La muestra del maestro cinético nacido en Mendoza y premiado en la Bienal de Venecia en los años 60 es el gran éxito de la primavera boreal; eternamente joven y vigente, habla en una entrevista exclusiva del arte y de la vida.
Por Luisa Corradini | LA NACION
«A través de mis experiencias siempre intenté provocar un comportamiento diferente del espectador [.], encontrar los medios para combatir la pasividad, la dependencia o el condicionamiento ideológico, desarrollando las capacidades de reflexión, comparación, análisis, creación y acción.» Con esa afirmación, que bien podría ser interpretada como su credo personal, Julio Le Parc define seis décadas de una fecunda producción artística que, después de muchos desencuentros, acaba de alcanzar en Francia -y en apoteosis- un merecido reconocimiento.
«No me disgusta para nada -ironizó-. Sobre todo después de haber resistido durante toda mi vida a la obsesión por la fama y la celebridad que aqueja a muchos artistas. Desde chico aprendí a adaptarme a todas las situaciones, aprovechando las buenas y haciendo evolucionar las malas», reconoció durante la entrevista exclusiva que le concedió en París a adncultura.
Invariablemente vestido de negro, pañuelo al cuello y boina, Le Parc sorprende por su capacidad analítica, su lógica y su energía: a los 84 años trabaja todos los días en su estudio de Cachan, en las afueras de París, guiado por la misma curiosidad y los mismos objetivos que lo animan desde que se instaló en Francia en 1958.