tribu de forma tan brutal fue debido a una contraseña confundida al pasarse la mano sobre la frente en un día de calor por la cual la soldadesca comenzó a disparar sobre la tribu inerme y confiada.

“Yo soy Purrán/ cacique Patagón/ amigo del viento/ estoy en prisión. Sin el aduar/ lloro mi condición/ no puedo bailar/ lejos del amor. Ellos son más/ y saben de traición/ la fuerza del fusil/ tendrá su razón. Yo soy Purrán/ cacique Patagón/ en la celda preso/ muero de dolor. Me tratan mal/ humillan mi valor/ me falta la luz/ en esta prisión.Yo soy Purrán/ cacique Patagón/ la tribu esta sola/ ¡qué inmenso dolor!”

Texto de  Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta, Río Negro

 

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